La espiritualidad, necesaria para la supervivencia de la humanidad

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La biblioteca y la sala de meditación revelan los dos pilares del trabajo del centro: el estudio de las tradiciones religiosas y la meditación, como forma de cultivar La espiritualidad no es una opción, sino una exigencia para que nuestra especie sobreviva. Solo el cultivo de la “dimensión humana profunda” permitirá establecer los consensos necesarios para que nuestro mundo no se vaya al garete. Afirmación, sin duda, radical, que está en la base del trabajo del Centro de Estudio de las Tradiciones de Sabiduría de Barcelona. Una entidad que comenzó a funcionar hace más de veinte años como centro de reflexión en torno al epistemólogo Mariano Corbí y que hoy sigue centrada en la recuperación y difusión de las tradiciones de sabiduría que nos han legado las religiones, combinando la investigación y la enseñanza con las prácticas de meditación en silencio que proponen las diferentes tradiciones religiosas. Un centro laico y plural, que defiende que solo anclándonos en una profunda experiencia de la trascendencia seremos capaces de afrontar los retos de una sociedad en cambio continuo.

En una sociedad en evolución continua, donde la ciencia y la tecnología empujan sin cesar ese cambio, no se pude vivir la experiencia espiritual como se vivía antes. Las creencias, normas e instituciones rígidas del pasado sencillamente no son aptas para este mundo acelerado y fluctuante y, como no podemos vivir escindidos, se abandona progresivamente la práctica religiosa y se pierde, a la vez, un tesoro que la humanidad necesita: la sabiduría de las tradiciones religiosas. La preocupación del Centro de Estudio de las Tradiciones de Sabiduría no es, sin embargo, de carácter institucional. La define su responsable de relaciones institucionales, Francesc Torradeflot: “Cómo vivir la espiritualidad hoy y aprovechar la sabiduría de los antepasados en esta sociedad de rápido cambio para vivir en armonía, frente a la angustia y la infelicidad que en muchos produce ese cambio rápido”.

En el mundo moderno, las creencias rígidas chocan con el paradigma cultural y esto es algo que no tiene marcha atrás. De modo que, afirman, el desafío es cómo vivir la espiritualidad “sin creencias”, entendidas éstas como sistemas rígidos no adaptables -si se adaptan, dejan de considerarse creencias. Su propuesta es recuperar a todos los sabios de la humanidad y el papel de la mística. Aunque ellos prefieren recurrir a un sinónimo de espiritualidad: “la cualidad humana profunda”.

Para beber de los antepasados hay que expurgar sus escritos de “creencias”, que corresponden a otros contextos culturales, para llegar al núcleo espiritual, que no ha perdido vigencia. Se trata de aproximarse a esas sabidurías no como sistemas cerrados de descripción de la realidad sino como lenguajes simbólicos que sugieren, revelan, proponen, hacen pensar… y facilitan, así, una experiencia personal de lo absoluto.

La cualidad humana profunda o espiritualidad, defienden, no es una opción, es una cualidad humana de base biológica: “La especie humana es la única que no está programada por los genes, que se tiene que auto-programar y esto solo se puede hacer, en una sociedad en cambio, desde la espiritualidad, que ancla en algo que no es estático, en lo absoluto, en la divinidad, lo que te permite aceptar cualquier cambio, sin límites. O adquirimos esta conciencia de nuestra cualidad y la cultivamos o la propia aceleración de la ciencia y la tecnología nos puede llevar a la autodestrucción. O tomamos en nuestras manos la responsabilidad o nos vamos al garete; y la manera de hacerlo es vivir el cambio continuo bien anclados, sin angustia. Y para ello tiene que haber una experiencia espiritual fuerte”, afirma Torradeflot.

En el fondo de esas afirmaciones hay una concepción antropológica: el hombre tiene doble acceso a la realidad: a la dimensión relativa -lo concreto- y a la dimensión absoluta -lo que no es verificable empíricamente-, en un solo proceso. Y es el habla, cualidad exclusivamente humana, la que nos permite el acceso simbólico a ese nivel absoluto de la realidad. Además, continúa, “hoy sabemos que la manera de organizarnos socialmente no nos viene dada, la construimos nosotros y lo hacemos por consenso, un consenso en el que deben estar representadas todas las minorías por exiguas que sean. Y la fuerza del consenso viene de la espiritualidad, sin ella somos esclavos de la dimensión relativa y no podemos construir consensos. Y, por ejemplo, estaremos pendientes de comer sin percibir que no comeremos si no somos generosos, si no trabajamos en equipo, si no creamos sinergias. La espiritualidad ayuda a generar los valores que nos permitirán sobrevivir. Los valores que se van construyendo por consenso se anclan en la dimensión absoluta de la realidad”.

Por eso, los objetivos del centro hoy son dos: uno, recién incorporado, es la construcción de proyectos axiológicos, mediante una metodología para construir consensos que sea útil en cualquier colectivo del mundo de la empresa o la política. Se trata de un proyecto de investigación, de carácter teórico, que está todavía en ciernes y que aún no han publicitado. Y el segundo objetivo -el primero, en realidad- es el cultivo de la espiritualidad. Para ello, imparten cursos teóricos a la vez que ofrecen un espacio de meditación o “práctica silenciosa”, como prefieren llamarla, porque el silencio “permite el acceso a la dimensión absoluta de lo real”.

Quienes acuden al centro son muy plurales: gentes de prácticas religiosas diferentes, creyentes alejados, ateos, agnósticos o personas interesadas en la filosofía. Aunque, reconoce Torradeflot, a mucha gente le parece árido el centro, porque no ofrece seguridades ni pretenden ser un lugar terapéutico; no obstante, reconocen los efectos benéficos de la meditación, su actitud está más cercana al estoicismo que a la new age. El pluralismo se verifica también, como opción, en su consejo asesor, donde hay investigadores, economistas, filósofos, especialistas en inteligencia artificial, teólogos… y están representadas también posiciones políticas muy diversas.

El Cetr quiere recordar que la gran lección de las sabidurías del pasado es que sin espiritualidad no se puede sobrevivir, lo que se comienza a reconocer también desde ámbitos no religiosos. El desafío es que antes espiritualidad y creencias iban juntas y ahora no; las creencias, si no son dinámicas, pueden llegar a ser un obstáculo para la propia experiencia espiritual. Pero, hecha esa advertencia, el Cetr no se preocupa de las instituciones religiosas ni las combate en medida alguna. Solo creen que las religiones que no cultiven la espiritualidad no sobrevivirán o lo harán convertidas en guetos.

Lejos de cualquier proselitismo, afirman estar interesados en dialogar con todo el mundo, para llevar a cabo ese gran proyecto de humanidad que será facilitado por el cultivo de la espiritualidad. Un grupo de estudio interdisciplinar y laico, que afirma que el patrimonio de sabiduría de las tradiciones religiosas ha de servir para que podamos sobrevivir como especie.

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