Del dicho al hecho a veces hay un buen trecho. Aunque al analizar la encuesta de la Fundación Pluralismo y Convivencia relativa a las opiniones y actitudes de la población española ante la diversidad cotidiana de la religiosidad y su gestión pública nos llevamos una grata sorpresa sobre la tolerancia religiosa (que deja entrever que lo que suele analizarse como antirreligiosidad pueda ser más bien anticlericalismo, además de abrir la puerta a que pueda asentarse con normalidad la práctica de otras confesiones), cuando uno bucea en los medios de comunicación observa detalles que no son tan positivos. Detalles de actitudes, hechos, tanto de la ciudadanía como de quienes gobiernan. Tal vez al ser preguntados ofrecemos nuestros virtuosos deseos, nuestra buena predisposición, las justas ideas que están en la base de lo que pensamos y, quizá, a la hora de las decisiones, de la praxis, aparecen los prejuicios, quedando la audacia aparcada.
Empecemos por el contexto. Si bien de la creencia a la práctica hay un gran trecho, mucha más gente se denomina creyente dentro de una religión determinada (mayormente católica) que practicante. Se diría que muchos (incluso la mayoría, gran parte) de los y las creyentes no practican, según ellos mismos aseguran. En este sentido, la asistencia a los oficios se ha convertido, incluso, en algo residual. ¿Creencia, cultura, costumbre? Un poco de todo. Lo explicamos.
Digamos que, para la mitad de la población, lo religioso ocupa un importante lugar; es, de alguna manerta, determinante. ¿Nos referimos a la religión católica? De estas personas, más de la mitad se definen como creyentes, si bien cerca de un 40% afirma no practicar. En cuanto a actos de culto, apenas llega al 20% el porcentaje de quienes acuden a oficios religiosos al menos un día a la semana.
La religión (Iglesia) mayoritaria de los encuestados es la católica; de las demás, ninguna alcanza el 0´5%, a excepción del islam. Esas confesiones son (independientemente de la práctica) ortodoxa (0´4), evangélica (protestante, 0´5), testigos de Jehová (0´3), judaísmo (0´1), otras religiones (0’4), ninguna Iglesia/religión (14’4).
En lo referente a la libertad religiosa, que aparece en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, alrededor de la mitad de las personas encuestadas considera que está bastante garantizada, frente a un 20% que lo observa poco/nada garantizado. Casi un 90%, con todo, reconoce que no ha sentido discriminación por sus prácticas religiosas.
Centros de culto
Vamos a lo que más nos interesa. La relación con el resto de confesiones, la tolerancia religiosa, la presencia de nuevos modos de culto. Por un lado, mayoritariamente hay buena predisposición a que desde las Administraciones haya contacto habitual (e, incluso, se consulte) con representantes de las distintas confesiones religiosas. Esta voluntad de entendimiento y diálogo oscila del 60 al 80 por ciento, dependiendo de que nos refiramos a consulta, información, reuniones periódicas, etc.
Por otro, parece que la población española no muestra pegas a la hora de que otras confesiones (las minoritarias) establezcan sus templos. Hecho este que expresaría un alto grado de tolerancia religiosa. Así, casi un 60% está de acuerdo con que se establezcan lugares de culto en cualquier lugar del centro/de los barrios que a los y las creyentes les parezca bien. A la gran mayoría le da igual, además, el tipo de templo, aunque el porcentaje se reduce hasta casi la mitad sin hablamos de mezquitas.
Lo que sí se evidencia es que apenas nadie quiere templos justo al lado de su casa. Más de la mitad acepta de buen grado la celebración de conciertos y actividades de grupos religiosos en las calles, plazas, parques… aunque no llega a la mayoría quienes permitirían de buen grado actos de culto en esos lugares. Más del 60% permitiría el uso de esos espacios a cualquier comunidad religiosa con presencia en su municipio. Más de un 20%, sin embargo -y esto no es una cuestión baladí- no permitiría el uso a ninguna. Aparentemente, pues, sí hay tolerancia religiosa, sin obviar aquello de “tolerantes pero ya si es en mi calle, hablamos”.
En lo que hay más unanimidad es en la existencia de centros de oración en lugares como hospitales. La mayoría defiende la existencia de un único centro que pueda ser utilizado por las diferentes confesiones en distintos horarios. Tan solo un 5% aboga por la apertura de un centro de culto por cada religión.
Educación
El tema de la educación, de la enseñanza religiosa, es –quizá- lo que se maneja con menor inteligencia en la encuesta. Habría de tener matices (el fondo, el cómo…) de los que carece. En general, esta encuesta adolece de tonalidades, apostillas, comentarios… En todo caso, de los datos recogidos, un 30% de las personas consultadas se muestra en contra de que se enseñe religión en los colegios. De quienes están a favor, casi un 30% se decanta por que ni sea obligatoria ni cuente en el expediente. Además, de quienes son favorables, la mitad defienden que pueda enseñarse cualquier religión, mientras que un 40% de ellos a favor de que se enseñe solo religión católica.
Subvenciones
En el aspecto en el cual se observan mayores reticencias es el relativo al tema de las subvenciones (dedicadas a proyectos sociales mayormente). Es el tema más espinoso. Esta negativa se deriva, según apostillan al contestar las preguntas, del miedo al proselitismo. Así, si bien valoran los proyectos de carácter social que realiza la confesión mayoritaria (la católica), aquellos que vengan de la mano de las confesiones minoritarias se considera que tienen como objetivo el proselitismo (captar adeptos y adeptas). Esto genera un cierto distanciamiento -cuando no auténticas pegas- a que se financie con dinero público.
En todo caso, casi la mitad de las personas encuestadas (43%) se muestra contrario a que las confesiones religiosas (cualesquiera de ellas) reciban ayudas del Estado, habiendo un porcentaje nada desdeñable de personas (16%) que rechazan el finaciamiento de actividades de las minorías religiosas. Esto enlaza con el tema de la laicidad, aunto aún sin resolver en la práctica en el Estado español.
Lo que aún mucho se desconoce y la encuesta no especifica es el hecho de que la mayoría de los proyectos sociales de las confesiones religiosas se financian a través de procesos de concurrencia competitiva a los que acuden con el resto de organizaciones (ONG), dentro del ámbito de lo que ha dado en llamarse fines sociales, cooperación, etc.
Algo que llama más la atención en los últimos años, con la llegada de más inmigración, es la mayor visibilidad del pañuelo islámico (hiyab), algo que aún, de alguna manera, sorprende. Sobre la razón del uso del pañuelo islámico, casi el mismo porcentaje (alrededor de un 20%) de gente lo considera como simbolo religioso (de la fe), algo cultural y algo que representa machismo (opresión de la mujer). Hiyab e islam, religión con la que la población española no musulmana mantiene una relación que va del amor al odio. Extremos que se tocan. Quizá por aquello de la no interiorización/asunción completa de nuestro pasado.
En este sentido, merece la pena señalar cómo a algunas de esas confesiones minoritarias se las continúa condiderando como algo extraño, aun cuando una parte de la población española pertenece a esas comunidades religiosas. Nos referimos a la musulmana y a la hebrea. ¿Son realmente algo ajeno? En Ceuta y Melilla, mayoritariamente, es donde encontramos más población autóctona perteneciente (sea religiosa, sea culturalmente) a estas religiones.
El ADN del catolicismo como exclusivo en España no se borra de un plumazo. Así, los otros, los musulmanes, siguen siendo extraños. Da lo mismo los ocho siglos de estancia en tierras peninsulares y la huella que hay por todos los lados (comida, lenguaje, mentalidad…). Unos datos, los de esta encuesta, que invitan a continuar en la senda del diálogo.