A Chini Rueda de CDD

Hola, Chini:

Me llamo Arantza y me animo a responder a tu artículo porque también me siento en movimiento a favor de la diversidad y del cambio de patrones culturales que provocan cualquier tipo de discriminación; para que siga el debate sobre los cambios que los seres humanos necesitamos para poder vivir vidas buenas.

La verdad es que el hecho de que en una ley de plazos como esta haya un supuesto específico, el aborto por malformación (artículo 14) y que se haya oído poca cosa al respecto, a mí y a otra mucha gente nos llama negativamente la atención y nos enfada.

Vivimos en una sociedad profundamente segregadora de las personas con malformaciones (por seguir con la terminología de la ley y la que utilizas en el artículo), como comprueba a diario la población paralítica, sorda, coja, ciega, tonta, loca, entre la que me cuento: los sistemas sanitario y educativo, el mercado laboral, los espacios de ocio están construidos como si no existiéramos, como si no formáramos parte de la ciudadanía; como si no nos correspondiera estar en la plaza, con el resto de la gente. Los ejemplos para mostrar la verdad de lo que digo son, por desgracia, innumerables. Por dar uno reciente, traigo aquí lo ocurrido el pasado 2 de marzo en Sabadell, cuando a un grupo de personas entre las que había varias con síndrome de Down se le impidió entrar en la discoteca Puzzle. Según parece, la gente como la que formaba parte de ese grupo tiene que avisar con una semana de antelación para disfrutar de lo que ofrezca esa discoteca en una sala aparte. Sin mezclarse con los demás.

Si «las ideas se tienen y en las creencias se está», tendremos que tratar de formular cuál es la creencia sobre la que se construye este sistema segregador que no cuenta con nosotras y nosotros, las gentes con malformaciones. Una formulación que se me ocurre es esta: «Las personas con malformaciones son menos humanas que las que no las tienen; por eso no tienen por qué tener reconocidos los mismos derechos ni tienen por qué acceder a las mismas oportunidades que ellas. Y por eso su nacimiento puede ser discrecional».

Si esa creencia horrible tiene alguna verosimilitud y, por más que lo sienta, la tiene y mucha, creo que la capacidad de una mujer (cuando está en una posición especialmente vulnerable —tumbada en una camilla mientras le hacen una ecografía para ver cómo va su embarazo, viendo caras raras en el o la médica que, además, llama a otra u otro compañero que también pone cara y que le dice que algo no va bien) para tomar una decisión en libertad al respecto (al respecto de la malformación de su futura criatura, quiero decir), está gravemente limitada y sesgada. O por decirlo de otra forma: la capacidad que, en general, se tiene para valorar la vida posible del feto con malformación en crecimiento está muy por desarrollar. Y la carga de la prueba en este caso está en ese 80% de la población española que, según afirmas, «está de acuerdo con el aborto en un supuesto de malformación fetal».

Cuando ante personas con malformaciones se hacen juicios del tipo «qué pena», «yo así no podría vivir» (y su correlato moral, «así no merece la pena vivir»), «hay que decir la verdad, no es más que una carga», se está obviando qué es lo que en realidad sostiene toda vida, también la de quien emite ese juicio: una malla invisibilizada pero cierta de ayudas y cuidados que, cada quien en sus propios términos, contribuye a tejer. Una mirada menos prejuiciada por la ilusión del “hiperautonomismo” podría ver ese, esa otra malformada de una forma más ajustada y se reconocería más en él, en ella. Para gran y liberadora sorpresa de todas y todos.

Conozco a dos mujeres que esperaban criaturas con características tales que iban a morir apenas nacidas (ambas habían parido anteriormente a hijas con esas características) y que abortaron porque por nada querían que la corta vida de su bebé fuera dolor y dolor. Digo esto porque quiero subrayar la complejidad del debate; y porque creo que el término malformación nos ayuda, en realidad, muy poco, entre otras cosas porque se utiliza para designar diversas (¡muchas!) características corporales que se las tendrán que haber con un mundo que no quiere dialogar con ellas, con el dolor (en todo el sentido del término) que eso provoca. ¿Cómo valorar el sentido de la vida de nadie cuando se la está desconsiderando de partida? ¿Cómo obviar en el análisis ese desequilibrio en la relación de poder?

Atribuimos al patriarcado el control sobre nuestra sexualidad para mantener su dominio. Digo atribuimos porque yo también se lo atribuyo. Y, ¿a qué poder atribuiremos la creencia “capacitista” (valemos quienes podemos y sabemos) que atribuye discapacidad a algunos seres humanos? ¿Qué diremos del control de la sexualidad de las mujeres con malformaciones, a las que se esteriliza sin mayor contemplación? ¿Cuándo vamos a hablar de estas cosas, de lo que hay debajo de estas prácticas? ¿Tiene que decidir una ley sobre las opciones reproductivas de las mujeres? ¿Qué otros patrones están decidiendo, de hecho, sin que los desenmascaremos? ¿Podremos hablar de estas cosas sin que tengamos que explicar, yo en este caso, que no se cuestiona el derecho a decidir sobre el cuerpo que somos y las oportunidades reproductivas que queremos tener?

Chini, no pretendía escribir un artículo y siento, de veras, ocupar tanto espacio, pero no sé cómo hacerlo de otra forma para poder dar razón de lo que pienso. Terminaría, por ahora, con la crítica a la razón ética contemporánea que no cuestiona el sistema segregador que he tratado de apuntar en este largo comentario.

Pero ojalá que sigamos hablando: la realidad, la vida lo requiere. Eskerrik asko.

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