En Navidades le exigió a Joxe Arregi, franciscano de la comunidad de Arantzazu (Gipuzkoa), un silencio de nueve meses que él ha roto transitoriamente para dar a conocer la gravedad de lo que está ocurriendo.
Este obispo ha pedido al superior provincial de los franciscanos: «debéis callar del todo a José Arregi. Yo no puedo, hasta dentro de dos años, adoptar directamente esta medida contra él. Pero ahora debéis actuar vosotros. Os exijo que lo hagáis» porque es «agua sucia que contamina a todos, a los de fuera de la Iglesia al igual que a los de dentro». «Como medida de gracia», como «ocasión de gracia» ha pedido al provincial que lo destine a América para trabajar con los pobres (en buena lógica, si es agua sucia aquí también lo será allí).
Los superiores están resistiendo, pero al final se avendrán a las presiones ¿Por qué? ¿Por qué hay que aceptar estos modos autoritarios? ¿Qué tiene que ver esta manera de conducirse con el Reino? Nada. ¿Cuándo se abrirá paso en la Iglesia, con independencia del cargo que se ocupe en el organigrama eclesiástico, la objeción de conciencia ante situaciones antievangélicas, cuándo?
En la Iglesia vasca queremos elegir a nuestros responsables entre los cristianos de sus comunidades porque ellos conocen a nuestro pueblo; queremos que sean seguidores y testigos de Aquel que nos invitó a buscar la verdad porque nos hará libres, seguidores y testigos de Aquel que por compromiso con esa verdad cuestionó al Templo y a Roma y fue asesinado por estos poderes.
Es él quien debería irse durante un tiempo muy largo de la diócesis para reflexionar y discernir si sus modos de proceder son verdaderamente cristianos. Y si no lo fuesen, para ver la manera de cambiar, de convertirse (en el profundo significado que esta palabra encierra en la tradición cristiana).