Este escrito forma parte del libro «El principio compasión» (PPC, 2020) publicado a principios de año por el sacerdote y pastoralista José Ramón Pascual. En esta obra, el autor pretende sacar la pastoral de la sacristía y del templo, y llevarla a la calle a través de la compasión.
por José Ramón Pascual
La compasión y las víctimas

El encuentro con las víctimas desencadena la compasión. ¿Quiénes son víctimas? La identidad de las víctimas no viene dada sólo por el sufrimiento en sí mismo; las víctimas no son sólo personas que sufren. Una cosa es el sufrimiento humano y otra, el sufrimiento inhumano. El primero forma parte de ser personas. El segundo, no. El sufrimiento de las víctimas no proviene del mal natural, sino del mal injusto. La causa de que haya víctimas puede ser doble: Alguien individualmente o un grupo con plena conciencia, a propósito, realiza una injusticia que genera víctimas. Alguien individualmente o un grupo genera sufrimiento injusto “sin darse cuenta”, por negligencia, por descuido, por desatención; por un modo de hacer las cosas sin asumir las consecuencias también se producen víctimas. Ese mal también es injusto. Porque en la negligencia hay una dejación de responsabilidad.
La compasión y la realización humana
La compasión es la convulsión de las entrañas ante el sufrimiento injusto. Ese “sentimiento” es reactivo y proactivo: nos mueve y gesta unos modos de obrar y de pensar nuevos. No permite tolerar el sufrimiento injusto, sino que empuja a considerar y a asumir que algo se puede hacer tanto a nivel personal, como junto con otros y también a nivel estructural, para mitigar y eliminar ese sufrimiento y sus causas. Esta auténtica compasión es la clave para realizarnos como personas porque nos lleva a hacernos cargo de las víctimas. La compasión nos empuja a dar respuesta. Ese responder nos hace responsables, nos constituye en sujetos éticos. Esta capacidad la tenemos todas las personas. Contra la concepción clásica de prójimo que lo identificaba como el destinario de mi benevolencia -el “objeto” amado- la parábola del samaritano, que sólo recoge Lucas, nos ayuda a identificar al prójimo de una manera nueva. Prójimo es quien se aproxima, la persona compasiva -el sujeto amante- que procura restituir las condiciones de inhumanidad en las que subexiste la víctima. La compasión humaniza, hace persona en ambas direcciones: a la víctima porque la restaura y le devuelve las posibilidades de realizar su dignidad, y al compasivo porque, haciéndose prójimo, le hace sujeto responsable, ético.
La compasión y la memoria
La compasión está ligada a la memoria. Conocemos víctimas que están presentes, pero también hay víctimas que ya no están, porque murieron siendo víctimas. ¿Qué hay que hacer con ellas? La memoria es el vínculo imprescindible con ellas. Existen mecanismos (programados o no) que hacen que las víctimas pasen desapercibidas y caigan en el olvido. El genocidio nazi es paradigma de ese intento de eliminar incluso el rastro de la injusticia. La “enseñanza de Auschwitz” ha de servirnos para estar atentos hoy. Contra la amnesia y el olvido se requieren la anamnesis y el hacer presente. Esto implica: Actualizar las memorias propias de las víctimas; que den su propio testimonio, si aún están presentes. Actualizar la memoria acerca de las víctimas que ya no están, para que no se nos olviden. La memoria debe ser eficaz para comprender la verdad de la situación, de la historia, hacer presente el testimonio de las víctimas para comprender la realidad y para procurar su restitución cuanto antes. Una vez restituidas las víctimas, hemos de continuar intentando hacer un mundo más justo.
La compasión nos estampa contra la realidad, nos lleva al suelo, a la condición histórica, no meta-histórica, ni metafísica.
La compasión y la justicia
“La irrupción de las víctimas implica la interrupción de la historia”. No podemos continuar con la actual marcha de una Historia así, triunfal para algunos a costa de muchos otros. Hemos de reorientar la historia, cambiar su rumbo en una nueva dirección que genere menos víctimas. Practicar la justicia desde la compasión, en la historia. ¿Cómo practicar la justicia? Haciendo reparación en la historia y de la historia. Una reparación directa y concreta de la víctima en este momento, y una reparación del presente modo de proceder que causa tantas víctimas. La “salvación” de las víctimas tiene que ser política, esa es la redención política. La compasión nos ha de mover a organizar políticamente nuestros Estados para que los sistemas sociales, económicos, religiosos o culturales generen menos víctimas. De ese modo, la compasión a través de esa necesidad de justicia se vierte en la política, cuya tarea consiste en lograr una sociedad más justa y, así, más humana. La tarea de la política es la justicia. Y ya lo sabemos: ni los proyectos políticos ni sus gestores “caen del cielo”, los elegimos nosotros.
La compasión y la fe cristiana
¿Qué aporta la fe cristiana? Los filósofos materialistas dicen que para culminar ese déficit de justicia que no hemos sabido restaurar del todo, o que se ha quedado pendiente porque tal vez las víctimas ya no están, es necesario el anhelo de una justicia absoluta, que no está en nuestras manos. La fe cristiana identifica ese anhelo de justicia absoluta con Dios. Además de la compasión histórica realizada y propuesta por Jesús, en la resurrección que Dios otorga se realiza esa compasión escatológica -inalcanzable en la historia-, la restauración plena de lo que no somos capaces de restaurar nosotros.
La compasión y la condición histórica
La compasión nos estampa contra la realidad, nos lleva al suelo, a la condición histórica, no meta-histórica, ni metafísica. La historicidad ayuda a los cristianos en tres dimensiones: La compasión humaniza a Dios, porque Jesús realiza la condición histórica de Dios. La compasión humaniza a la Iglesia, porque la hace más semejante a Jesús. Nos hace más auténticamente Iglesia, más de Jesús y, a la vez, la hace más valiosa para la humanidad. La compasión humaniza a la teología, porque la hace reflexión acerca del Dios revelado en Jesús. La teología tiene que estar situada desde la clave de las víctimas, impregnada de anamnesis y hacerse teología política que suscite pautas para la construir una sociedad más humana, como Dios quiere.
Concluyendo. La experiencia de la compasión no es un apéndice para la Iglesia, sino lo más genuino de ella porque la constituye, la gesta, como Jesús que es su fundamento. La compasión no es sólo “pre-evangelización”, una especie de ejercicio previo para sintonizar con la gente y, después, anunciar el Evangelio. La compasión por sí misma es puro Evangelio, por sí misma evangeliza.
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