Ana Gimeno
Desde el siglo IV, la iglesia se alejó del carisma original de Jesús de Nazaret. Introdujo el sacerdocio y con él el clericalismo, creando privilegios para el clero y discriminación para los fieles. Así se sucedieron una serie de acontecimientos crueles y dramáticos. La explotación de los pobres por parte del clero, las cruzadas, la inquisición, la aprobación la esclavitud, etc. Todo ello muy alejado del carisma original que anunció Cristo, el Señor.
Siguiendo esta trayectoria, la iglesia continúa condenando, discriminando, marginado con interpretaciones humanas que pretenden ser exigencias de Dios, pero no lo son. No se ajustan al mensaje de Jesús. ¿Dónde queda la salvación universal que trajo Jesús a la humanidad?

A la pregunta propuesta: ¿La Iglesia dispone del poder para impartir la bendición a uniones de personas del mismo sexo? Se responde negativamente. El documento afirma que “se necesita que aquello que se bendice esté objetiva y positivamente ordenado a recibir y expresar la gracia, en función de los designios de Dios inscritos en la Creación y revelados plenamente en Jesucristo”.
El libro de la Sabiduría nos recuerda: «Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho. Y ¿cómo habría permanecido algo si no hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado?» (Sab 11, 24-25). Dios ama a todos los seres creados. Cada persona con su sexualidad es amada por Dios, está en el plan de Dios.
El obispo Franz Kreissl, de San Galo (Suiza), afirma que “la iglesia no es la guardiana de la bendición de Dios”. Para este obispo “la tarea de la Iglesia hoy es recorrer un camino con las personas en el que puedan integrar su sexualidad como un don de Dios”. ¿Cuándo va a entender la Iglesia que estas personas tienen derecho a vivir su sexualidad?
Dios ama a todos los seres creados. Cada persona con su sexualidad es amada por Dios, está en el plan de Dios
Una iglesia en salida tiene que atender estas cuestiones, pero se necesita un cambio de actitud en la jerarquía y en los fieles. Reconocer la igualdad de todas las personas es fundamental. Francisco habla de la fraternidad, pero la fraternidad no nos hace iguales. En la primera oración final dirigida al Creador, en la encíclica Fratelli tutti, Francisco dice: “Señor y Padre de la humanidad, que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad […]”, esto significa reconocer la igualdad de todas/os.
De nada sirve reconocer la igualdad de todas las personas, si no hay un cambio en la estructura eclesial. Modificar un canon del Código de Derecho Canónico es insuficiente. Se necesita un cambio profundo en la organización y en la vida de la iglesia.
Si no se hace, una vez más, las palabras de Francisco serán “palabras vacías” (cf. Fratelli tutti, núm 6).