El camino de fe, la mayor parte de las veces, se construye a base de muchas piezas. Vivencias y lugares que, como baldosines, van armando la ruta por la que nos vamos descubriendo, por la que nos vamos acercando o alejando de Dios. En mi caso, los orígenes de esos fragmentos son muy diversos, pero un buen número de ellos llevan el sello del Monasterio de Santa María de Bellpuig de Les Avellanes. Una torre blanca, escondida entre las colinas de Lérida, donde los Hermanos Maristas acogen, celebran, acompañan y viven.
Los hermanos cumplen en 2010 cien años de presencia en ese monasterio románico y, por ese motivo, el grupo Kairoi les ha brindado su nuevo disco “Caminando”. Paradójicamente, ninguna canción está dedicada Les Avellanes en concreto, pero en todas se adivina la sombra de su campanario, como una influencia transversal que lo toca todo. Un CD lleno de recuerdos comunes en el camino de tantas personas que, como en mi caso, han puesto las bases de su andadura de fe en esas paredes, entre las columnas de su claustro o bajo la bóveda de su capilla.
En Les Avellanes, como canta este grupo catalán, “se siente la vida que hay alrededor y hay miradas que te explican la verdad”. Pasamos por allí con el corazón abierto, sabiendo que aquello no es la meta, sino un oasis en el que recuperar fuerzas y darle sentido a tantas vivencias cotidianas, a tanta locura. Allí las personas y los gestos son el centro: “tantos guiños, tantos sueños, tanto amigo al que abrazar”, dice otra de las canciones del disco.
En el Monasterio aprendí que los cristianos podemos ser fuertes y reivindicativos, que todos y todas somos Iglesia si “abrimos los ojos, soñamos estrellas, pisamos los charcos, abrimos las puertas, rompemos molduras y estructuras viejas”. Allí descubrí otro rostro de María, a la que yo hasta entonces no me había acercado mucho, una María que no es importante por ser Virgen sino por ser Madre de Dios, la ‘Mare de Déu de Bellpuig de Les Avellanes’.
Allí me acerqué un poco más al “corazón universal” de Marcelino Champagnat, fundador de los Hermanos Maristas que, como tantos santos de su época, marcó las bases de un camino de entrega a los más necesitados, de compromiso por los niños, niñas y jóvenes de cualquier rincón de este planeta.
En Les Avellanes, al igual que yo, cientos de hombres y mujeres, jóvenes (y no tan jóvenes), han reído, han llorado, han rezado, han cantado… han acogido la vida en plenitud. Baldosas en nuestro camino de fe compartido que, además, tiene muchos puntos comunes con el de tanta otra gente. Personas que –en otros lugares de oración y reflexión, en otras congregaciones o grupos, en tantos lugares del mundo– intentan por construir su vida desde la conciencia y el compromiso, tomar “el futuro abierto en sus manos”.
Por eso, porque es local y porque, al mismo tiempo, es universal, me encanta el nuevo disco de Kairoi. Porque me siento reflejada en él y porque sé que muchas personas podrán sentirse así aunque jamás hayan estado en Les Avellanes. Tal y como lo cantan ellos, “lo que fuimos, lo que somos, en la casa siempre estará”, en los momentos de necesidad y de dificultad. Para seguir caminando.
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