Quizás un quid de la cuestión esté en la desproporción y en la ausencia de límites. La desproporción en la acumulación, en la ambición, en el consumo y en la violencia es lo parece que caracteriza al sistema. Avaricia sin límites, destrucción de recursos sin límites y violencia sin límites, como recientemente se ha puesto de manifiesto una vez más en Gaza y en la República Democrática del Congo.
No tenemos topes y nadie se encarga de ponerlos… La ambición, la avaricia, la envidia y el ansia de poder determinan este sistema. Lo aprendemos, lo reproducimos y lo perpetuamos. Si cambiáramos los valores que modelan esta sociedad (este modelo social), como sugieren muchos, serían otras las formas y la organización que aprenderíamos y que reproduciríamos, y nacería (pararlelamente) otra manera de organizar la economía.
A indagar en los porqués y en el cómo de tan necesaria transformación se han atrevido hace unos días en el Foro Social Mundial; mejor, en los Foros Sociales celebrados en diferentes ciudades del mundo a la vez, que culminaron con el macroencuentro en Bélem (Brasil).
Y precisamente este año, de crisis financiera y economías descontroladas, de innumerables violencias y de más empobrecimiento, hubiera sido una buena ocasión para poner el oído y escuchar con detenimiento las reflexiones y las propuestas que desde los movimientos sociales y altermundistas se nos hacen para iniciar la construcción de un mundo más justo, mas habitable, más humano…
Y una vez más parece que han prevalecido los oídos sordos, sobre todo de aquellos que (no sin nuestra complicidad seguramente) nos han arrastrado a esta situación tan poco digna; y una vez más ha prevalecido el slogan de las reformas, de creer que con una mano de pintura la casa quedará como nueva, cuando lo que fallan son los cimientos.
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