Desde hace unos meses, en casa nos hemos enganchado a la serie estadounidense Orange is the new Black (El naranja es el nuevo negro), una producción de Netflix que narra la vida cotidiana en una prisión federal femenina. Es una serie nada convencional, tanto por la historia que cuenta como por el formato y el hilo narrativo que sigue.
El eje central es la historia de Piper Chapman, una joven que puede ser el estereotipo del privilegio social en EEUU: blanca, rubia, acomodada económicamente, prometida con un chico de su edad y amante de los productos ecológicos. Un error de juventud, por haber estado involucrada muchos años antes en una red de tráfico de drogas, la lleva a cumplir condena en la cárcel de Litchfield. Un penal donde las negras van con las negras, las latinas con las latinas, las blancas con las blancas y las orientales están apenas presentes.
Piper llega a prisión y se ve rodeada de mujeres de todas las edades y que cumplen todos los estereotipos. Por su aspecto, por su actitud, parece que daría miedo cruzarse por la calle con muchas de ellas. El mismo miedo que siente Piper al tener que compartir celda con asesinas, ladronas o yonquis.
La serie va poniéndoles rostro y causa y a esas mujeres que parecen ajenas y aterradoras
Sin embargo, la serie va capítulo a capítulo humanizando a cada una de ellas, contando sus historias personales, su infancia o adolescencia, los delitos o las injusticias que las llevaron a prisión. En cada episodio una de ellas es protagonista. Así, la serie va poniéndoles rostro y causa a esas mujeres que parecen ajenas y aterradoras, para que el público vaya entendiéndolas, contextualizándolas e, incluso, queriéndolas un poco.
El resultado es una serie completamente coral protagonizada casi en exclusiva por mujeres. Algo bastante inusitado si pensamos en el resto de películas y series que suelen verse por televisión. En este sentido, Orange is the New Black pasa con la mejor nota posible lo que se conoce como Test de Bechdel para medir el grado de machismo de una película. Para superar este test hay que preguntarse si en el film salen al menos dos personajes femeninos con nombre, si dichos personajes se hablan la una a la otra en algún momento y si dicha conversación trata de algo más que no sea un hombre (y esto no está limitado a relaciones románticas, por ejemplo, dos hermanas hablando de su padre no pasarían el test). Vale la pena pensar en estas claves a la hora de ver una película y valorar las contadas ocasiones en las que se supera el test.
Orange is the New Black rompe, en este sentido, todos los estereotipos: apenas personajes masculinos protagonistas y un poderoso coro de mujeres de todas las edades, colores y clases sociales conversando casi, casi de todo menos de hombres. Hablan de drogas, familia, crímenes, relaciones lésbicas, conflictos de poder, dinero, religión, raza, luchas sociales, miedos, clásicos de la literatura, comida, compresas, embarazos… Todo ello con una ternura y una humanización difícil de encontrar en otras series sobre personas encarceladas. Simplemente brillante.
La pena es que para verla en España todavía hay que recurrir a ciertas habilidades informáticas o a la piratería, aunque hay noticias que afirman que la plataforma Netflix estará disponible en nuestro país a partir de este mes de octubre. Habrá que esperar a que sea así para disfrutar de esta serie, imprescindible para sentir a las personas privadas de libertad un poquito más cercanas. Porque, en el fondo, cualquiera podríamos ser una de ellas.
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