Esta mañana al abrir el balcón de mi casa me han sorprendido tres capullos en un cactus en cuyo florecimiento hace mucho tiempo que dejé de creer y esperar y he tenido, como dicen mis amigas gestálticas, un momento de insight. Me he hecho consciente del riesgo que se tiene a partir de una edad -en la que, por cierto, me encuentro- de quedar aprisionada en la costumbre y el escepticismo. Me lo ha provocado también la lectura de un texto de Pablo D´Ors, perteneciente a su Biografía del silencio, al que acudo de vez en cuando como ayuda para ahondar en el silencio en medio del ajetreo de mi vida cotidiana.
“Lo que realmente mata al ser humano es la rutina: lo que le salva es la creatividad, es decir la capacidad para vislumbrar y rescatar la novedad. Si se mira bien (…) todo es siempre nuevo y diferente. Absolutamente nada es ahora como hace un instante. Participar de ese cambio continuo que llamamos vida, ser uno o una con él, es la única promesa sensata de felicidad”.

El asombro es lo contrario a la costumbre, a la lógica de “las cosas son como son y la realidad no da más de sí” y requiere situarse en la vida no como experta, sino como discípula, en situación de permanente aprendizaje. Quizá esta fue la experiencia del profeta Isaías, que me atrevo a recrear con perspectiva de género y que siempre me conmueve: El Señor me ha dado una lengua de discípula para que pueda dar a las abatidas palabras de aliento. Cada mañana me espabila el oído para que escuche como una discípula”.
Pero el vértigo de la vida, si no estamos atentas, tiende a colocarnos más que como discípulas como burócratas. Solo la atención profunda a la realidad y a las personas y el trabajo interior nos libra de esa vorágine. Por eso este texto va sobre perplejidades y asombros, sobre aquello a lo que no quiero acostumbrarme.
No me acostumbro, por ejemplo, a que en mi barrio haya más de 200 viviendas cerradas y en manos de los bancos, mientras hay gente que sigue durmiendo en la calle o se permita seguir especulando con los alquileres de “casas en derribo”, sin cédulas de habitabilidad, donde se hacinan las personas sin papeles.
No me acostumbro a las condiciones laborales en la hostelería de mucha gente conocida, especialmente africana y bangla, que firman jornadas laborales de 15 horas semanales y trabajan 18 al día, en terrazas de moda con marca exótica e intercultural.
No me acostumbro a las políticas de gentrificación que quieren convertir barrios como el mío en nuevas zonas de élite, a costa de quienes lo habitamos y le damos visibilidad y dignidad.
No me acostumbro a que en mi barrio haya más de 200 viviendas cerradas mientras hay gente que sigue durmiendo en la calle
No me acostumbro a que la calle y la noche no sean también nuestras y habitarlas en cuerpo de mujer sea un riesgo para nuestra integridad. Ni me acostumbro tampoco a la violencia de género ni a la sospecha de que algo habremos hecho cuando decidimos denunciarla ni al miedo, ni a la culpa ni a la victimización.
No me acostumbro al inmovilismo y la violencia de juicio de muchos sectores eclesiásticos ante el intento del papa Francisco de humanizar la Iglesia y abrir en ella en otras compresiones de los modelos de familia. No me acostumbro tampoco a la sospecha que incluso los sectores más progresistas tienen hacia los feminismos, como una herramienta de liberación de las mujeres dentro y fuera de la Iglesia.
No me acostumbro al fariseísmo de los discursos y las proclamas eclesiásticas que condenan la manta (la venta callejera de objetos de marca que recientemente los obispos han declarado “pecado”) y, sin embargo, guardan silencio ante el enriquecimiento de los bancos mientras recogen sus donativos o sus inmuebles.
No me acostumbro a que las vidas de quienes nacen en Siria, Irak o Congo valgan tan poco y sus muertes sean invisibles y las de otros estén constantemente en las revistas del corazón y lo medios de comunicación de masas.
Por eso me siguen asombrando las gentes de la PAH y de STOP Desahucios y la Asamblea de vivienda de mi barrio y los okupas. Por su convencimiento de que tener una casa es un derecho humano básico, un bien común que ha de estar por encima de los intereses individuales y del mercado. Me asombra su creatividad para inventar estrategias de y formas de defensa y resistencia de quienes viven en las calles o son desahuciados.
Me asombran quienes, sostenidas en la fuerza de la organización y el apoyo mutuo, se atreven a denunciar situaciones inhumanas y aguantan la presión mantenida y la visibilizan para que otras también se atrevan y decidan hacerlo. Me sorprenden las abogadas y abogados que se mantienen en estas peleas hasta el final, aunque sus bufetes estén en siempre al borde de la crisis porque para ellos y ellas lo primero no es nunca cuánto van a cobrar.
Me sorprende la recién creada plataforma STOP Hotel para evitar que Lavapiés se convierta en un lugar turístico, que termine por expulsar a los migrantes y precarios. Me asombra que el ayuntamiento ya haya concedido la licencia y desoiga nuestro reclamo.
Me asombra la red de mujeres que en unos meses se ha organizado en algunos barrios ante la situación de violencias machistas en bares y plazas y la complicidad de algunos hombres en la denuncia y el abordaje de estos hechos. Me sorprende que algunas mezquitas nos hayan invitado a hablar de estas cosas en su oración de los viernes en contraste con el silencio de las iglesias.
El asombro es lo contrario a la costumbre, a la lógica de «las cosas son como son»
Me asombra que los gais y las mujeres cristianas tengamos un fe tan resiliente, una pertenencia tan probada y que sigamos apostando y exigiendo cambios radicales dentro de ella.
Me sorprenden las activistas, las voluntarias, las buenas gentes en tantos lugares del mundo donde la vida está amenazada: Honduras, Idomeni, Alepo, Ciudad Juárez, frontera Sur, que nos recuerdan que toda vida es sagrada y que ninguna muerte puede quedar impune.
Me asombran los capullos de mi balcón esta mañana, el milagro de la vida y la magia de los procesos.
- 23 de abril: pan y rosas - 17 de abril de 2023
- Maestras de vida: ETTY HILLESUM - 27 de marzo de 2023
- Adam Smith y los cuidados - 6 de marzo de 2023