Por José Luis Corretjé
El proyecto “Hermana tierra” se enraíza en dos bases sólidas: tierra y justicia. Jóvenes sin empleo encuentran en la agricultura ecológica un terreno abonado para ver crecer su futuro con dignidad. Manuela Carmena también come sus hortalizas.
En una luminosa huerta de dos hectáreas y media, que en tiempos dio de comer a 600 frailes, ahora cultivan la tierra dos jóvenes procedentes del Sur. Ellos vienen de países en los que, en vez de tomates y calabacines, crecen yucas y arroz. Después de sufrir en carne propia la explotación laboral con la que se recibe a los jornaleros que hablan otro idioma, Souleymane y Kebe, llegados hace años desde Guinea Conakri y Senegal, ahora disfrutan, por fin, de unas condiciones de trabajo dignas.
[quote_left]Después de jornadas de ocho horas o más recibían 200 euros al mes.[/quote_left]
Cada día se levantan a las seis y media de la mañana para desplazarse al norte de Madrid. Al llegar, les toca enfrentarse a tareas variadas que tienen como fin labrar, cultivar y recolectar los frutos del huerto ubicado a las espaldas del convento de los frailes capuchinos del Cristo del Pardo, un terreno que pasó treinta años en barbecho. «El trabajo duro no me asusta. Curramos siete horas todos los días», relata Suleymane, a quien la experiencia actual le está «enseñando mucho». Y lo dice porque sabe de qué habla. Primero probó, como miles de inmigrantes, el amargo sabor de jornales de miseria. «En 2013 fui a Jaén a la campaña de la aceituna. Te pagaban una miseria por trabajar duro y luego te cobraban el sitio en el que dormías«, recuerda. Después de jornadas de ocho horas o más recibían 200 euros al mes.
«Nos daba mucha rabia que chavales que se habían jugado el pellejo para buscarse una vida más digna en este país fueran víctimas del sistema semiesclavista que rige en las explotaciones agrarias españolas», confiesa Roberto Borda, de las asociación Apoyo, de Moratalaz, uno de los tres colectivos -junto a AFAS y SERCADE, ambas de los frailes capuchinos- que han promovido este proyecto social y medioambiental. «Al principio pretendíamos asegurar un empleo estable, con un salario decente, a algunos jóvenes. Luego nos dimos cuenta de que también podíamos integrar el cuidado de la tierra y fomentar una forma distinta de consumir«, aclara Roberto. De momento, el proyecto “Hermana tierra” de El Pardo da trabajo a dos jóvenes, aunque pretenden que en un plazo de un par de años pueda llegar a emplear a cinco.
Basándose en el modelo de los grupos de consumo que funcionan por todo el país, cada dos semanas reparten cerca de 250 cestas de hortalizas ecológicas nacidas del huerto de “Hermana tierra”. Y lo hacen en diferentes lugares de Madrid. Uno de ellos es la tienda de ropa solidaria que promovió Manuela Carmena, la actual alcaldesa de Madrid. «Es cierto. Manuela también come los vegetales que cultivamos. Ella siempre ha sido muy receptiva, incluso antes de que fuera nombrada alcaldesa, a distintas causas solidarias que le hemos propuesto», indican quienes llevan esta interesante iniciativa.
[quote_left]El proyecto “Hermana tierra” da trabajo a dos jóvenes, aunque pretenden que en pueda llegar a emplear a cinco.[/quote_left]
Cada quince días toca zafarrancho y, a lomos de una camioneta, distribuyen los productos, que la tierra les regaló, entre 250 familias de Ventilla, El Pardo, Moratalaz, Rivas y otros lugares de la Comunidad de Madrid. Diez personas voluntarias echan una mano, fundamental en la organización de un enjambre de cestas. Todas ellas terminan llegando a un público que, al comprometerse a adquirirlas, garantizan dos sueldos de 900 euros al mes para Souleymane Diallo y Aleioune Kebe. La parte de la logística es, quizá, la que da más quebraderos de cabeza, según admiten desde la organización.
Consumo ético y ecológico
La creación de puestos laborales dignos para chicos y chicas golpeados por la pobreza o la precariedad no es el único objetivo de esta iniciativa solidaria. Entre los principios expuestos en su página web (www.huertohermanatierra.org) destaca su vocación de plantearla desde el esfuerzo colectivo, el mismo espíritu que prima en una familia que se pone manos a la obra para sacar adelante una ilusión compartida. También se deja un espacio importante a cuestiones básicas, como el modo en que se cultivan y comercializan los frutos de la huerta. «Buscamos un uso racional del terreno y la energía; pretendemos fomentar productos obtenidos con un modelo de agricultura respetuoso con el medio natural a través de un desarrollo sostenible», defienden. En resumen, han optado por la agroecología, que huye de pesticidas, abonos químicos y transgénicos. Para que todo se hiciera de un modo profesional, se ha contado desde el principio con el asesoramiento de otras cooperativas ecológicas, además de los consejos facilitados por un ingeniero agrónomo amigo. Souleymane también se formó durante seis meses en técnicas de agricultura ecológica gracias a un curso del INEM.
Estas prácticas son positivas para la tierra, que no sufre las consecuencias de un envenenamiento que se ha convertido en una constante muy dañina en las explotaciones tradicionales. Pero también son beneficiosas para la salud de las personas que consumen estos tomates, berenjenas, acelgas y brócolis. La cesta de hortalizas (cuatro o cinco kg) cuesta trece euros y se completa con otra de frutas de una cooperativa de Murcia (siete euros más). También se nutren de las verduras y frutas que no son de temporada de otras cooperativas agrícolas de Madrid y Valencia.
[quote_right]Para que todo se hiciera de un modo profesional, se ha contado con el asesoramiento de otras cooperativas ecológicas y los consejos de un ingeniero agrónomo.[/quote_right]
«Están muy ricas y su sabor es mejor cuando sabes que se han cultivado siguiendo los principios de la agricultura ecológica», apunta José, uno de los receptores de la cesta quincenal que pertenece a la comunidad de Santa María del Buen Aire, de Moratalaz. «En nuestra comunidad (unas diez familias) nos hemos apuntado casi todo el mundo a recibir la cesta«, completa. «En vez de comprar la verdura y la fruta en el supermercado lo hacemos a gente que lo necesita más», prosigue. «Creemos que una de las principales armas que tenemos hoy en día la ciudadanía es el consumo. Si elegimos bien a quien compramos, podemos apoyar proyectos sociales de justicia y, además, mejorar la salud de nuestras familias. ¡Qué más se puede pedir!», concluye, soltando una carcajada que suena a gloria.
- Teología de la Sagrada Agua, desde Guatemala - 21 de marzo de 2023
- Pasar de las tinieblas a la luz – Carta Abierta a la Conferencia Episcopal Española - 1 de febrero de 2022
- ¿Dónde estaban las mujeres de Greenpeace? - 13 de enero de 2022