Gideon Levy es un periodista israelí, columnista del diario Haaretz, muy crítico con la ocupación de los territorios palestinos por las autoridades de su país y defensor del boiocot a los productos israelíes. El 29 de enero de este año recibió el Premio Olof Palme en Suecia.
Por Gideon Levy
Estoy muy contento de estar aquí y ver tanta gente: les garantizo que en Tel Aviv no habría todas estas personas escuchando lo que tengo que decir. Mi esperanza está, en realidad, mucho más puesta en Italia, en Europa, en organizaciones no gubernamentales, que en la sociedad israelí. Déjenme decirles algo acerca de mí. Nací en Tel Aviv, mis padres fueron ambos refugiados en Europa. Era un típico producto del sistema educativo israelí, he sufrido el lavado el cerebro como la mayoría de mi generación. Nunca había oído hablar de la Nakba y pensaba que nosotros, los judíos, hemos tenido siempre razón y que los árabes se habían equivocado siempre, que nosotros éramos David y ellos Goliat, que el único propósito de los árabes era arrojarnos al océano y que nosotros somos las víctimas: las únicas víctimas.
[quote_right]No es fácil para mí, israelí que vive en Israel, decir lo que voy a decir, pero mientras Israel y los israelíes no sean llamados a rendir cuentas de sus crímenes, no puede existir ningún cambio.[/quote_right]
Yo era un buen muchacho de Tel Aviv: serví en el ejército e hice algo tal vez peor: trabajé cuatro años para Simon Peres. Nadie es perfecto. Y cuando eres joven, cometes errores y haces tantas cosas estúpidas. Solo al final de los años 80, con la primera Intifada, visité los territorios ocupados como periodista y me di cuenta de que se estaba consumando un drama en nuestro propio patio trasero: un gran drama del que los israelíes no quieren saber nada y del que poquísimos periodistas israelíes hablan. Desde ese momento fui, poco a poco, decidiendo que dedicaría mi vida profesional a la documentación del delito de ocupación para los pocos, muy pocos, israelíes que desearan conocerlo y para los archivos. Así, cuando un día -y estoy seguro de que vendrá-, les preguntemos a los israelíes dónde estaban cuando todo esto estaba sucediendo y muchos respondan «no sabía nada», habrá evidencia de que, si alguien quería saber, podría haberlo hecho.
En estos 30 años mi visión se ha vuelto cada vez más radical, porque, cada vez más consciente de cuán criminal es la situación, me he convencido de que sólo si nos enfrentamos a ella de una manera radical será posible encontrar una solución. Durante años he defendido la solución «dos pueblos, dos Estados» creyendo que era buena y justa, pero ahora me doy cuenta de que nunca ha habido ni siquiera un político israelí de relieve que haya querido poner fin a la ocupación o a dar paso a la solución de dos Estados. Y ahora que hay 600 mil colonos, el tren de la solución de dos Estados ha dejado para siempre la estación. Volveremos sobre el tema más adelante, porque me gustaría dedicar este discurso más que nada a analizar la sociedad israelí y su desarrollo durante estos años.
Un estado, tres regímenes
Israel es, quizá, el único país del mundo que tiene tres velocidades.
Es una democracia liberal para sus ciudadanos judíos. Una democracia cada vez más frágil y débil, con el aumento de la aprobación cada vez más frecuente de leyes antidemocráticas y, en todo caso, hay una escasa conciencia de que democracia quiere decir la voluntad de la mayoría.
El segundo régimen es el que se sustancia en la relación con los ciudadanos palestinos de Israel (los árabes-israelíes, 20% de la población): formalmente participan en la vida democrática, votan, son elegidos, tienen libertad de expresión y movimientos, pero son objeto de discriminación en todos los campos posibles.
El tercero es, obviamente, la ocupación militar de los territorios: una de las tiranías más brutales en el mundo y no estoy exagerando. Tiranía totalitaria como ninguna otra. Un régimen que puede ser definido solamente como apartheid porque tiene el aspecto y la sustancia del apartheid. Porque cuando dos pueblos comparten un pedazo de tierra y uno de ellos goza de todos los derechos y el otro de ninguno, esto es apartheid. Así que aquí está la primera mentira: «Israel es la única democracia en Oriente Medio». No existe una democracia a medias: o es una democracia en el sentido completo o no lo es; o una democracia es tal para todos los que viven bajo su soberanía o no es una democracia. Y puesto que es innegable que los dos millones de palestinos en Cisjordania y los dos millones de palestinos de Gaza viven de diferente manera, bajo el control de Israel, decir que Israel es una democracia es más que propaganda.
[quote_right]Debemos empezar a pensar en nuevos términos. Porque la solución de dos Estados es parte del pasado.[/quote_right]
Es una democracia para un privilegiado como yo: nacido judío israelí. Pero no se puede definir el régimen de un país considerando sólo una de sus caras. Y llego así a la pregunta que me planteo desde hace años: ¿cómo es posible que una tiranía tan brutal tenga lugar a media hora de mi casa y la sociedad israelí no esté mínimamente afectada por lo que pasa? Los israelíes no son monstruos. Siempre son los primeros en enviar ayuda en caso de desastres naturales a todo mundo. ¿Cómo es posible que no haya ninguna reacción a todo esto? Muchos israelíes están profundamente convencidos de que las fuerzas de defensa israelíes (FDI) son el ejército más ético del mundo. A menudo he intentado despejar esa idea tratando de decir que tal vez es el ejército más ético del mundo en segundo lugar: que tal vez el ejército de Luxemburgo, lugar que cuenta con un ejército, es más ético que el de Israel. Tales declaraciones escandalizan: «¿Cómo puedes decir tal cosa?». Pero si en Gaza, hace un año y medio, el ejército ha matado a 500 mujeres y 500 niños, ¿cómo puedes pensar que es el más ético del mundo? Para que se produzca un cambio necesitamos entender las razones de las cosas. Los israelíes tienen un número de creencias que les permiten sentirse tranquilos y seguros de que la justicia está de su lado. La primera creencia es la de ser el pueblo elegido y que, por lo tanto, tiene más derechos que otros. La convicción de que el derecho internacional es, sí, importante y debe ser aplicado a todo el mundo, pero no a Israel, que es un caso especial. Las resoluciones internacionales hay que obedecerlas, sí, pero no Israel. Israel es un caso especial. Somos el pueblo elegido y eso nos da el derecho a hacer todo lo que queramos.
La segunda creencia es la de que nosotros somos las víctimas. Más: que somos las únicas víctimas. A lo largo de la historia ha habido muchas ocupaciones más brutales y más largas que la israelí, pero nunca ha habido una ocupación en la que el ocupante se haya presentado como la víctima. Siempre se pone el énfasis en la seguridad y el bienestar del ocupante, lo que lleva a interpretar la situación como una imposición de las circunstancias. O, para citar las palabras de Golda Meir, primera ministra israelí en la década de 1970: «Nunca perdonaremos a los palestinos que nos hayan obligado a matar a sus hijos». De nuevo ser las víctimas da a los israelíes el derecho a hacer lo que quieran.
La tercera convicción, promocionada por los medios de comunicación israelíes, que juegan un papel criminal y que son los principales cómplices de la ocupación, proviene de la campaña de deshumanización y demonización de los palestinos. Básicamente la mayoría de los israelíes –no todos– cree que los palestinos no son realmente seres humanos hasta el fondo, totalmente. Y esto nos da la oportunidad, una vez más, de hacer lo que queramos, porque si no son seres humanos -o no son seres humanos como nosotros- no hay ninguna cuestión respecto a los derechos humanos.
A todo esto se une la creencia de que los palestinos han nacido para matar, son todos terroristas. Que los palestinos jóvenes despiertan por la mañana y deciden ir a matar a judíos. A algunos les gusta cazar mariposas, a otros coleccionar sellos, a los niños palestinos les gusta matar. Y esta demonización, unida a la deshumanización, confirma una vez más que se está del lado de la razón. Estas tres convicciones -ser el pueblo elegido, ser las víctimas y que los palestinos, en el fondo, no son seres humanos– son un poderoso instrumento de lavado de cerebro. Un instrumento que me hace escéptico sobre la posibilidad de cambio dentro de la sociedad israelí, que con los años se ha colocado cada vez más a la derecha, se ha hecho cada vez más nacionalista, racista, militarista. Está muy claro a dónde está yendo y es prácticamente imposible esperar un cambio desde adentro mientras estas condiciones persistan.
[quote_right]El odio y miedo en las relaciones entre israelíes y palestinos han llegado a niveles sin precedentes. Tomará tiempo curar las heridas.[/quote_right]
¿Ninguna esperanza?
Sin duda, en la sociedad israelí hay grupos valerosos que trabajan por un cambio, pero su coraje no compensa su pequeño tamaño y su marginalidad, también porque no están legitimados por los medios de comunicación. Les traigo el ejemplo de la organización Breaking The Silence, que reúne los testimonios de los soldados israelíes que quieren «romper el silencio» sobre los crímenes cometidos en los territorios ocupados. Esta organización constituyó una gran esperanza: podría haber sido un choque y conducir a un despertar de la sociedad israelí. Y, sin embargo, esto no ha ocurrido porque el stablishment militar –junto con los medios de comunicación– la deslegitimó inmediata y totalmente, impidiéndole expresar todo su potencial. He mencionado Breaking The Silence pero hay muchas organizaciones de este tipo. Su influencia, sin embargo, es cero. En este contexto, no cabe esperar un cambio que venga del interior de la sociedad israelí.
La esperanza sólo puede ponerse fuera de Israel, en el mundo. El problema, ustedes lo saben mejor que yo, es que la Europa institucional está totalmente paralizada debido al pasado y a sus sentimientos de culpa y, además, no es sino la pálida sombra de los Estados Unidos. En consecuencia, básicamente, no hace nada. Tomemos el ejemplo reciente del etiquetado de las mercancías procedentes de las colonias judías (en Palestina). Después de tantos años, finalmente Europa toma esta decisión. Y esto es lo que sucede. Europa inmediatamente comienza a disculparse: «Es sólo una cuestión técnica»; «No tiene ninguna significación política. El deber de Europa se convierte en algo por lo que pedir disculpas. Cuando compro un coche, quiero saber si es robado, tal vez lo compre de todos modos, pero yo quiero saber. Cuando compro una bebida, quiero saber cuáles son los ingredientes y dónde se produce. Y, si se produce en una tierra robada, quiero saberlo. No es sólo mi derecho: es deber de mi país el informarme». En Israel se presentó como un paso antes de Auschwitz. «¡Europa criminaliza otra vez a los judíos!». Los israelíes están tan orgullosos de los productos de los colonos: ¿por qué no dejar que se sepa que se han hecho allí?. Se ha agitado, por lo tanto, el espantajo de las sanciones. Pero cuando Rusia invadió Crimea las sanciones llegaron después de algunas semanas: en nuestro caso, después de 48 años de ocupación, no se ha visto todavía nada. Y después los EEUU han demostrado que dan carta blanca a Israel para todo: bombardear Gaza, construir nuevas colonias. Una situación que ha alcanzado niveles sin precedentes en los últimos siete años, bajo el Presidente Barack Obama, quien, habiendo sido una gran esperanza, representa, por lo tanto, la mayor desilusión. Todo esto en un momento en que Israel depende del apoyo de Estados Unidos más que nunca, no sólo económica y militar sino también políticamente. De los Estados Unidos, por tanto, nunca vendrá un cambio de ruta.
[quote_right]Estas tres convicciones -ser el pueblo elegido, ser las víctimas, y que los palestinos en el fondo no son seres humanos– son un poderoso instrumento de lavado de cerebro.[/quote_right]
Empezar a pensar en términos nuevos
Así pues, la última esperanza son ustedes. La sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales, la opinión pública en Europa y los Estados Unidos. Podemos ver en los últimos años un creciente desajuste entre el comportamiento de los gobiernos y los medios de comunicación por una parte y de la opinión pública, por otra. Mientras que los gobiernos y los medios de comunicación siguen ciegamente apoyando a Israel y sus crímenes, la opinión pública se está haciendo cada vez más consciente de que esta situación es inaceptable y que, como tal, no durará para siempre. Y así, asociaciones, organizaciones no gubernamentales y la realidad, como por ejemplo el movimiento BDS (boicot, desinversión y sanciones) representan una fuente de esperanza en un tiempo en que la esperanza es cada vez más rara.
No es fácil para mí, israelí que vive en Israel, decir lo que voy a decir, pero mientras Israel y los israelíes no sean llamados a rendir cuentas de sus crímenes, no puede existir ningún cambio. Es un largo camino, pero debemos comenzar en algún lugar y el mayor animo lo recibí en un par de visitas a Sudáfrica, porque si el boicot funcionó allí, no hay ninguna razón por la que no pueda funcionar en Israel.
La pregunta es: ¿hacia dónde vamos? Como dije al principio, perdí la esperanza en la solución de “dos pueblos, dos Estados”. Y, ¿qué alternativa ve usted? Creo que la solución de dos Estados no se concretará nunca y que si se continúa hablando de ella es sólo para ganar tiempo, ocupar más tierras y mantener el statu quo. Debemos empezar a pensar en nuevos términos. Porque la solución de dos Estados es parte del pasado. Me gustaría mucho que fuese realizable pero no lo creo ya. Pero, entonces, ¿qué alternativa hay? La solución «un Estado». Y quiero decirlo claramente: el Estado único ya existe desde hace 48 años. Millones de palestinos viven bajo las leyes israelíes, en un solo Estado. El único problema es que este Estado es antidemocrático.
Tenemos que cambiar los términos del discurso y avanzar en la igualdad de derechos, en la igualdad. ¿Qué podría aducir Israel para rechazar esta perspectiva? ¿La seguridad, la religión, la Biblia? El único argumento que podría oponer es: ¡los judíos tienen más derechos! Eso significa oficialmente que es un régimen de apartheid. Entonces se plantearía la cuestión en nuevos términos: ¿el mundo está dispuesto a tener un nuevo Estado de apartheid? ¿Y qué está dispuesto a hacer para poner fin a este crimen injusto?
Nadie puede imaginarse lo que es vivir bajo la ocupación israelí. Y no me refiero a las ejecuciones extrajudiciales, detenciones sin juicio, demolición de casas, el castigo colectivo, la confiscación de tierras. Estoy hablando de las humillaciones diarias, de los niños obligados a ver día tras día a sus familiares humillados delante de sus ojos, arrancados de sus propios lechos, detenidos y golpeados. Estoy hablando del hecho de que no se puede planificar nada porque no se sabe lo que pasará mañana. Estoy hablando de que el derecho a moverse es como un «regalo» que los soldados pueden conceder o no, según les plazca.
Una realidad que en 48 años no ha cambiado. Podemos pensar que todo ha ido mejorando con el tiempo, pero no es así. Y por eso la resistencia continúa, como siempre ha sido el caso en la historia. Y todo esto sucede a un pueblo que ya ha pasado por mucho sufrimiento en 1948, un pueblo que considero entre los más tolerantes del mundo porque, en relación con lo que sufre, su reacción es demasiado limitada. Y todo esto sucede a tres horas y media de vuelo desde aquí y a manos del Estado probablemente más privilegiado del mundo.
Israel me acusará de antisemitismo, de ser partidario del terrorismo, hará cualquier cosa para callar las voces críticas, pero ninguna persona de conciencia en todo el mundo debe ignorar estas acusaciones sin preguntarse a sí mismo: ¿puedo aceptar que todo esto siga, una y otra vez, sin hacer nada para tratar de lograr un cambio?
No soy ingenuo y sé que éste es un largo camino. El odio y miedo en las relaciones entre israelíes y palestinos han llegado a niveles sin precedentes. Tomará tiempo curar las heridas, pero no quiero dejarles con la sensación de que no hay esperanza. Por ello concluyo con tres argumentos para la esperanza.
[quote_right]La esperanza sólo puede ponerse fuera de Israel, en el mundo.[/quote_right]
Muchas veces en la historia las cosas suceden inesperadamente. Si nos hubiéramos conocido en los años 80 y les hubiera dicho que la Unión Soviética iba a colapsar en un mes, que caería el muro de Berlín y que se derrumbaría el régimen del apartheid en Sudáfrica, muchos de ustedes me hubieran tomado por un tonto.
La segunda fuente de la esperanza viene de lo que he observado recientemente en el estado de Nueva Inglaterra: sucede muy a menudo que un gran árbol cae de improviso y cuando cae uno se da cuenta de que estaba totalmente podrido… y ¿qué hay de más podrido que la ocupación israelí?
Por último, por si todo eso fuera poco, son las palabras que un hombre sabio dijo una vez: «En el Medio Oriente hay que ser lo suficientemente realista como para creer en los milagros».
Fuente: ADISTA
Traducción: Carlos Barberá
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