Juan Larios, pastor de la Iglesia Reformada Episcopal es casado, padre de una hija y un hijo. Dejó su trabajo en Correos para ser ordenado presbítero de la Comunión Anglicana. Es rector de la parroquia de La Esperanza en Alcorcón. Con su comunidad actúa entre personas y colectivos en exclusión y trabaja en la tarea ecuménica. En el foro GOGOA habló sobre “Lutero: reforma, modernidad y perspectivas actuales”.
Acaban de cumplirse 500 años del inicio de la Reforma Protestante. ¿Qué eco ha tenido este aniversario?
Ha sido importante. Se están celebrando muchos eventos, sobre todo en el ámbito de las diferentes Iglesias cristianas, compartidos también por la Iglesia católica romana. El papa Francisco viajó a Suecia para conmemorar estos 500 años con la Iglesia Luterana, y allí dijo que “es bueno y necesario cultivar y propiciar la cercanía y el encuentro entre los cristianos”. De un Congreso de Teología Ecuménica celebrado en Salamanca ha salido un valioso documento: Del conflicto a la comunión. Me atrevería a decir que, en nuestro país, se ha hablado mucho más de Lutero y la Reforma en este año 2017 que en los 499 años anteriores. Y eso está muy bien, por supuesto.
Eso de que el 31 de octubre de 2017 Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg su escrito sobre las indulgencias, ¿es verdad histórica o es leyenda?
El año 1516 el dominico Juan Tetzel comenzó a predicar la indulgencia concedida por León X para la continuación de la obra de la Basílica de San Pedro de Roma. Lutero, monje agustino, elaboró y presentó 97 tesis que atacaban a la teología escolástica oficial y se posicionaban a favor de una teología mucho más bíblica y patrística. La imprenta divulgó, sin su permiso, copias de sus famosas tesis contra las indulgencias, que él había enviado al obispo de Magdeburgo y a un reducido grupo de teólogos para que las estudiasen y llevasen a discusión. Según sus biógrafos más serios, Lutero jamás llegó a clavar las tesis en la puerta de la capilla del castillo de Wittenberg.

Larios Antequera posando antes de ofrecer en el foro Gogoa la charla «Lutero: reforma, modernidad y perspectivas actuales». FOTO: IÑAKI PORTO
La Iglesia y el Imperio tenían gravísimos problemas.
La Iglesia había llegado a una triste realidad de corrupción. Estaba más ocupada en intereses temporales que en el Evangelio. Había una “aristocracia clerical” en la que los prelados eran auténticos príncipes poseedores de grandes tierras y trataban a los campesinos como cualquier otro señor feudal; y esto frente a una enorme plebe sacerdotal, pobre e ignorante. A mí me llama la atención ahora mismo el papa Francisco cuando advierte a sus obispos que no son príncipes sino servidores; por algo será. Si a aquello añadimos el surgimiento del humanismo, el empuje del Renacimiento y los problemas políticos del Sacro Imperio, el caldo de cultivo estaba más que servido.
¿Cómo era, qué experiencias vivió Martín Lutero?
La biografía de Lutero, un hombre de su tiempo, tiene luces y sombras, y grandes contradicciones. Fue un hombre de profunda espiritualidad; un incansable buscador de Dios. Estuvo torturado, autoflagelado y obsesionado por el pecado y la culpa, hasta que tuvo una honda experiencia mística tras la que llegó a sentir a Dios no como juez implacable, sino como Padre misericordioso y la resumió diciendo que “La sola fe en Dios es suficiente para la salvación del ser humano”, sin necesidad de obras. Por eso se opuso a las indulgencias. Fue capaz de expresar muchos sentimientos que estaban en el corazón de sus coetáneos. Intuyó la idea de la conciencia personal, pero fue un hombre inmerso en el fideísmo y eso le situó como contrario a la razón -a la que llegó a llamar “la puta del diablo”- y contrario también al humanismo que defendía la dignidad de la persona humana, lo que le llevó a un fuerte enfrentamiento con Erasmo sobre el tema de la libertad.
Es aún muy polémica la actitud que adoptó con la comunidad judía.
Aquí hay que hilar muy fino. Se ha querido -y se sigue queriendo en determinados entornos- colocar el pensamiento de Lutero como fundamento del antisemitismo moderno y hasta nazi, fundamentado en la cuestión de la raza. Eso no tiene sentido; en todo caso, el que podríamos llamar “antisemitismo” de Lutero sería puramente teológico. La cuestión de la raza fue totalmente ajena a él. Sí que es verdad que, avanzada su vida, Lutero entró en un estado obsesivo con respecto a los judíos porque pensó que existía una gran conspiración contra él por parte de dicha comunidad. Parece ser que eso tuvo lugar a raíz de una intoxicación que padeció después de haber tenido una comida kosher con un grupo de rabinos. A partir de entonces sufrió fuertes depresiones y también grandes momentos de euforia desmedida. De manera que muchas de las expresiones recogidas en las famosas “Charlas de sobremesa” con respecto a los judíos y católicos romanos hoy nos parecen una auténtica barbaridad. El antisemitismo actual utiliza un texto suyo, de 1543, Sobre los judíos y sus mentiras.
Una de las aportaciones de Lutero con mayor interés actual es su “Teología de la Cruz”: Dios no se manifiesta en poder y gloria, sino en debilidad y compasión con los sufrientes. ¿Cómo entender su posición, al lado de los príncipes, en la feroz represión contra más de 100.000 campesinos que se sublevaron desesperados?
Las condiciones sociales de los campesinos: pobreza, enfermedad, forzada sumisión, tuvieron una respuesta desesperada. Ellos esperaban encontrar en el nuevo movimiento una puerta abierta a sus derechos y libertades. Pero Lutero les instó a que no atacaran a sus príncipes y nobles, a los cuales también criticó duramente. Después, cuando estalló la guerra del campesinado, animó a los poderosos a terminar sin piedad con los revolucionarios. Esta fue, desde mi punto de vista, otra de sus grandes contradicciones. Por un lado habla de la Teología de la Cruz, es decir, Dios no se revela desde el poder sino desde la cruz de su hijo; por otro prefiere apoyar a los príncipes para mantener el orden del Estado. Sabía perfectamente que sin el apoyo del poder civil o mundano no conseguiría llevar a cabo la Reforma.
¿Cómo se considera hoy a Martín Lutero en las Iglesias cristianas?
Obviamente, para nosotros, los protestantes y evangélicos, Martín Lutero fue el gran reformador. Un hombre de Dios que, a pesar de sus errores y sombras, trató de sacar a la Iglesia del lugar sórdido y cenagoso donde se había situado desde hacía siglos. Fue un hombre culto, preparado y de una gran dimensión religiosa y humana. Eso lo reconoció hace tiempo el dominico Yves Congar, uno de los grandes teólogos católicos promotores del ecumenismo moderno, cuando afirmó que “para entender la Reforma Protestante y al protestantismo, hay que considerar, en primer lugar, a Martín Lutero”. Y esta idea quedó muy anclada en el corazón del concilio Vaticano II, que trató de borrar la imagen tan denigrante que se había construido del Reformador y la Reforma. Más recientemente, el cardenal Walter Kasper ha indicado que “Martín Lutero es uno de los Padres de la Iglesia”, atendiendo a una doble tradición, católica y evangélica.
Danilo Castellano, filósofo del Derecho, ha escrito que “Lutero representa el canto del gallo de la Modernidad”. Pero no ha faltado la polémica histórica y religiosa, entre gente ultraconservadora y gente progresista.
Yo no pienso que Lutero sea el padre de la Modernidad, pero sí creo que está fuera de toda duda que la Europa actual no sería la misma si no hubiese tenido lugar la Reforma protestante. La Reforma no fue, en principio, una cuestión política. Lutero era un hombre de Iglesia que quiso reformarla. Pero, partiendo de una sociedad de cristiandad donde todo pasaba por el tamiz de lo religioso, la Reforma, a medida que se fue consolidando, afectó en gran manera a lo político y a los demás ámbitos de la sociedad y la cultura.
¿Qué semillas de modernidad dejó la Reforma?
Al afirmar el “sacerdocio universal de todos los bautizados” rompió la estructura jerárquica y afianzó la individualidad y subjetividad de la persona. Al dar seguridad de “salvación por la fe” deshizo el inmovilismo y el miedo. Al hacer énfasis en que “todas las personas son iguales ante Dios” propuso una actitud religiosa democratizadora: en la persona de Jesús todos podemos acceder a Dios sin necesidad de otros mediadores. Con su lectura del relato bíblico del Génesis en relación a la Naturaleza impulsó el pensamiento crítico y científico. Puso también la semilla de la educación universal.
¿De qué modo avanzó esa educación universal?
En los grandes reformadores siempre estuvo el interés de formar una sociedad educada. El propio Lutero decía que “El principal bienestar, seguridad y fuerza de una ciudad consiste en que tenga gran número de ciudadanos capaces, inteligentes, sabios, honorables y educados”. Calvino insistía en el cultivo del intelecto -junto con Zwinglio- y decía: “Una verdadera fe debe ser una fe inteligente”. Promovieron la lectura de la Biblia para edificar a la ciudadanía; por tanto la ciudadanía tuvo que aprender a leer. También abrieron la educación para las mujeres. Melanchthon incluía el descanso en las escuelas. Zwinglio insistía mucho en la importancia del juego en el aprendizaje, la música. Esto a mí me suena mucho al movimiento de las Escuelas Nuevas, que en España ciertamente tuvo su representación. Por ejemplo, en la Institución Libre de Enseñanza.
Los grandes avances de las ciencias bíblicas permiten hoy una lectura interpretativa crítica de los textos. Pero algunos se empeñan, de manera fundamentalista, en la literalidad de lo escrito.
La reforma trajo una “relectura”, una incipiente “lectura crítica” de las Sagradas Escrituras. Todavía cierto conservadurismo católico-romano entiende hoy que con esa actitud crítica se ha hecho un profundo daño a la lectura de la Biblia. Esa forma “crítica” de leer las Escrituras, también es rechazada por la gran mayoría de las Iglesias evangélicas. Padecemos un fuerte fundamentalismo bíblico que no hace sino impedir el dinamismo de la propia palabra. Un fundamentalismo literalista que clausura al propio texto sagrado. Esto es contrario a la evolución del pensamiento reformado.
Ese fundamentalismo, ¿ha alcanzado a otros aspectos del protestantismo en España?
Actualmente y, por supuesto, desde mi punto de vista, el protestantismo en España -si es que se puede hablar de “protestantismo” como tal, excepto raras excepciones, que las hay gracias a Dios- ha sido secuestrado y diluido de manera sistemática e implacable por una corriente fundamentalista y literalista venida de otros lugares y que ha causado una gran diversificación y división en el mundo protestante.
¿Qué expresiones y qué consecuencias tiene todo eso?
Toda esa corriente “neo-misional”, “neo-apostólica”, “neo-profética”, “neoconservadora”; el exacerbado énfasis que todas estas expresiones hacen en la salvación personal; el determinismo teológico y existencial que proclaman: “Todo está bajo un plan que responde a la sola soberanía y sabiduría de Dios; todo está bajo el control de Dios”. Todo eso está diluyendo, implacablemente, el progreso civilizador, los valores democráticos y sociales, la educación crítica, el diálogo necesario entre fe y cultura, fe y razón; la necesidad apremiante de entender que las Sagradas Escrituras no solo nos remiten a la dimensión espiritual sino que nos interpelan también a intervenir en los grandes problemas de la vida social. El Evangelio no es un tesoro que se nos ha dado para disfrutarlo exclusivamente en nuestro ámbito personal y parroquial o congregacional; se nos ha dado para que lo invirtamos en la construcción de un mundo justo e igualitario, donde no quepan las miserias de ningún tipo ni las exclusiones. Se nos ha pedido que seamos sal de la Tierra y no constructores de muros y divisiones.
¿Fue el luteranismo el padre del liberalismo y del gran mercado?
Lutero se enfrentó a los abusos del comercio y la usura. No pudo exponer más alto, ni más claro cuál era su posición ante el abuso y el egoísmo económico que “vendía al pobre su propia necesidad”. Hoy sufrimos un sistema económico mundial perverso, apoyado por dirigentes políticos corruptos. Este año, en nuestro país, según el Informe FOESA, la tasa de pobreza se ha incrementado hasta un 22’3%, y hay 648.000 hogares que no tienen ningún ingreso por salario o prestación pública. ¿Donde está la protesta de nuestras Iglesias protestantes? Una cosa es la “caridad pasiva” y otra, el compromiso social activo, que también es total y legítimamente evangélico. De lo primero no me cabe duda que hay mucho, de lo segundo… muy poco.
¿Qué hay hoy del ecumenismo, del reencuentro de los cristianos, tanto tiempo separados, en una praxis social liberadora y de cuidado del planeta?
Llevo muchos años trabajando en el Ecumenismo que, a partir del Vaticano II, tuvo una explosión tremenda. A mi manera de ver, hoy en España ha habido un frenazo de parte de una gran cantidad de Iglesias –llamémosles evangélicas- muy conservadoras que llegan de fuera y no quieren que el ecumenismo vaya adelante. Unas consideran que se trata de un engaño de la Iglesia Católica para llevar a todos de nuevo a su redil. Otras piensan que eso es antibíblico: se creen la Iglesia verdadera y todo lo demás no vale. Por otro lado, aunque en el ecumenismo han quedado aparcadas algunas cuestiones doctrinales disputadas, otras sí que se abordan entre teólogos bien formados. Y hay grandes avances. Los anglicanos han producido recientemente un documento precioso, María, gracia y esperanza en Cristo, que han firmado también los católicos romanos. Hay acuerdo en importantes temas como la justificación por la fe o la autoridad en la Iglesia. Pero la experiencia cristiana va más allá de los dogmas. Dice la primera carta de Juan que “a Dios nadie le ha visto jamás” y que “Dios es amor”, pero nosotros nos hemos empeñado, a través de los siglos, en hacernos imágenes de Dios. Con el avance en los estudios bíblicos, hemos abandonado la imagen de un dios justiciero y castigador para reconocer a un “Dios que tiene entrañas maternas”, como dice el profeta Oseas, o Padre del hijo pródigo en el evangelio de Lucas. Un gran ecumenista español, José Luis Diez, director de la revista Pastoral Ecuménica, dice que “o rompemos barreras o el ecumenismo tiene los días contados”. También yo pienso así; tenemos que clavar una tesis en la puerta de todas las iglesias: “Aquí no nos mueve más que el amor”.