Jesús Sanz: “El verdadero cambio ha de ser personal, comunitario y sociopolítico”

Jesús Sanz Abad, profesor de Antropología Social en la Universidad Complutense de Madrid, es miembro de varios movimientos sociales, del espacio de consumo responsable El Rincón Lento y del Centro de Estudios Cristianisme i Justícia. Habló en el Foro GOGOA sobre “Cómo pensar el cambio hoy. Itinerarios para una Europa Social”.

Cada día vemos, en nuestro mundo globalizado, que hay poderes muy grandes que escapan a la política.

Eso lo explicó muy bien Zygmunt Bauman, que señaló el divorcio entre el poder y la política en este contexto de globalización. Hay una asimetría creciente entre la esfera reguladora del Estado y el marco de actuación del poder financiero y las corporaciones transnacionales. Bauman decía “Hoy tenemos un poder que se ha quitado de encima a la política y una política despojada de poder”. Y triunfa, a través de los medios pero también en el ámbito académico, el pensamiento neoliberal. En pocas palabras: individualismo, libertad de mercado y Estado mínimo.

El cambio y el deseo de transformación social han sido esperanzas movilizadoras en el mundo durante los últimos años. ¿En qué medida se están cumpliendo?

El fenómeno ha sido mundial y local. Llegó también a nuestro país en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015, que dieron lugar a bastantes “gobiernos de cambio”. Pero, a pesar de la mejora económica, la recuperación no llega a muchos hogares, la pobreza se cronifica, el empleo que se crea es muy precario y los más jóvenes sienten la falta de oportunidades. El proyecto comunitario europeo ha perdido legitimidad, como muestran la salida del Reino Unido de la Unión Europea y el auge de partidos antieuropeístas, pero, sobre todo, las políticas de austeridad, la brecha económica entre el norte y sur de Europa y la falta de una respuesta, solidaria y respetuosa con los derechos humanos, a la gran crisis de millones de refugiados. En el ámbito mundial vivimos el auge de un populismo y nacionalismo autoritarios y agresivos, cuyo mayor exponente es el actual presidente de los EEUU, Donald Trump. Pero, además, se están dando transformaciones de profundo calado debidas a la revolución tecnológica y la globalización y no hay capacidad de vislumbrar las coordenadas de futuro.

Jesús Sanz participa en el Foro Gogoa

Sanz posando con motivo de su participación en el Foro Gogoa Foto Patxi Cascante

¿Estamos cansados, adormecidos? ¿Queda aún capacidad movilizadora?

El manifiesto Unidos por un cambio global, firmado y agitado por centenares de miles de personas en casi mil ciudades de más de ochenta países, invita a la ciudadanía a “reclamar sus derechos y pedir una auténtica democracia”, a la vez que denuncia cómo “los poderes establecidos actúan en beneficio de unos pocos, desoyendo la voluntad de la gran mayoría, sin importarles los costes humanos o ecológicos”. El debate y la puesta en práctica de alternativas están vivos y presentes en nuestro mundo globalizado: la apuesta por una sociedad que avance hacia la equidad y la justicia social, la propuesta de ahondar en la democracia y en la participación ciudadana y el afán por articular una economía al servicio de las personas.

¿Quiénes y cómo pueden ser protagonistas del cambio?

El cambio ha de ser personal, comunitario y sociopolítico. La historia es un proceso abierto y no determinado de antemano. Contra el fatalismo y la resignación están las vías de la educación, la experimentación, la acción y el compromiso en múltiples ámbitos, donde realidad y utopía vienen a encontrarse. No es fácil el reto. Sin embargo, como dice Pedro Casaldáliga, el obispo poeta y defensor de los pobres en Brasil, que ahora cumple 90 años: “Es tarde, pero es nuestra hora. Es tarde, pero es madrugada si insistimos un poco”.

Los grupos “altermundialistas” siguen repitiendo que “otro mundo es posible”. Pero, ¿son capaces de precisar el método para construir esa alternativa?

En los últimos años, en seminarios y espacios de Economía Crítica, se están haciendo nuevos planteamientos sobre cómo pensar y llevar adelante los proyectos de transformación social. Ahora se entienden de forma dinámica, flexible y abierta a una construcción permanente. Se trata de ir trazando “rutas sin mapa” y tienen tanta importancia los procesos como los resultados finales. La gente que participa, de manera democrática, de abajo a arriba, elabora un proyecto a partir de objetivos compartidos, pero no hace un diseño cerrado, sino que explora y ensaya, va agregando nuevas formas de confluencia, y busca alianzas con otros colectivos y actores sociales. Grupos diversos, guiados por un imaginario de valores diferentes a los del modelo dominante, que, en cooperación, hacen que se produzcan de forma complementaria el cambio personal y el global.

¿En qué ejes de trabajo se fundamenta esa propuesta de emancipación social?

Yo diría que son cuatro. El primero, apostar por una sociedad que avance hacia la equidad y la justicia social, mediante el reconocimiento de nuestras diferencia e identidades, un reparto más justo de los recursos y la riqueza, la determinación de salarios mínimos y máximos, una fiscalidad justa, la lucha contra el fraude y paraísos fiscales y la garantía de servicios públicos de carácter universal. El segundo, ahondar en la democracia y en la participación ciudadana, no solo con mecanismos electorales y cargos representativos, sino también con espacios de deliberación y propuesta. El tercero, dar respuesta a la crisis ecológica y civilizatoria, asumir los límites del planeta y construir un ideal compartido de vida, desligado de la acumulación constante de bienes materiales y vinculado a una vida más comunitaria y sencilla. Y el cuarto: desarrollar una economía al servicio de las personas, en que la organización del trabajo responda a las necesidades de la vida y del cuidado de la gente.

El sistema capitalista es muy poderoso y tiene sus propias leyes e intereses. Frente a él parece posible crear “islas” de solidaridad y cooperación. Pero, ¿se pueden pretender cambios de mayor alcance?

Está claro que se le pueden buscar grietas al sistema y actuar en esos intersticios y, de hecho, han surgido abundantes iniciativas que, a partir de la organización colectiva, cubren muchas necesidades: la economía social solidaria, las cooperativas de energía renovable, las viviendas y centros sociales autogestionados o las huertas y grupos de consumo comunitarios. Por la vía electoral y con partidos políticos se pueden alcanzar algunos cambios de mayor alcance, promulgando leyes  más justas y estableciendo una fiscalidad más equitativa; pero existe el riesgo de subordinarlo todo a la lógica electoral y de caer en la burocracia. La movilización social, no violenta, ética y pedagógica, mediante campañas, permite introducir nuevos temas en la agenda política y centrarse en la acción social; pero no es fácil mantener movilizaciones de manera sostenida. Se pueden reclamar y hacer ensayos de reparto equitativo de trabajo, se puede intentar la objeción fiscal frente al gasto en armamento militar o recurrir a la desobediencia civil frente a leyes injustas o que no respetan los derechos humanos. Es posible generar iniciativas que contrarresten el poder de agentes privados en sectores preferentes del mercado como son, en nuestro país, la alimentación –en que tres empresas comercializan el 60% de las semillas y el 70% de los pesticidas y productos químicos agrarios y donde 7 empresas controlan el 75% de la distribución alimentaria- la energía, el sector farmacéutico, las finanzas. Es preciso ensayar nuevas formas de acción, pacíficas y creativas, que descoloquen a los poderes dominantes. Cualquier proceso de cambio social debe pensarse y llevarse a cabo de manera interconectada a lo largo del tiempo y en diferentes espacios de actuación.

¿Qué podemos hacer de manera personal para trabajar por el cambio social?

Me parece que lo primero es atender de manera crítica a la realidad; sospechar de las informaciones fugaces y fragmentadas que presentan los medios de comunicación y buscar las que nos ocultan; y cultivar una mirada compasiva hacia todas las formas de sufrimiento humano. Podemos también avanzar hacia un consumo más ecológico, ético y responsable: no tener únicamente en cuenta el precio de lo que compramos e informarnos sobre las condiciones sociales, laborales o ambientales de su producción; pero también asumir la idea del límite, reducir el consumo y sus residuos o desperdicios, reciclar y reutilizar. Y recordar nuestra propia responsabilidad fiscal, sin dejar de reclamar que se pongan medios para perseguir el fraude y la evasión.

¿Los movimientos sociales están siendo creativos e innovadores?

Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política y especialista en temas de gobernanza, gestión pública y análisis de políticas públicas, dice que “los movimientos sociales, ahora, no canalizan su actuación solo a la presentación de demandas ante las instituciones, sino que también buscan dar respuesta directa a través de iniciativas y acciones con una fuerte componente de innovación social”. Su modo de actuar permite afirmar, desde la práctica, que es posible realizar las cosas de otra manera; son un verdadero vivero de iniciativas ciudadanas: asambleas de parados, plataformas de afectados por hipotecas, cooperativas de vivienda en derechos de uso, huertas comunitarias, comedores  solidarios, refugios de acogida, redes de intercambio de servicios, empresas de reciclaje que emplean a personas en situación de vulnerabilidad social o también equipos deportivos en que conviven  jóvenes de muchas nacionalidades diferentes.  Pero además, para las personas que forman parte de ellos, son un espacio de socialización prepolítica, que ayuda a la formación de convicciones morales personales. Los movimientos sociales han conseguido repolitizar el debate público, señalar las causas de la desigualdad y la exclusión social y hacer propuestas para garantizar unos ingresos mínimos básicos, asegurar una sanidad universal, cerrar centros de internamiento de extranjeros o reclamar una fiscalidad justa.

Estamos en un tiempo de individualismo atroz. Hay bastante gente dispuesta a un cierto compromiso individual, pero muy poco dispuesta a sumarse a movilizaciones colectivas o a participar en movimientos sociales. ¿Por qué sucede eso?

Antonio Negri, filósofo y activista italiano habla mucho de la importancia de construir espacios de afecto y emoción política y de recuperar la componente lúdica en el interior de los grupos que pretenden la transformación social. Otra cosa necesaria, si se pretende no solo el cambio de ideas sino también el de comportamientos, es construir relatos atractivos, positivos, seductores sobre los beneficios que suponen los objetivos que se proponen. Un riesgo de algunos grupos sociales es llegar a convertirse en círculos autorreferenciales o nutrirse solo de personas de clases medias y formación universitaria incapaces de conectar con sectores populares. Otra reflexión necesaria es acerca de la necesidad de focalizar y centrar la actuación de diversos movimientos sociales en objetivos comunes de manera transversal.

Grupos de personas jubiladas se manifiestan estos días en defensa de un sistema de pensiones públicas con futuro y de unas pensiones dignas y justamente actualizadas para que no pierdan valor adquisitivo.

Esta es ya una gran batalla de presente y de próximo futuro. No es aceptable que el Gobierno haya esquilmado la hucha de reserva para las pensiones públicas. Ni que la “reforma” laboral además de precariedad haya traído unas retribuciones salariales tan escasas. Todo parece pensado para privatizar el sistema y que la banca haga un gran negocio con las pensiones privadas

¿Qué reflexión deben hacer los partidos políticos, los sindicatos y las ONG de cooperación?

Se precisa la aparición de nuevas formas de organización que trabajen más desde la deliberación que desde la representatividad y que generen estructuras más participativas dentro y fuera de cada partido, sindicato o asociación. Y se requiere la presencia de personas que, dentro de esas estructuras, actúen guiadas por la búsqueda del bien común y que tengan vocación de servicio. Los sindicatos han de atender a la creciente dualización que se ha producido en el mercado laboral: deben pretender el reparto del trabajo retribuido disponible, sostener, acompañar y apoyar a la autoorganización de personas en desempleo, atender –como reclama el feminismo- a la equidad salarial y al reparto de las tareas de cuidado y  tener como horizonte una economía que prime a las personas frente al lucro. Las ONGD deben estar en contacto con los movimientos sociales, incidir políticamente en la creciente desigualdad mundial entre países y al interior de cada país, en los derechos humanos, las migraciones, el refugio, la ecología y la erradicación de la pobreza y reforzar  su tarea de educación para el desarrollo humano sostenible y el comercio justo.

¿El colonialismo tiene hoy formas nuevas en el mundo?

El sociólogo portugués Boaventura de Sousa hace unas reflexiones sobre el escandaloso silenciamiento por las ciencias occidentales de las aportaciones de otras cosmovisiones, saberes y  maneras de ver la realidad que hay en todo el planeta y dice que “no hay justicia social sin justicia cognitiva”. Un dato destacable es que, a pesar de la agresividad de la química y la tecnología que llega de Occidente, las poblaciones indígenas preservan el 80% de la biodiversidad que hay en el mundo.

¿Qué papel ha de tener la educación en la transformación social?

Parece que hay más preocupación por el aprendizaje de lenguas extranjeras o la extensión de las nuevas tecnologías que por debatir sobre los fines de la educación en el contexto actual. El sistema educativo está potenciando mucho más la competitividad que la cooperación, el currículo está claramente desconectado de la realidad del mundo actual y olvida la filosofía y los saberes humanísticos. Hay que innovar radicalmente las formas de enseñar, pero lo decisivo se juega en otro campo: qué se enseña, qué se aprende, para qué y al servicio de quienes. Hay que llamar también la atención sobre la importancia que tienen los espacios de educación no formal vinculados al ocio y tiempo libre de toda la población escolar durante la infancia y la adolescencia. Y denunciar que las enseñanzas universitarias parecen más orientadas al servicio del sistema que a crear profesionales críticos y abiertos a temas vitales de nuestro tiempo: ¿en cuántas facultades de ciencias económicas se habla, por ejemplo, de economía ecológica o economía feminista?

¿Es posible moverse entre la realidad y la utopía?

Insisto en que la Historia es un proceso abierto y no determinado de antemano. Podemos y debemos hacer un relato contra el fatalismo y la resignación, y también una invitación a la acción y al compromiso. Boaventura de Sousa afirma que la realidad no se reduce a lo que existe, sino que “la función de las prácticas y del pensamiento emancipadores consiste en ampliar el espectro de lo posible por medio de la experimentación y de la reflexión sobre proposiciones que representan formas de sociedad más justas”. Estas formas de pensamiento y de práctica ponen en duda la separación entre realidad y utopía. Ahondar en algunas de esas prácticas es el primer paso para afirmar que es posible construir otra realidad y mostrar, con pequeños hechos, que “otro mundo es posible” aquí y ahora.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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