El pan de cada día

En el anterior número de alandar, Marta Arias escribía que no sabía muy bien cómo empezar esta columna porque era su despedida después de muchos años de compartir con los lectores y lectoras de la revista sus crónicas, unas veces repletas de sensibilidad, otras de indignación o denuncia… En una palabra, reflejaba en la columna su solidaridad con las mujeres, los hombres, los niños y las niñas más desfavorecidos cuyos derechos humanos no les son reconocidos. Las columnas que ha escrito Marta a lo largo de muchos años me han hecho reflexionar, me han conmovido y, a buen seguro, han movido muchas conciencias. Ha realizado un trabajo excelente y me asusta tomar el relevo porque la “carrera” de Marta ha sido impecable y, sin duda, ha logrado el objetivo de llegar al corazón de las personas defendiendo causas justas que, espero y deseo, no estén del todo perdidas. Mil gracias, Marta.

Tampoco yo sabía muy bien cómo empezar esta columna porque, realmente, no he tenido tiempo de viajar al Asteroide B612, aunque mi equipaje está preparado desde el día en que Cristina me animó a aceptar el testigo de Marta, pero era un reto imprevisto y las circunstancias me obligaron a posponer el viaje; sin embargo, ya estoy dispuesta a emprender mi aventura viajera y abrir los ojos, como apuntaba Marta en su última columna, a las realidades cotidianas que, a veces, nos pasan desapercibidas para compartirlas con los lectores. Por suerte me acompaña en este viaje mi buen amigo y compañero, Jaime, de quien siempre he aprendido y sigo aprendiendo. Además, es un gran conocedor del Asteroide B612.

Hablando de viajes, un día de agosto, estando en París, decidí el tema de esta primera columna en la estación de metro de la Bastilla, donde observé unos murales que atrajeron mi atención: se trataba de mujeres que cargaban panes. No entendí las escenas que se encuentran en dicha estación. Busqué en Internet y encontré la explicación. Cuentan que el día 5 de octubre de 1789 un grupo de parisinas se dirigieron a Versalles a pedir pan al rey, quien repitió las promesas que tantas veces había incumplido. Al día siguiente, el palacio de Versalles fue atacado por una muchedumbre que, entre otras cosas, pedía el pan de cada día. Se enfrentaron a los guardias y se llevaron al rey, a la reina y al delfín a París. Los parisinos, viendo el cortejo, cantaban: “El panadero, la panadera y el pequeño oficial panadero”.

Ese relato me recordó que el precio del pan de cada día repercute negativamente en la economía de muchas personas que se ven obligadas a dedicar buena parte de sus ingresos a la adquisición de alimentos. Hoy más de la mitad de la población mundial padece alguna forma de malnutrición: millones de personas pasan hambre y hay millones de personas obesas. Las causas del hambre y la malnutrición –coyunturales y estructurales– se han argumentado reiteradamente (para muestra, un botón: www.derechoalimentacion.org) y resulta paradójico comprobar que la mayor parte de las personas que pasan hambre son pequeños agricultores y sus familias.

La historia se repite y la falta del pan de cada día puede desestabilizar política, económica y socialmente. Están saltando alarmas por todas partes.

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