El suelo: un aliado silencioso

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La Asamblea General de las Naciones Unidas ha declarado el presente año como Año Internacional de los Suelos, con el lema “Suelos sanos para una vida sana”. En palabras del director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José Graziano da Silva, hay que empezar por el suelo para producir alimentos saludables porque dependemos de los suelos, que son la base y sustento de la vegetación y de la biodiversidad. Asimismo, contribuyen a la adaptación al cambio climático porque su papel es clave en el ciclo del carbono; además, almacenan y filtran agua. Los suelos constituyen un recurso no renovable cuya conservación es esencial para la seguridad alimentaria.

Como otras palabras comunes, la palabra “suelo” tiene varios significados. El tradicional se refiere al medio natural para el crecimiento de las plantas. También se ha definido como un cuerpo natural que consiste en capas de suelo (horizontes del suelo) compuestas de materiales de minerales meteorizados, materia orgánica, aire y agua. El suelo es el producto final de la influencia del tiempo, combinado con el clima, topografía, organismos (flora, fauna y ser humano) y materiales parentales (rocas y minerales originarios). Como resultado, el suelo difiere de su material parental en su textura, estructura, consistencia, color y propiedades químicas, biológicas y físicas.

El suelo es un componente esencial de la tierra y de los ecosistemas. Ambos son conceptos amplios que abarcan la vegetación, el agua y el clima en el caso de la tierra, además de las consideraciones sociales y económicas en el caso de los ecosistemas.

La salud de los suelos se ve amenazada por la expansión urbana, la deforestación, el uso insostenible de la tierra, la contaminación, el sobrepastoreo y el cambio climático. El conocimiento del suelo tiene un papel importante en la evaluación de la tierra, ya que el suelo es un componente importante de ese recurso. Según la FAO, la mayoría de las personas hambrientas y la población rural pobre viven en zonas gravemente afectadas por la pérdida de productividad del suelo, la degradación de sus recursos hídricos y biológicos, así como la pérdida asociada de servicios ecosistémicos fundamentales de los que dependen sus medios de subsistencia. Como nos recuerda la FAO, el suelo es, en esencia, un recurso no renovable, que se degrada con rapidez y cuya regeneración es muy lenta.

Desde la FAO se destaca la importancia de los suelos como factor para lograr la seguridad alimentaria y la nutrición. Entre los objetivos establecidos para el Año Internacional de los Suelos destacan aumentar la concienciación de la sociedad civil y de los responsables de la toma de decisiones acerca de la importancia de los suelos; apoyar políticas para la gestión y protección de los suelos, dotándolas de recursos económicos, así como promover la recopilación de información relativa a los suelos.

Para el director general de la FAO, “los suelos son nuestro aliado silencioso en la producción de alimentos”. “Debemos gestionar los suelos de forma sostenible. Hay muchas maneras de hacerlo. La diversificación de cultivos, practicada por la mayoría de los agricultores familiares del mundo, es una de ellas: así hay tiempo para que los nutrientes importantes se regeneren”. “Un tercio de nuestros recursos mundiales de suelos se está degradando y la presión humana sobre ellos está alcanzado niveles críticos reduciendo y, en ocasiones, eliminando las funciones esenciales del suelo”.
Empecemos, pues, por el suelo.

Para más información: http://www.fao.org/soils-portal/es/

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