La dignidad del trabajo o de cada trabajo es un asunto de muy difícil discusión. De hecho los organismos especializados, la Organización Internacional del Trabajo de las naciones Unidas ha optado, hace algún tiempo, por defender aquello que considera trabajo decente. ¿En que consiste el trabajo decente?
Literalmente, la OIT señala que “el trabajo decente resume las aspiraciones de los individuos en lo que concierne a sus vidas laborales, e implica oportunidades de obtener un trabajo productivo con una remuneración justa, seguridad en el lugar de trabajo y protección social para las familias, mejores perspectivas para el desarrollo personal y la integración social, libertad para que los individuos manifiesten sus preocupaciones, se organicen y participen en la toma de aquellas decisiones que afectan a sus vidas, así como la igualdad de oportunidades y de trato para mujeres y hombres”. El objetivo de dicho organismo sería el de promover oportunidades para que las mujeres y los hombres consigan un trabajo decente y productivo en condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana.
Pues bien en las pasadas semanas hemos asistido a una inusitada iniciativa para defender la dignidad en el trabajo de varios cientos de personas. Ha sido en la ciudad de Madrid. Su alcalde ha planteado que portar carteles sobre el cuerpo denigra a la persona y que por tanto esas modalidades de trabajo deben ser prohibidas. Ello es independiente del tipo de contrato y coberturas sociales del particular, es el trabajo en sí. Y no se enmarca en una iniciativa para promover la dignidad en el trabajo sino que es una iniciativa puramente puntual.
Así se ha propuesto a la junta de Gobierno del Ayuntamiento y deberá ser aprobado en las próximas semanas. Desde luego, no parece una medida tomada desde la perspectiva de los propios portadores de carteles que, huelga decirlo, no han sido consultados ni preguntados sobre sus percepciones o perspectivas profesionales.
Una frase aparecida en la prensa en boca de uno de los portadores de carteles resume de la mejor manera la cuestión, casi de manera inapelable. Son palabras sencillas de un inmigrante senegalés: “todos querríamos ganar más o tener otros trabajo más bonitos, pero a veces no estamos en situación de elegir”. Muchos de los directamente interesados se ven abocados al desempleo, pues no es fácil conseguir un trabajo en tiempos de crisis y las personas, cada una con nombres y apellidos, importan. Quienes portan estos carteles son en su mayoría inmigrantes y ello suele llevar de la mano la contribución al sostenimiento de una familia en su país de origen, que en el caso africano con frecuencia se extiende a varias docenas de personas.
Esa medida, francamente elitista, parece defender más la belleza y la habitabilidad de la ciudad que la dignidad de los trabajadores. Si fuera a la inversa, se habría empezado por dialogar con ellos previamente, se habrían recogido sus inquietudes y problemas, se habrían planteado posibles alternativas y medidas a adoptar. La importancia que a la situación de los directamente afectados y sus familias se le ha concedido desde el municipio –desde mi ciudad- se resume en la sorpresa que la Concejala autora de la reglamentación, Doña Ana Botella, expresaba “con todo lo que está ocurriendo en España cuanta trascendencia se le da al tema de los hombres anuncio”. Pocos y desechables, resumiendo.
La medida puede no afectar a miles de personas pero revela desde luego una deriva en la que estamos inmersos, de protección a la apariencia y descuido a las personas. Miles, sí, miles de millones de personas trabajan en nuestro planeta en el sector informal. Cientos de miles lo hacen en España, pese a la estricta regulación. Y millones realizan trabajos que no son de su gusto o no están apropiadamente remunerados. Pero el trabajo en todos esos casos es la fuente de generación de ingresos esencial para la subsistencia. No querer ver esa realidad implica no ponerse en el lugar de quien vive esas situaciones, sino más bien mirarles desde arriba. Algo que desde este asteroide, por extraño que parezca, nos disgusta abiertamente.
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