Ha empezado, un poco sigilosamente, el camino de preparación el Sínodo, que durará dos años. Una llamada a todos los creyentes para poner en marcha el proyecto de Francisco de una Iglesia sinodal. Una llamada a la participación de todos y todas que hay que acoger como una tarea muy importante.
La Iglesia se ha embarcado con el Sínodo en un camino que hace tiempo que debería haber emprendido: el de renovar su estructura y su funcionamiento contando con todos los cristianos para ser verdaderamente signo y comunión.
Los preparativos implican seis meses de preparación diocesana y dos años para toda la Iglesia
El Sínodo tendrá lugar dentro de dos años. Ahora acaba de comenzar la etapa diocesana que durará seis meses. Las parroquias y todos los movimientos y organizaciones de la Iglesia han de hacerse presentes activamente para que esta oportunidad no se pierda. Si no son convocadas, han de reclamar la convocatoria. Y en todo caso hacer llegar a los encargados diocesanos sus aportaciones para la renovación en fondo y forma de la Iglesia.
Hay que apostar fuerte. Porque las resistencias serán, ya están siendo, muchas. Con el lanzamiento del Sínodo y la convocatoria universal de participación que conlleva el Papa ha lanzado un órdago a las fuerzas más conservadoras que tratan de socavar su papado y tratarán, sin duda, de enterrar su legado.
La catequesis de Francisco en su homilía de apertura marca muy clara la ruta: valentía para el encuentro, para dejarse interpelar por el otro y emprender nuevos caminos más allá de los hábitos clericales. Apertura de espíritu para ponernos a la escucha de los afanes y necesidades de cada iglesia local y del mundo: “no insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas”, dijo. Y discernimiento: no todo está decidido, los caminos nuevos han de madurarse desde la Palabra para que el Sínodo no sea una reunión más, sino “un acontecimiento de gracia, un proceso de curación conducido por el Espíritu”.
Porque sin duda necesitamos una Iglesia ‘otra’, convertida, distinta. Frente al inmovilismo que nos atenaza, “tenemos la oportunidad de convertirnos en la Iglesia de la cercanía y la compasión… una Iglesia que se hace cargo de la pobreza y la fragilidad de nuestro tiempo, curando las heridas y resanando los corazones con el bálsamo de Dios”.
Habrá dificultades, pero se abre con claridad, por primera vez en mucho tiempo, un verdadero horizonte de conversión para la Iglesia
La que se pone en marcha es también una Iglesia pecadora y herida, como recordó la teóloga español Cristina Inogés: “Hemos hecho mucho daño a muchas personas y nos lo hemos hecho a nosotros mismos… Es bueno y saludable corregir los errores, pedir perdón por los delitos cometidos y aprender a ser humildes. Seguramente viviremos momentos de dolor, pero ese dolor forma parte del amor. Y nos duele la Iglesia porque la amamos”.
Todas las hermosas reflexiones del comienzo del Sínodo contienen, implícitamente o explícitamente, la conciencia de que las dificultades de este camino sinodal serán muchas. Pero se abre, con claridad y por primera vez en mucho tiempo, un verdadero horizonte de conversión y cambio para la Iglesia universal.
Sí, nuestra iglesia ha perdido después de enterrar el espíritu y la letra del Vaticano II, a los idóneos sacerdotes, que se han secularizado. El Vaticano II fue su esperanza. Quedaron los que gustan ir por la vida de pobres de espíritu o quienes se adueñan de centros de enseñanza, que les proporcionan pingües beneficios, olvidando el proyecto de Jesús, el Señor, su Sermón de la montaña,…