Fratelli tutti (e sorelle)

Decía Hélder Câmara en la frase que ha pasado a la posteridad, «cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista». Con esta afirmación tan contundente podría quizá Francisco explicar la reacción que entre los representantes del catolicismo más conservador ha tenido su recientísima encíclica.

Firmada como toda una declaración de intenciones sobre la tumba de San Francisco de Asís (la primera en 206 que se firma fuera del Vaticano), la «Fratelli tutti» llega con la voz clara del actual Papa sobre los escombros que está dejando la crisis del coronavirus y en medio de un mundo desquiciado por los discursos del miedo y del odio. Aunque los medios han destacado para señalar la controversia las citas que hacen alusión a la propiedad privada, lo que realmente levanta ampollas es la politización de la fraternidad que la carta apunta. Fraternidad no como gesto. Fraternidad no como categoría fácilmente asumible. Fraternidad como forma de organizar el mundo.

Porque como fraternidad real el miedo y el odio tienen muy corto recorrido y, sin miedo y sin odio, las grandes industrias de las redes sociales, las nuevas fuerzas xenófobas de ultraderecha o el mercado de la securitización (frente a los supuestos okupas, frente a los migrantes,…) se caen por su propio peso.

Ya José Luis Sampedro hacía la invitación: Ha habido un sistema basado en la igualdad, que falló por olvidar la libertad. Estamos en uno que defiende la libertad pero a costa de la igualdad. ¿Por qué no intentar, de una vez, uno basado en la fraternidad (y en la sororidad, padre, y en la sororidad)?

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