Igual que una familia

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La familia debería ser, teóricamente, un lugar de paz y fraternidad, un refugio. Sin embargo, desde la experiencia personal, cualquiera sabe que esto no es así. Desde tiempos de Isabel la Católica se dice que “es más común pelear con parientes que con extraños”. Las peleas, los debates, las discusiones más encarnizadas y, a veces, las mayores enemistades se dan en el seno de las familias. Entre hermanos y hermanas. Y esto también sucede en la Iglesia.

Para nadie es un secreto que, en el momento histórico actual, existen muy diversas corrientes en el seno de la Iglesia católica, maneras diferentes –e, incluso, opuestas– de entender la liturgia, los sacramentos, la jerarquía, la oración y, por supuesto, la moral. En esa diversidad también alandar se sitúa –fiel a sus raíces– desde abajo, en las experiencias de las comunidades de base, de la gente de a pie que vive su fe con dificultades y cuestionamientos.

Nos posicionamos desde un pensamiento crítico, con los pies en la realidad y en el momento actual pero, sin duda alguna, dentro de la Iglesia. De esa Iglesia que es pueblo de Dios, que es responsabilidad compartida, casa y familia de todas aquellas personas que quieran entrar en ella.

Sin embargo, en esa tarea de crítica, hay fronteras frágiles, hay sensibilidades distintas que, a veces, se hieren sin tener consciencia de que se ha traspasado un límite. Porque para cada miembro de la familia los límites están en un punto. En el número de septiembre sucedió así con la página de José Luis Cortés y pedimos perdón por ello.

Somos diversos, incluso en el seno mismo de la revista. Basta hojear este número para ver distintas posiciones, por ejemplo, acerca del sacerdocio y del celibato. Hay una enorme diversidad dentro de la Iglesia pero, como escribe Pablo, “las partes del cuerpo son muchas, pero el cuerpo es uno”. El reto –como en las familias– es saber convivir, tener un diálogo fraterno, perdonar, aceptar que puede haber visiones distintas, renunciar a algunas cosas y encontrar ese punto en el que sentimos que estamos en comunión.

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