La mayor parte de los españoles de nacimiento han crecido con una clara conciencia de “las dos españas”. No solo en el ámbito político, también en el trabajo, en la escuela, en el grupo de amigos, en la Iglesia… Siempre están los de un lado y los de otro, los de izquierdas y los de derechas, los dos bandos que siguen muy a menudo presentes en nuestra vida cotidiana.
Sin embargo, la realidad pluricultural de España ha llegado para transformar esta histórica dicotomía. Ya no somos dos españas sino tres: los de un lado, los de otro y los que vienen de fuera y ya son también españoles, no siempre de nacimiento pero sí en su día a día, en sus afectos e incluso en su identidad. Es tiempo de dejar atrás las divisiones absolutas y de tener un concepto dinámico de lo que es ser español, ser española. Tres españas o múltiples españas, tal vez con nuevos rasgos y costumbres culturales, con otras lenguas o con distintas religiones integradas en la normalidad de sus vidas como españoles.
Y, mientras tanto, hay quien se lleva las manos a la cabeza porque en el Senado puedan hablarse lenguas que no son el castellano, aún siendo co-oficiales. Todavía hay quien rechaza nuestra propia diversidad histórica, cuando una diversidad mucho más amplia es ya una realidad en la España del siglo XXI.
Sin embargo, esa realidad acabará por generalizarse desde lo cotidiano, desde lo no impuesto, desde los compañeros de clase y las parejas de distinto origen geográfico, desde los cargos públicos hasta los puestos directivos en empresas. Ese camino discretísimo por el que la vida se reconduce, como escribió el poeta catalán Miquel Marti i Pol, que nos demostrará que la unidad es perfectamente compatible con la (necesaria) diversidad. Incluso en la Iglesia.
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