Érase una vez un tiempo en el que en el hemisferio norte los meses de julio y agosto constituían el tiempo de vacaciones por excelencia. Meses en los que parecía que nuestras vidas se transformaban… o sería que el tiempo de vacaciones cambiaba nuestras rutinas: viajes, salidas masivas, encuentros y desencuentros a la hora de decidir el lugar ideal en el que pasar esas semanas. Actualmente, sigue habiendo millones de personas que viajan por tierra, mar y aire en busca del emplazamiento estival.
De manera paradójica, y desde hace años, asistimos a cambios importantes sobre migraciones humanas, reflejados en informes de organismos internacionales, en los medios de comunicación, en ONGD… que reflejan desplazamientos forzados de personas. Esos millones que se ven obligadas a dejar a su familia, su país, sus culturas de origen y cuyos destinos no son, precisamente, un edén o una aventura para relatar al volver a casa, sino lugares desconocidos, culturas diferentes y, con frecuencia, hostiles.
Según los datos de ACNUR, que resumimos en este número de Alandar, más de cien millones de personas tienen que abandonar su país o desplazarse por flagrantes violaciones de sus derechos fundamentales. Seres humanos ignorados e invisibilizados para quienes toman decisiones en los ámbitos nacional e internacional. Todo ello, como consecuencia de políticas de muerte, necropolíticas, que producen (o son producto de) discriminación y violación constante del derecho internacional.
Día tras día, en este agobiante verano, vemos a miles de desplazados viviendo situaciones inhumanas: los naufragios en el Mediterráneo, la violencia en las calles rechazando a seres por su procedencia o color de piel, fronteras blindadas y militarizadas…, y nos preguntamos cómo abordar las causas y los efectos de estos desplazamientos forzosos y forzados, convencidos de que es necesario un proyecto global para compartir responsabilidades y soluciones de forma equitativa: estableciendo vías legales y seguras de tránsito, acogiendo a las personas migrantes y desplazadas, facilitando su regreso a los lugares de origen de forma voluntaria, segura y digna y colocando las situaciones de apatridia en la agenda multilateral.
Es una tarea ardua sin duda, un esfuerzo colectivo ineludible para que el número de personas refugiadas, desplazadas o apátridas disminuya, para que vean reconocidos sus derechos y que la comunidad internacional se ponga manos a la obra para buscar soluciones justas y no gasten el dinero público en herramientas de guerra contra los débiles.
Desde Alandar deseamos que el calor estival se transforme en calor humano para los próximos y los que están más allá.