Coincidía la entrada en imprenta de este número de alandar con el final del Sínodo Ordinario de los obispos sobre de la familia. Nos parecía una buena oportunidad para esperar a redactar el editorial de la revista y dedicarlo a este tema. Esperábamos con esperanza –que es la mejor espera– para escribir estas líneas, confiando en que se abrirían algunas puertas y ventanas.
[quote_right]No serán muchos medios los que hablen del fallecimiento de Luis Arancibia y Amalia Rodríguez.[/quote_right]Pero en esa espera se nos ha cruzado la vida y, justo antes de que lleguemos a nuestra rotativa, ha sucedido algo que pensamos que merece mucho más estas letras. Ya son numerosas las páginas que otros medios han dedicado al sínodo episcopal. Sin embargo, no serán muchos –ninguno, probablemente– los que hablen del fallecimiento de Luis Arancibia y Amalia Rodríguez. Dos figuras que han sido muy importantes, se diría que imprescindibles, en la historia de la revista.
Amalia, religiosa ursulina, trabajó durante años en la secretaría de alandar, ayudando en todo lo que hacía falta. Atendiendo llamadas, organizando el archivo, encargándose de las mesas informativas en el Congreso de Teología. Llena de ternura y de compromiso sereno, Amalia había dado 20 años de su vida en Chile, entre las poblaciones indígenas, ocupándose de los más pequeños y pequeñas, de quienes sufrían abandono, de aquellas personas de quienes nadie se acordaba. Y lo mismo siguió haciendo de vuelta en Madrid mientras le duraron las fuerzas: luchar contra las injusticias y ayudar a quienes la necesitaban. Nunca la declararán santa, pero quienes trataron con ella saben bien de su santidad.
Luis, desde la “retaguardia”, desde el hacer calladamente, siempre estuvo apoyando la revista y ayudándonos en los momentos complicados. Cuando hubo dificultades económicas o administrativas, siempre estuvo ahí aportando sus conocimientos empresariales y su firmeza. “Un hombre bueno, de una bondad eficaz y amable”, tal y como le describía una de las compañeras del consejo de redacción, “con un gran sentido del servicio y el compartir”. Entregado, comprometido desde la vivencia comunitaria durante toda su vida, gran padre, abuelo y suegro. Grande. Nunca le declararán santo, pero quienes trataron con él saben bien de su santidad.
Son dignos de dar gracias por su vida y por su paso por alandar. Por eso hemos querido hablar de Amalia y Luis, de sus santidades con minúsculas, mejor que hablar de Su Santidad con mayúsculas y del sínodo. Que, por cierto, parece que sí ha abierto una rendija por la que se cuela el aire, esperemos que ningún golpetazo la cierre.
- Teología de la Sagrada Agua, desde Guatemala - 21 de marzo de 2023
- Pasar de las tinieblas a la luz – Carta Abierta a la Conferencia Episcopal Española - 1 de febrero de 2022
- ¿Dónde estaban las mujeres de Greenpeace? - 13 de enero de 2022