Hace poco que nos ha llegado la noticia de que ha muerto Miliki y, evocando su figura, da la sensación de que la mejor forma de empezar este editorial es con aquella canción de “Había una vez un circo…”. Porque la verdad es que lo que estamos viviendo parece un circo. Y nos daría risa si no fuese porque hay gente que está sufriendo –y muy duramente– sus consecuencias.
Claro que, eso de la dureza de las consecuencias depende del punto desde el que se mire. La cercanía a la realidad nos impone siempre cierta deformación. Con todo lo mal que estamos en nuestra crisis, seguimos estando muchísimo mejor que tantos otros países de este mundo. Estamos perdiendo algunos derechos sociales, algunas conquistas, todo eso que llaman el Estado del Bienestar, pero seguimos a años luz de la dureza de la vida de grandes partes de la población de este mundo en el que vivimos.
Pero volviendo a lo de la risa y el circo: los grandes actores de esta crisis parecen más bien payasos. Las personas erigidas como líderes sociales –que no decimos que sean auténticos líderes, sino que ocupan esos puestos de liderazgo– están que no dan una. Un día dicen una cosa y otro, otra. O no dicen prácticamente nada, como nuestros obispos, tan preocupados ellos por el matrimonio homosexual y el aborto, pero tan olvidados del paro, de los desahucios, de las personas sumidas en la pobreza… En el fondo, no hacen más que mirar por sus intereses, como la clase política.
¿Se van a preocupar por las personas quienes tienen buenos despachos y salarios? Poco. Su interés se centra en eso que se llama “cuenta de resultados” y en que su resultado sea positivo. Es la única manera que tienen de asegurarse el “puesto”. El resultado es el guirigay que estamos escuchando estos días: nadie se entiende. Y menos se escucha a los de abajo. Un circo, vamos.
Pero lo que no saben es que vamos a celebrar la Navidad. Lo que no saben es que el Niño de Belén tiene un potencial revolucionario que no van a poder apagar nunca con todas sus voces, por muy desesperanzadoras que parezcan. Basta con mirarlo y ver su pobreza, rodeado de unos animales y tirado en un pesebre. Muy romántico en nuestros belenes, pero terrible en realidad. Porque lo que está ahí es la fuerza de la vida, la fuerza de Dios, que terminará por transformar este mundo. Y desde alandar nos toca la tarea de ayudar a que sea así.
Podrán seguir con sus voces y sus peleas, se las darán de tener soluciones para que todo vuelva a ser como antes. Pero es que nosotros y nosotras queremos que cambie. Queremos que venga el Reino. Queremos y creemos al que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”, al que “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Por eso todavía podemos seguir deseando feliz Navidad, ¡y que venga pronto esa revolución del pesebre!
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