Hacia una Plataforma por el Derecho a la Alimentación

Eran otros tiempos aquellos en los que al llegar estas entrañables fechas navideñas se nos proponía que sentáramos a un pobre a nuestra mesa. La Navidad no era del todo Navidad si no compartíamos pavo, turrón, cava y polvorones con un pobre de solemnidad recogido de la calle al que la señora de la casa enjoyada y solícita cebaba y daba recomendaciones para un vivir recto y virtuoso, tal y como establecían el Régimen y la Iglesia, la Iglesia y el Régimen (tanto monta…). Tras esa supuesta caridad cristiana no se escondía sino un lavaconciencias y, en cierto modo, una reafirmación de la posición que cada uno tenía en la sociedad. Para más ilustración sobre el tema no estaría de más volver a ver en estos días aquella película clásica de García Berlanga, Plácido (1961).

Viene esto a cuento porque hace pocos días tuve la suerte de asistir a un esclarecedor y magnífico coloquio con Carmen Lahoz, codirectora del Instituto de Estudios del Hambre (www.ieham.org) en el que se planteó de manera muy clara y sencilla -pero no por ello menos contundente- el cambio de paradigma en la lucha contra el hambre, que pasa más por reivindicar la alimentación como un derecho básico e irrenunciable de todos los seres humanos que por una caridad malentendida. No es que esto sea nuevo, no: comer para sobrevivir es un derecho reconocido como tal (artículo 3) en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, por lo tanto, algo cuyo cumplimiento todos los Estados deben garantizar, además de luchar porque así sea.

El debate se planteaba a raíz de la proliferación cada vez más intensa de iniciativas de la ciudadanía que, ante la situación de crisis que vivimos, se organizan para repartir alimentos básicos a aquellas personas que no tienen qué llevarse a la boca. Bancos de alimentos, despensas colectivas, comedores populares… Casi en cada barrio, en cada pueblo, las asociaciones de vecinos y otras gentes de bien acogen, animan y organizan resistencias básicas que pasan por repartir alimentos a quienes no pueden comprarlos. Loable, muy loable, pero si la iniciativa ciudadana (privada, al fin y al cabo) lo hace, llevada por un impulso solidario e, incluso, a veces justiciero, ¿no está de alguna manera quitándole de encima el asunto a quien debía solucionarlo? ¿No deja así de visibilizar y hacer urgente un problema que el Estado debería afrontar?

Lejos, muy lejos de mi ánimo siquiera criticar a quienes mueven este tipo de bolsas de resistencia ante la crisis. Es cierto que hay matices, como aquellas (que todavía perviven) que obligan al pago de determinados peajes ideológicos si quieres recibir tu comida (rezar, escuchar la charla proselitista…) o como aquellas otras que exigen un agradecimiento poco menos que servil al que ayudan. La gran mayoría son iniciativas que nacen del pueblo, de los semejantes que, llevados por un impulso generoso, comparten lo mucho o poco que tienen con el que le ha tocado no tener. A menudo, al menos algunas que yo conozco, tratan de involucrar a los llamados usuarios en la gestión y organización de los repartos y demás aspectos del proyecto, pues tendrán hambre, pero no por ello dejan de ser personas que aportan ideas, brazos y trabajo. Y no dejan de ser conscientes de que ellas no son las culpables de su hambre, sino que el derecho a alimentarse es un derecho que reivindicar, al igual que el derecho al trabajo digno, a la vivienda decente, a la educación de calidad, a la sanidad universal o a la cultura accesible, por poner otros que también corren peligro últimamente.

Así las cosas, aquella noche de viernes, en aquel coloquio, decidimos poner en marcha una plataforma reivindicativa que, al igual que la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (esta nueva PAH, Plataforma de Afectados por el Hambre, más tarde fue renombrada PDA) uniera bajo sus siglas e hiciera un llamamiento a todas las personas que creemos que el acceso y disponibilidad de alimentos, la soberanía y la seguridad alimentaria son derechos humanos básicos e irrenunciables y estemos dispuestas a luchar por ellos. Entendemos que esta plataforma es necesaria hoy en día y que cobra sentido en la medida en que en ella estemos tanto las personas que actualmente no tenemos hambre como las que sí la están pasando aquí y ahora.

Sentemos a un pobre a la mesa, como aquel Plácido Berlanga, pero no para darle las alas mientras yo me como la pechuga. Sentemos a un pobre a la mesa siempre que él se quiera sentar y compartamos así inquietudes, trabajo y alimentos.

¡Feliz Navidad!

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