Nuestra querida amiga y hermana de la comunidad cristiana de base de Canillejas, Concha López Vidal, nos dejó el pasado 4 de junio, dándonos un último testimonio del sentido que daba a su existencia, viviendo la vida en plenitud, ofreciendo siempre vida en abundancia: su cuerpo lo donó a la ciencia, por lo que, aun después de su fallecimiento, seguirá dando vida.
Las primeras personas que pusieron en marcha este hermoso proyecto de alandar se acuerdan perfectamente de ella, porque fue una de las primeras que apostó por esta revista, le dio todo su cariño y apoyo para que tuviera continuidad mes tras mes, en los difíciles momentos iniciales de su andadura. Algunos de quienes la recibimos actualmente fuimos captados en su día por Concha y aquí seguimos, “alandando”…
Concha era religiosa dominica de la Sagrada Familia desde 1956. Tuvo cargos importantes en la congregación: fue provincial de la misma y directora del Colegio Mayor El Pino, de Madrid.
Hacia 1975 algo bullía interiormente en ella. Ella y otras religiosas de la congregación realizaron un proyecto para vivir la vida religiosa de otra manera, insertas en un barrio, trabajando por cuenta ajena, involucradas en la vida social junto a la gente comprometida del barrio y en la vida pastoral, desde las parroquias, formando comunidades de base, para vivir la fe de forma más evangélica y encarnada. Y todo desde su carisma dominico y siguiendo el espíritu del Concilio Vaticano II.
Es en 1977 cuando empiezan a vivir en el barrio de Canillejas. Concha consigue un trabajo en una distribuidora de libros, en el que permanecerá hasta su jubilación. Hablar de Concha es decir pasión, creatividad, fidelidad, cercanía, alegría, fortaleza interior. Nadie que la haya conocido ha quedado indiferente después de haberla tratado. Hablaba contigo de cualquier tema, fuera este político, social, familiar, eclesial… y dejaba una huella especial. Desde ese diálogo te transmitía confianza y “un no sé qué que queda balbuciendo”. A nadie le ocultaba su vocación religiosa y su apuesta por la vida en nuestra comunidad de base. Pero tampoco le imponía sus creencias a nadie, aunque siempre te cuestionaba y removía por dentro. A todos los que andábamos en búsqueda, intentando recrear y vivir con más intensidad, encarnadamente nuestra fe, nos acercaba al misterio de Dios, desde una profunda humanidad, desde un intenso gozo por la existencia.
Y porque la vida la desbordaba y la transmitía a raudales, entre otros lugares, se comprometió principalmente:
En su comunidad de dominicas de la Sagrada Familia insertas en el barrio de Canillejas, junto a varias religiosas durante años, hasta quedar al final solo con Luisa, su fiel amiga y compañera de comunidad, que la acompañó hasta el último momento de su vida.
En la Asociación de Vecinos, intentando aportar su granito de arena para solucionar los problemas del barrio.
En el Centro de Educación de Adultos, en el que dio clases durante muchos años hasta que se tuvo que cerrar.
En nuestra comunidad cristiana de base, que fue su máximo empeño, su corona, su dedicación incansable, su gozo diario.
En Religiosas en barrios obreros, intentando unir la vocación religiosa y el compromiso social.
En la creación de Iglesia de Base de Madrid y otras instancias eclesiales, para crear una Iglesia alternativa, más evangélica, libre y pobre junto a los pobres.
En la asociación Verapaz, para ir creando y fortaleciendo un compromiso por la justicia y la paz entre los dominicos.
En el acompañamiento a personas con sida en el barrio de san Blas, a gitanos a quienes invitaba a cenar en su casa por Nochebuena y a otros muchos colectivos marginados.
En la formación permanente en congresos de teología alternativos, encuentros de mujeres cristianas feministas, de espiritualidad de la liberación, en manifestaciones, actos reivindicativos, de denuncia contra las injusticias…
En la creación del grupo de mujeres de la Asociación de Vecinos.
En los viajes solidarios que hicimos a Nicaragua y El Salvador, que siempre significaban un acicate y un revulsivo para todos.
En las propuestas de grupos, asociaciones, partidos por otro mundo posible, en su visita a Portoalegre en Brasil y a África, a donde iba a ir pero no pudo asistir por tener el ictus antes.
En su cercanía, cariño y preocupación por cada uno de sus amigos y amigas, familiares, religiosas y religiosos, miembros de su comunidad religiosa y de base… En ese trato te sentías querido, estimado, confiado a su cariño y experiencia.
Podríamos hablar de tantas y tantas cosas que hemos experimentado junto a ella los miembros de nuestra comunidad cristiana de base, a lo largo de unos 35 años que vivimos, día a día, junto a ella que, como dice el Evangelio, podríamos llenar libros y libros de anécdotas y experiencias.
El año pasado estuvimos recordando juntos la historia de nuestra comunidad, desde sus inicios hasta esos momentos. Ella participó como una más, aportando los detalles que consideraba más interesantes para que quedaran reflejados. Fue una de sus últimas aportaciones más importantes y de las más lúcidas.
Queremos decir también que no solo nos aportó su fe, su cariño, su compromiso, su ardor y sus críticas. También nos demostró cómo se puede vivir con dignidad, superándose día tras día, después del terrible ictus que la dejó ya sin ser ella en plenitud hace ocho años. Este fue quizá su último testimonio, el más ejemplarizante. Nos decía muchas veces que si seguía adelante cada día era por nosotros y nosotras. Durante estos últimos años seguimos recibiendo afecto, agradecimiento, consejos, esfuerzo por superar cualquier dificultad, hasta el última día que nos vimos.
Dice Jon Sobrino que con San Romero de América Dios pasó por El Salvador. Hoy podemos decir, a ciencia cierta, que el Espíritu de Dios ha pasado por nuestras vidas, a veces como una brisa y otras como un vendaval, por medio de Concha, nuestra querida e inolvidable amiga y hermana.
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Con Concha, Dios ha pasado por nuestras vidas
Pues sí, como escribe muy bien Miguel Angel en este artículo-memoria, con Concha pasó el Espíritu de Jesús por nuestras vidas. Yo destaco, por ejemplo, el fuerte cuestionamiento que produjo a su congregación de dominicas la decisión que tomó de insertarse en una comunidad de un barrio periférico de Madrid y, sin embargo, manetener a lo largo de los años una relación sororal (fraterna) con ellas, que nos llevbaincluso a compartir en su anterior comunidad religiosa con las demás hermanas dominicas, es decir, que extendía la sororidad por todos lados.
También su solidaridad incansable con unos/as y otros/as, experimentada por mí durante años en mi presencia en Centroamérica, por su interés vital con la gente humilde campesina y sometida a situaciones extremas de estos países durante los años 80 y 90 y que, lo mismo que su sororidad, extendía a otras personas y grupos donde ella se encontraba en Madrid y otros lugares. Un solidaridad comunicativa, efectiva, práctica y vital al mismo tiempo.
Era una mujer de oración, una oración libre con el Padre -siempre llamaba a Dios así, el Padre- en todo momento y en cualquier situación, que hacía
extensiva a los demás. En este sentido era una completa dominica, fiel a su carisma, pues hablaba con Dios o de Dios, aun sin pretenderlo, en todo lo que hacía y decía, como santo Domingo de Guzmán, el fundador inicial de este proyecto de predicación con la palabra y con la vida.