Mercedes Sosa cantaba que Todo cambia. Decía que Dios quiere cambiar todo. Pero parece que las religiones dicen lo contrario. En nombre de Dios, ministros religiosos sostienen las posiciones más retrógradas y cerradas. En el transcurso de la historia, líderes religiosos de diversas religiones han defendido la esclavitud de los negros y negras, el racismo en África, la violencia contra quienes no creen como ellos, la pena de muerte y hasta guerras contra otros pueblos. Si Dios fuera como algunos obispos y pastores predican sobre él (egoísta, prepotente, homofóbico, cruel con quien no cree y poco sensible a la justicia) todos y todas deberíamos predicar el ateísmo y luchar contra el mal terrible que la religión sería para la humanidad. De hecho, a un joven que le dijo: “Soy ateo”, el obispo profeta Pedro Casaldáliga respondió: “¿De qué Dios?”. De hecho, somos discípulos de Jesús, que, aunque fuera profundamente fiel a la fe y a la espiritualidad judía, luchó contra la forma de religión del templo de Jerusalén y denunció como hipócritas a jefes religiosos de su tiempo.
En un mundo en el cual gobiernos que usan el nombre de Dios son menos humanos y menos solidarios que aquellos que se dicen ateos, el papa Francisco propone una forma nueva de ser testigos de Dios. En octubre, reunió en el Vaticano una sesión extraordinaria del Sínodo de los obispos sobre la familia. Y parecía anticipar la celebración de la Navidad al decir a los obispos: “Dios no tiene miedo de cambios. Le gusta la novedad”. Poco después del sínodo, invitó al Vaticano a líderes de movimientos sociales de todo el mundo. Dijo que quería escucharlos y ponerse junto con ellos en el camino para transformar ese mundo. Ojalá curas y obispos locales que imitaban papas, cuando estos tomaban actitudes dogmáticas y rígidas, ahora sigan el ejemplo del actual obispo de Roma que se pone a la escucha de organizaciones sociales, cristianas y no cristianas, para servir mejor a la humanidad. Es justamente este el diálogo que, a través del nacimiento de Jesús, Dios instauró definitivamente con la humanidad. Y ese diálogo divino fue tan profundo que, en cierta forma, Dios dejó de ser Dios como era comprendido y se hizo humano como quiere que todos los humanos sean.
Las tradiciones espirituales tienen como meta construir la morada divina en lo más profundo del ser humano, como semilla para cambiar las estructuras del mundo. Mientras que la religión quede como algo solo exterior y no cambie el corazón de cada persona, no podrá alcanzar su meta. El proyecto divino es un mundo renovado en la base de la justicia, paz y cuidado con la naturaleza. Las personas que creen deben ser testigos de ese proyecto divino iniciado en la Navidad y, así, quedar tan embarazadas de justicia y paz que sean, desde ya, personas nuevas. La mejor forma de celebrar la Navidad es tomar en serio la palabra de Simone Weill, mística francesa: “Conozco quién es de Dios no cuando me habla de Dios sino por su forma solidaria y amorosa de relacionarse con los otros”. Es al ponernos con más decisión en el camino de cambiarnos y cambiar el mundo que podemos decirnos los unos a los otros: ¡Feliz Navidad!
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