A pesar de su pasado de leyenda, la comunidad de Santo Tomás de Aquino de Madrid sigue su camino con humildad. Con un local de reuniones y celebraciones cedido por el Movimiento Apostólico Seglar (MAS) y cerca de 150 miembros muy activos, sigue demostrando que el Evangelio no es letra muerta sino palabra viva que se actualiza cada día.
En el díptico con el que se presentan en Internet, se puede leer una sencilla invitación a participar en esta mítica comunidad cristiana. Tras informar brevemente de su historia, su identidad y los proyectos que apoyan, en un austero recuadro se encuentra la siguiente frase: “Estamos abiertos a la incorporación a la Comunidad de aquellas personas que, compartiendo estas inquietudes, se sientan atraídas a participar en estos y otros proyectos solidarios con los que la comunidad se compromete”. No hay ninguna promesa grandilocuente, ni ningún espinoso proceso de selección previo. Lo único que se dice del recorrido de este colectivo es que “todo comenzó hace ya algún tiempo en la Parroquia Universitaria, en los bajos del Museo de América: Allí aprendimos a defender la libertad política -secuestrada por la dictadura- y la libertad cristiana, impulsada por el Vaticano II. Eran los años 70”. También se cuenta que, de algún modo, el cardenal Tarancón les miraba con tolerancia y ánimo, aunque también de “forma crítica” y que “el cardenal Suquía suprimió la parroquia y anuló una experiencia largamente soñada y trabajada”.
En realidad, la historia es más larga. El franquismo soñó una comunidad universitaria fuertemente tutelada por una Iglesia católica fiel a los principios del régimen y dispuso un confuso maridaje que incluía capillas en los edificios consagrados al saber y la cultura. El Museo de América, sin ir más lejos, se proyectó con una iglesia adosada. Mientras esta se terminaba, Ruiz-Jiménez y Laín Entralgo, ministro de Educación y rector de la Complutense respectivamente, establecieron la Parroquia de La Universidad definitivamente en los bajos del museo. Pero en la década de los 60 soplaban vientos de libertad que consiguieron colarse en el asfixiante ambiente del nacional-catolicismo. La sede del pensamiento y el saber, el semillero de las ideas y el discurrir intelectual, como es natural, acogió las novedades con ímpetu, que acabaron por entrar también en “La Universitaria”, bajo la responsabilidad del sacerdote Federico Sopeña. Hasta un millar de fieles llegaron a inscribirse como miembros de la parroquia. En trazo grueso, la historiografía oficial se despacha describiendo aquel ambiente como la reunión de la burguesía católica más progresista. Pero aquello fue mucho más, como se detalla en el imprescindible libro Una experiencia comunitaria de liberación. Comunidad de Santo Tomás Aquino (Editorial Khaf).
En relativamente poco tiempo, se pasó de una parroquia tradicional con un cura al mando, que hacía y deshacía según su único y estricto criterio -siempre en absoluta obediencia con su obispo correspondiente- a una parroquia-comunidad donde los presbíteros no tenían ya la última palabra y donde los distintos ministerios de la comunidad no dependían de la lealtad al escalafón sino de la elección consciente y formada de la gente. En 1977 la Asamblea Parroquial elabora unos estatutos de funcionamiento para dar validez jurídica a la realidad que se estaba construyendo, entre otras la de nombrar una comisión parroquial del clero sin distinción entre el párroco y los adjutores. En 1986 el cardenal Ángel Suquía decide “clausurar” definitivamente la experiencia. Entre ambas fechas se suceden todo tipo de conflictos, nombramientos y planes de acción, siempre con una destacada apertura al mundo cultural juvenil. Cuando la curia de la Diócesis quiso atornillar el andamiaje de un edificio con tantas puertas, ventanas y pasillos de libertad, el edificio se vino abajo. La razón de aquel éxodo de la comunidad de Santo Tomás habría que buscarla, según la historia recogida en la citada obra, no tanto en “el cambio o falta de química o sintonía con las sensibilidades de las personas –que también–, sino fundamentalmente, por la diferente forma de interpretar teológicamente la experiencia” entra la Institución y el sujeto colectivo que formaban las gentes de la parroquia.
No hubo desbandada generalizada al caerse el paraguas institucional, al menos en el primer momento. Siguiendo el relato de Una experiencia comunitaria de liberación, “la vida, cuando lleva Espíritu dentro y está impregnada de esperanza, siempre encuentra algún camino, aunque tenga que desbordar lo temporalmente instituido”. Por el camino, se encontraron con muchas otras personas que de, algún modo, tampoco encontraban acomodo en el ámbito canónico y se sentían llamadas a arraigarse en los por aquel entonces nacientes movimientos sociales. Así, la comunidad gestada en la Universidad impulsó la Iglesia de base de Madrid y se integró en ella.
Evaristo Villar llegó a Santo Tomás en 1975, en respuesta a una de las muchas solicitudes que la comunidad cursó para poder contar con presbíteros preparados y dispuestos a sumarse a la experiencia comunitaria. Aunque participa activamente en Redes Cristianas o en Iglesia de base de Madrid, su principal referencia, toda vez que abandonó la orden de los claretianos, sigue siendo esta comunidad, a la que hoy día sigue íntimamente vinculado. Reconoce que tantos años y tantas experiencias han acabado por crear “un estilo propio” que se reconoce en la espiritualidad, la liturgia, la presencia pública y el compromiso. En la actualidad dos asambleas, una en primavera y otra en otoño, marcan la vida de la comunidad. En la primera se decide el tema de estudio para el curso y para las celebraciones dominicales y en la segunda se evalúa la tarea, se hace balance, se elige a los miembros del Consejo Directivo y se organizan las diversas comisiones de trabajo. Las comisiones, entres seis y siete, hacen de pequeño grupo de referencia donde se propicia el estudio y la revisión de vida, que se reúnen por lo general cada dos semanas y casas particulares. A veces se crean por tareas, otras por simple afinidad personal. También se organizan numerosos talleres, conferencias y mesas redondas y por supuesto los miembros de Santo Tomás tienen una fuerte vinculación con colectivos sociales y proyectos solidarios.
Con reverencia, pero también con orgullo y cierta satisfacción por haber resuelto con ingenio el aspecto jurídico, Villar explica que en sentido amplio hoy están vinculados a la diócesis Sâo Félix do Araguaia, en el Mato Grosso brasileño, donde ejerce Pedro Casaldáliga. Con el correr de los tiempos, además de provenientes de la universidad de y de profesiones liberales, están vinculadas a la comunidad personas trabajadoras, jubiladas, funcionarias. De los cinco o seis curas célibes que llegó a haber hoy quedan dos y otros tantos que añaden a su ordenamiento presbiterial la condición de casados. Su función no es la de presidir las celebraciones eucarísticas de los domingos, algo que se encarga rotativamente a las comisiones de trabajo, sino la de aportar su especificidad como especialista en teología y espiritualidad, puesto que, en palabras que Villar toma prestadas de Santo Tomás, “la Eucaristía hace Comunidad y la Comunidad hace la Eucaristía”. Solo por deferencia, cuando se lo piden, asume llevar la voz cantante en las misas que se celebran en los locales del MAS. Se mantiene muy vivo el ansia de dejarse interpelar por el mensaje de Jesús en una sociedad secularizada diversa y conflictiva, de continuar formándose para iluminar mejor la fe desde la razón y la opción por las personas pobres y de participar en la construcción del Reino de Dios, codo con codo con los nuevos movimientos sociales que claman por otro mundo posible.
Precisamente su interés, profesional y cívico, por el 15-M llevó a Guillermo Navarro, valenciano de 30 años residente desde hace siete en Madrid, a conectar con Evaristo Villar. “Estaba pendiente, primero por razones profesionales, ya que trabajo en publicidad y necesito saber cómo piensan y se comportan los ciudadanos y, segundo, como uno más, en la participación ciudadana del 15-M. Dada mi fe, buscaba un movimiento cristiano y entonces vi varias entrevistas a Evaristo en periódicos y revistas”, cuenta este joven, antiguo alumno de las teresianas del Padre Poveda en Valencia. Educado en una fe abierta, rupturista y comprometida, reconoce que “no se encuentra bien en los ambientes católicos tradicionales ni me identifico para nada con la jerarquía”. “Quedamos, incluida mi chica, varias veces con Evaristo y la verdad es que nos gustó lo que nos contaba”, añade Guillermo, quien no obstante reconoce que todavía hoy “no participamos como nos gustaría en la Comunidad porque, como madrileños de fuera, en cuanto tenemos tiempo libre nos vamos a nuestras ciudades y porque los dos trabajamos en publicidad, algo muy absorbente”.
Confiesa que de Santo Tomás le encanta “cómo interpretan el mensaje de Jesús desde la actualidad de los desahucios, el papel de los bancos, los recortes sociales”. De las celebraciones dominicales dice que se nota “la energía que se genera, que no es solo para decir qué bien me lo paso sino que llega a lo más profundo” y de la gente de la comunidad, “la humanidad, la amabilidad y la generosidad de abrirse y acoger a todos”, además con un “nivel intelectual que de primeras puede parecer muy alto” pero que luego se convierte en estímulo para “sentarte aprender, a dejarte contagiar y a participar más”. “Ha sido una sorpresa muy agradable”, reconoce.
Para conocer más acerca de la Comunidad de Santo Tomás de Aquino:
Una experiencia comunitaria de liberación. Comunidad Santo Tomás de Aquino, de Evaristo Villar.
Ediciones Khaf. Madrid, 2012