Manuel de Unciti, un cura libre

Manuel de Uniciti leyendo en la plaza Donosti. “Pero, ¿por qué dar gracias a Dios? Alguno podría pensar tal vez que Dios se merece ese gesto de gratitud porque durante todos estos ya largos años se nos ha hecho cercano y próximo en los caminos de la vida; nos ha acompañado y hasta nos ha tomado de su mano para estimularnos y no dejarnos desfallecer… No ha sido así mi experiencia, hermanos. Yo he encontrado, por el contrario, la mano de Dios en vuestras manos; su palabra de aliento en las vuestras de ánimo; su cercanía y su proximidad en vuestro cariño y en vuestra amistad. La mejor teología de todos los tiempos insiste una y otra vez en que Dios actúa entre los hombres por medio de ‘causas segundas’, por medio de los hombres. Al igual que no existe ‘hilo directo’ entre Dios y nosotros sino que toda nuestra relación en Él pasa a través de los hermanos –y, particularmente, de los hermanos más pobres y marginados- así toda la actuación de Dios para con este mundo se lleva a cabo con la colaboración de los hombres, nuestros hermanos y sus hijos”.

Esta larga cita, que casi podría considerarse la síntesis de toda una vida cristiana, corresponde a las palabras que pronunció Manuel de Unciti y Ayerdi el 29 de junio de 2004, en la celebración de sus primeros 50 años como sacerdote. Unciti murió en Madrid el pasado 3 de enero. Donostiarra militante, había nacido en San Sebastián el 1 de enero de 1931. Estudió en el seminario de Vitoria y se especializó en misionología en Roma y París. Volvió a España, enviado por sus superiores, para estudiar en la Escuela Oficial de Periodismo. Ya nunca dejó Madrid.

A partir de entonces, dedicó su vida a tres grandes fines: las misiones, la información religiosa y la formación de periodistas cristianos. Fue, durante más de tres décadas, secretario nacional de la Obra Pontificia de San Pedro Apostol y director de las revistas Pueblos del Tercer Mundo e Illuminare. Durante este tiempo animó incontables encuentros y charlas misioneros en Europa, África y América. Fue responsable de información religiosa en el diario Ya y escribió en publicaciones como El Correo, Vida Nueva, Sal Terrae, Razón y fe, Ecclesia, Familia Cristiana o RS21. Fue autor de libros como Sangre en Argelia, África en el corazón, Amaron hasta el final, Tercer Mundo, escándalo y denuncia o Teología en vaqueros. Fue profesor de deontología profesional y teoría de la comunicación en la Escuela de Periodismo de la Iglesia.

Y fue el fundador y alma mater durante 40 años de la Residencia Azorín para estudiantes de periodismo, foco de cultura democrática en los estertores del franquismo y en la Transición. Allí se formaron alrededor de tres centenares de periodistas que hoy se encuentran diseminados por redacciones y gabinetes de comunicación de todo el país. Lo escribió Francisco Correal, uno de ellos, en el Diario de Sevilla: “No existe un solo medio de comunicación importante en nuestro país en el que no haya alguien que ha pasado por la Residencia Azorín: desde ganadores de Ondas como Pedro Erquicia a ganadores de Goyas como Javier Aguirresarobe. Directores de publicaciones, subdirectores, corresponsales en el extranjero, cronistas de fútbol, críticos taurinos, responsables de grupos periodísticos y tropa común”.

Pero, sobre todo, fue un cura libre. Un cura que escribió y dijo siempre lo que tenía que escribir y decir, aunque le valieran reprobaciones –que le valieron- y aislamientos (y algún que otro reconocimiento, como el premio ¡Bravo! Especial a toda su trayectoria concedido por la Conferencia Episcopal). Un cura que luchó toda su vida por una Iglesia abierta, dialogante, de las personas pobres y para las personas pobres, esa Iglesia desclericalizada que anuncia el papa Francisco y que Dios, como premio final, le permitió atisbar con esperanza en sus últimos días.

Autoría

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *