Profecía en tiempos de Francisco

Mural de homenaje a Monseñor Romero en San Francisco (EE.UU). El pasado 24 de marzo, el mundo recordó el martirio de Óscar Romero, arzobispo de El Salvador, asesinado en 1980. Él fue asesinado por su lucha en defensa de las poblaciones indígenas, de las personas pobres y a las que se perseguía por motivos políticos, en tiempos de una guerra civil que se llevó más de 50.000 personas en aquel país. En su tiempo, el martirio de Romero tuvo una gran repercusión en todo el mundo. La situación social y política de El Salvador se hizo escándalo mundial. Pocos años después, el sistema político fue renovado y el país conquistó la paz.

Ahora, el pueblo acaba de escoger como presidente a Salvador Cerém, antiguo militante de la lucha por la justicia en su país. La propuesta del nuevo gobierno es integrarse en el camino bolivariano de otros países del continente latinoamericano y conquistar una verdadera independencia frente al imperio norteamericano y renovar la sociedad de su país desde las culturas indígenas y campesinas, que siempre fueron discriminadas y ahora buscan vivir un protagonismo nuevo en El Salvador.

Desde el tiempo de Romero, muchos se preguntan si es tarea de un obispo asumir de tal forma la causa de las personas pobres de tal forma que llegue a morir y, con su martirio, logre cambiar la política de su patria. En la época, en América Latina, la mayoría de los obispos proponía “una Iglesia pobre y servidora, comprometida con la liberación de toda la humanidad y de cada ser humano en todo su ser” (Med 5, 15).

Tres décadas después, la fisionomía de la Iglesia jerárquica había cambiado y parecía más centrada en sí misma. Fue entonces cuando, hace exactamente un año, en marzo de 2013, fue elegido el papa Francisco. Inmediatamente, retomó el diálogo afectuoso con la humanidad que, en los años 60, el papa Juan XXIII había iniciado. Y reveló que la dictadura del pensamiento único no ayuda a nadie en la Iglesia. Ya en el siglo III, Cipriano, obispo de Cartago, escribió al papa de la época: “La unidad abole la división, pero respeta las diferencias”.

El papa Francisco propone un modo de ser Iglesia sinodal y al servicio de la humanidad, como era el modelo eclesial por el que Óscar Romero vivió y dio su vida. Este mes de abril celebramos la fiesta de la Pascua. Es importante que no sea solo una fecha del calendario religioso, sino un signo de que la Iglesia se hace pascual, esto es, una Iglesia nómada, peregrina, capaz de caminar con la humanidad por los caminos de la vida. Una Iglesia que se haga espacio de comunión para toda la humanidad, sin excluir a nadie y, por su compromiso con la humanidad crucificada de hoy, pueda ser verdaderamente testigo del amor divino que renueva el mundo.

Las propuestas de renovación del papa Francisco solo serán eficaces si las comunidades eclesiales de cada región y sitio responden a su llamada y se movilizan por una Iglesia en estado permanente de concilio o sínodo. Y entonces sí, la Pascua no tendrá fin porque Jesús actualizará lo que dijo en el Evangelio: “Donde dos o tres o más hermanos y hermanas se reúnen en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”.

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