Reformar la Iglesia desde abajo

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pag8_iglesia_web-23.jpgComo cada año, a principios de septiembre, se celebró en Madrid el Congreso de Teología -organizado por la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII- y lo primero que debo decir es que no es un congreso que se parezca a ningún otro al que haya asistido. Desde que entras en su espacio, por la oferta y la propia gente que allí te encuentras, sabes que estás ante otra cosa: editoriales ofreciendo sus contenidos, puestos solidarios, horizontes de conocimiento, cambio y denuncia eclesial o social, «palabra y vida» en clave de disponibilidad.

No encontramos aquí azafatas de buen ver –en otros congresos no suelen verse tampoco azafatos– o yuppies con sus teléfonos móviles echando humo, buscando el último e imposible acuerdo millonario, sino que hay una poco habitual mayoría femenina de asistentes y paridad entre ponentes. Vestimenta informal y pirámide social algo descompensada hacia «la madurez», tal vez por ello poca presentación apoyada en power point u otros medios audiovisuales y mucho conocimiento «analógico» (otra diferencia con otros congresos y, quizá, un reto para el futuro). Cuatro jornadas apretadas para intercambiar experiencias, saludar a viejos y nuevos amigos o amigas, acudir a mesas redondas y ponencias, a la siempre fresca Eucaristía del domingo.

La primera jornada: bienvenida y ponencia de Federico Pastor, que nos contó que no parece que Jesús fundase una «ecclesia» con organización, aunque sí contase con elementos comunitarios y pusiese en marcha algo: «el movimiento de Jesús», un «estado de ánimo» con «algo» de estructura que llamó «los enviados» (apóstoles) pero no doce ni todos varones. Fueron comunidades creativas que supieron hacer los tránsitos (no fáciles ni exentos de manipulaciones del mensaje original) judío-helenístico-latino. Ahora, según Pastor nos toca a nosotros y nosotras transitar de ese espacio latino-occidental a una nueva espiritualidad y liberarnos de «pesos muertos».

La segunda jornada comenzó con tres organizaciones bien distintas que nos trajeron sus propias experiencias y reflexiones. Teresa Cortés, de MOCEOP, nos reclamó «armar lío» (como pedía Francisco), deconstruir el perímetro eclesial (celibato, machismo, derecho canónico, «sacramentización»…) y construir una «comunidad de iguales». Susana Pozo, de la asociación Rumiñaui, nos introdujo en la lucha de las mujeres indígenas peruanas por su liberación, víctimas de abusos desde la colonización hasta la integración forzada en los actuales estados nacionales y triplemente discriminadas por ser mujeres, indígenas y campesinas. Inmaculada Bellido, desde la Asociación Tzadik-P.J. Espíritu Santo de Sevilla, nos habló de jóvenes expulsados de su propia comunidad que, alejados del discurso moral y doctrinal, e «indignados» con esa Iglesia oficial, intentan vivir experiencias comunitarias reivindicativas y alternativas.

La primera mesa redonda (Experiencias de reforma de la Iglesia) del día nos trajo tres experiencias distintas. La de Emiliano Tapia, en una parroquia salmantina rural, nos habló de los graves problemas de un campo convertido en un inmenso negocio para las grandes empresas. Los pueblos se organizan pero no ya en torno a las parroquias sino a las personas, con atención a los más necesitados (los mayores). Ángel Villagrá (Iglesia de Base de Madrid) reclamó una Iglesia libre, pobre y solidaria, que renuncie al poder, se autofinancie y no disponga de privilegios educativos ni culturales, con una exigencia ética y política de democracia interna y reivindica un laicismo que, sin perderse en matices lingüísticos, respete la independencia de las religiones. Alejandra Villate, de las Juventudes de Estudiantes Católicas (AC), nos habló de la evangelización estudiantil, apoyando el primer empleo y el paro. Quieren salir y cooperar con otros grupos sociales («los mediadores»), sabiendo que el rechazo a la Iglesia de los jóvenes es enorme.

La segunda mesa nos llevó a si Otra Iglesia es posible. Joan Godayol (obispo emérito de Perú) nos contó sus celebraciones inculturizadas, aun contra la «norma» y que hay laicos (solteros, casados o divorciados, mujer o varón) llevando las parroquias. Se afanó en rehacer la Iglesia desde la base y vive ahora en una comunidad salesiana en Barcelona con su pensioncita de Perú de 150 euros, complementada con otros 150 por la administración española («por indigente») trabajando con grupos de jóvenes. Con un «me dan fuerza ustedes para seguir fastidiando a mis colegas» terminó su intervención (¡ahí queda eso!, bien «señor obispo»).

Después intervinieron el Gesto Solidario Diocesano de Zaragoza, para contarnos su experiencia, ayudar a las personas sin vivienda, al borde o en proceso de desahucio y José Chamizo que, desde antes de ser el Defensor del Pueblo en Andalucía, trabajaba ya en el mundo de la exclusión y ahora en la asociación de Voluntarios por Otro Mundo («compuesta por agnósticos, ateos, musulmanes y yo -que soy cura-«), con presos de los que denominan «indigentes», que no tienen nada ni a nadie.

José María Castillo, en su ponencia Democracia y derechos humanos, empezó con una pregunta: ¿Qué autoridad o credibilidad moral puede tener en este tiempo una institución que no puede actuar como una democracia y no puede suscribir ni poner en práctica los DDHH? La pregunta es más incómoda si pensamos que debe transmitir el Evangelio. ¿Cómo predicar lo más sublime sin poder poner en práctica lo más elemental?

Para analizar la relación entre Iglesia y DDHH o democracia antes hay que ver la relación entre Iglesia y religión (que no es solo la relación con Dios, sino mediada a través de rituales, normas…), que desemboca en subordinación no solo a Dios, sino a sus mediadores.

Es importante tener clara la relación conflictiva entre Jesús (profundamente religioso) y la religión. A Jesús le preocupaba la salud de la gente, la alimentación y las relaciones personales. El cristianismo encuentra en Jesús la revelación de Dios. Jesús se puso de parte de las víctimas del orden socio-religioso, de los más pequeños (lo constitutivo de la revelación). Coincide con Pastor en que Jesús no fundó una religión. Es el final del sacerdocio y de todo sacrificio (ser solidarios es el nuevo sacrificio). Es Jesús y no Dios el centro del cristianismo y en él aprendemos cómo es Dios. En la medida en que la Iglesia se presente como la Iglesia de los pobres y de los débiles, estaremos revelando la religión de Jesús y en ella sí caben los DDHH y la democracia.

La tercera jornada comenzó con la ponencia La Iglesia ante el neoliberalismo: crítica y alternativas, de Zofia Marzez, catedrática de la Universidad de Varsovia, («no soy economista ni socióloga ni teóloga ni creyente, pero la teología de la liberación me fascinó») que nos introdujo en el neoliberalismo como ideología y un programa económico que viene envuelto en principios atractivos -como la libertad, la innovación, la eficiencia- pero que está concebido para redistribuir la riqueza hacia las personas ricas a costa de las pobres. Saqueo consentido por la debilidad de las instituciones públicas. El neoliberalismo rompe la comunidad, corrompe la solidaridad, es la apoteosis del egoísmo y la competencia. No resuelve los problemas acuciantes, ni siquiera lo pretende. El capitalismo actual está cada vez más en sus manos, haciendo daño a la sociedad y a la propia naturaleza, destruida sistemáticamente. Desafía a los cristianos y cristianas, va en contra del Evangelio. La Iglesia puede seguir siendo parte del sistema o romper las alianzas con el poder establecido. La teología de la liberación presenta una alternativa desde los que no cuentan, los pobres.

Anne Sidonie Zoa, teóloga camerunesa, colaboradora del gran teólogo ya fallecido Jean Marc Elá y ahora exiliada en Canadá, donde da clases en la Universidad, nos habló de la Reforma de la iglesia y liberación en África.

La pobreza no aparece porque sí en África, es la colonización la que provocó un empobrecimiento antropológico de las personas. El comercio de esclavos representó la discriminación total. El pueblo africano encarna en los últimos cinco siglos al «pobre» y la Iglesia no puede permanecer indiferente. Muchos teólogos hablan sobre la pobreza. ¿Son suficientes los discursos redundantes sin que se conviertan en realidad?, se pregunta. En África el reto es cómo cambiar en los ricos la relación con el dinero y las cosas materiales. Para Jean Marc Elá, la reforma era el servicio a los pobres. Como él, Anne Sidonie pide un cristianismo que surja de las cenizas del cristianismo burgués.

Guadalupe Cruz, teóloga y psicóloga mexicana, en Hacia una Iglesia inclusiva desde la opción por los marginados en América Latina, nos habló de una Iglesia inclusiva en América Latina desde la óptica de las comunidades enmarcadas por la pobreza, con las particularidades de la violencia y el narcotráfico pero como exponente de liberación el derecho de decidir de la mujer amparado por la legislación del país.
Juan Antonio Estrada aborda finalmente la Reforma de la Iglesia desde la opción por los pobres. El catolicismo, nos dice, siempre ha tenido problemas con las reformas. En el siglo XIX se decía que la Iglesia era santa y, por tanto, no reformable. Jesús fundó la comunidad de discípulos. La Iglesia fue un proceso de siglos de construcción humana, sometida al cambio. Se absolutiza la Iglesia, pero no la comunidad de los evangelios. Desde Rahner y Congar se piden reformas de las instituciones, no solo de las personas. La gran batalla está servida entre la posibilidad de un nuevo modelo de Iglesia y el inmovilismo vaticano (fundamentalismo que no respeta a Jesús).

Llega la teología de la liberación y no solo como «exigencia moral», sino como condicionamiento teórico. El modelo eurocéntrico salta y la teología se hace universal. El mensaje está en línea con el Jesús histórico: «Si puedo salvar a éstos, puedo salvar a todos», como seres humanos, todos somos «débiles». La Buena Noticia: la salvación está mejor en manos de Dios que en la nuestra. La imagen de Dios es una construcción humana. Tenemos imágenes venenosas de Dios en nuestra base teológica, incluso en el Dios de Pablo sigue estando la culpa y el pecado y en Jesús se sublima esto y carga con el pecado de todos los seres humanos. Ojo, nos dice Estrada, no sea que practiquemos una teología del más allá, mítica, teología-ficción. El acento lo pone Jesús en la salvación aquí y ahora. Dios se humaniza y nos ayuda a ser personas, es Jesús quien enseña, el Hijo de Dios que nos encamina al Padre desde su identidad de Hijo del Hombre. Solo seremos felices si hacemos felices a los demás, aun si no hubiese Dios o no hubiese resucitado . Pero, además, Dios estuvo con él en la vida y en la vida plena. Compartir con quienes sufren. ¿Alguna vida no tiene cruz? No se busca, la cruz viene, Él libera.

El Congreso terminó con una celebración de la Eucaristía en la que destruimos para reconstruir la nueva Iglesia, más cercana, más asequible, más cómoda, para que quienes siguen a Jesús tomen fuerza para servir y cuidar al otro, especialmente a la persona más vulnerable.

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