Segundo grado de oración

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El alma entiende que las flores crecerán aún más hermosas, con perfume más intenso. Nos adentramos en “El segundo modo de sacar agua que el Señor del huerto ordenó para que con artificio de un torno y arcaduces sacase el hortelano más agua y a menos trabajo, y pudiese descansar sin estar contínuo trabajando… Es esta oración de quietud”. Es la promesa que nos hace directamente al corazón. Confía en mí, te daré esa paz que andas buscando por confines infinitos y que nunca terminas de encontrar. Porque sólo yo puedo darte esa paz que necesita tu alma.

Aquí se comienza a recoger el alma… porque en ninguna manera ella puede ganar aquello por diligencias que haga…”. Y no es nuestro esfuerzo o voluntad los que priman en este gozoso disfrute. Simplemente es que “Aquí está el agua más alta, y ansí se trabaja menos que sacando agua del pozo. Digo que está más cerca el agua, porque la gracia dase más claramente a conocer al alma”. Y ella (nuestra alma tocada por el amor verdadero) ya “solo da consentimiento para que la encarcele Dios, como quien bien sabe ser cautivo de quien ama”.

Se ha iniciado el diálogo, la escucha sincera, la aceptación, el encuentro con esa infinita emoción de sed saciada y ahora es el momento en el que “comienza Su Majestad a comunicarse a esta alma y quiere que sienta ella cómo se le comunica”. En ese instante mágico, nuestros labios dejan de desear otros labios que no sean los suyos; nuestros ojos, dejan de buscar otros ojos que sean los suyos; nuestra piel deja de estremecerse por otros abrazos que nos sean los suyos. “Comienza a perder la codicia de lo de acá, porque ve claro que un momento de aquel gusto no se puede haber acá”.

Esta cercanía que experimenta el alma es una donación, un regalo inesperado, un tesoro descubierto porque “Quiere Dios por su grandeza que entienda esta alma que está Su Majestad tan cerca de ella que ya no ha menester enviarle mensajeros, sino hablar ella misma con El, y no a voces, porque está ya tan cerca que en meneando los labios, la entiende”. Han desaparecido las mediaciones, los mensajes en clave, los correos perdidos en la bandeja de borradores. Ahora ya es tiempo de establecer por fin, línea directa con el amor, con ojos, labios y abrazos intensos, directos y cercanos. Estos regalos nos desconciertan. Quizá porque en algún momento de nuestra vida no creímos merecerlos. Y posiblemente así sea, pero el amor no entiende de recompensas, simplemente se entrega libre y sincero. Mientras tanto, nuestra alma desconcertada y muda “No sabe por dónde ni cómo le vino, ni muchas veces sabe qué hacer, ni qué querer, ni qué pedir…Y cuando el Señor comienza a hacer estas mercedes, la misma alma no la entiende, ni sabe que hacer de sí”.

E incluso no tiene miedo de entregarse, sin máscaras, sin falsas seguridades ni trampolines; a pecho descubierto, permitiéndole al amor que corte esas flores de su huerto, porque el alma entiende que ellas crecerán aún mejores, más hermosas, con perfume más intenso. Es momento de cuidar ese alma nuestra, que puede rodearse de esas pequeñas hierbecitas que enturbien nuestro jardín. Nunca perder de vista dónde estamos y de donde proceden nuestras raíces. “Gánase aquí mucha humildad, y tornan de nuevo a crecer las flores”.

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