Para muchos, hablar de “espiritualidad socialista” parece una contradicción en términos. En otras épocas de la historia, socialismo y cristianismo parecían realidades contrarias que se excluían. En su gran obra, El Dios escondido, el sociólogo marxista Lucien Goldman comparaba –sin asimilar una a la otra– la fe cristiana con la fe socialista. Las dos tienen en común el rechazo del individualismo puro, racionalista o empirista, buscar la superación de la cultura burguesa y creer en valores transindividuales. En lo que respecta al cristianismo, la fe en Dios, con todo lo que esto implica de fe en el ser humano y de valoración de la vida. En cuanto al socialismo, se cree en la comunidad humana y en la esperanza de construir el ser humano nuevo. La apuesta religiosa sería la existencia de Dios; la apuesta socialista, la posibilidad de la liberación social de la humanidad. Ambas implican una fe fundadora que no es demostrable solamente a nivel de los juicios factuales. Según Goldman, lo que distingue a estas dos formas de fe es el carácter suprahistórico de la transcendencia religiosa. Ya en 1925, José Carlos Mariátegui, pensador chileno, escribía: “La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia, sino en su fe, su pasión y su voluntad. Es una fuerza mística, espiritual… Las motivaciones espirituales se desplazaron del cielo a la tierra. Ellas no son divinas sino humanas y sociales” (José Carlos Mariátegui, El Hombre y el Mito, El alma matinal, Biblioteca Amauta, Lima, 1970, p. 22. ).
De hecho, desde los años 60, en Latinoamérica muchos cristianos se han proclamado socialistas y han vivido esta opción social desde la fe y la espiritualidad cristiana. En 1965, durante la cuarta sesión del Concilio Vaticano II, en una de sus vigilias de la madrugada, escritas como carta circular al grupo de personas que colaboraban con él, Helder Câmara, entonces arzobispo de Olinda y Recife, escribía: “La problemática general de América Latina y del Tercer Mundo debe sernos familiar (…). Es necesario entender y estimular el nuevo Bolivarismo en el sentido del esfuerzo conjunto para la independencia económica del Continente, en articulación cada vez mayor con el Tercer Mundo y apertura hacia todo el mundo” (Dom Helder Câmara, Circulares Conciliares, volúmen I, tomo III, 68ª Circular, Roma 16-17/ 11/1965, Editora CEPE, Instituto Dom Helder Câmara, Recife, 2009, p. 253. ).
Más tarde, Mons. Oscar Romero, arzobispo mártir de El Salvador, advertía: “Es fácil ser portador de la Palabra y no incomodar a nadie. Basta quedarse en lo espiritual y no comprometerse con la historia. Decir palabras que pueden ser dichas no importa dónde ni cuándo porque no son propiamente de parte alguna” (Oscar Romero, L´Amour Vainqueur, citado por Pierre Vilan, Os Cristãos e a Globalização, Loyola, São Paulo, 2006, p. 41).
Desde enero de este año, crecen las rebeliones civiles en el norte de África. La televisión muestra una multitud de hombres y mujeres, jóvenes y más adultos, que protestan contra dictaduras y arriesgan la vida para cambiar el mundo. Al mismo tiempo, en las horas ciertas, allí mismo en la calle, todos los musulmanes se postran y hacen sus oraciones en dirección a La Meca. También en el continente latinoamericano el proceso bolivariano se apoya en las culturas tradicionales indígenas y negras y tiene la participación de muchas comunidades cristianas.
La prensa insiste en que el papa ha publicado un nuevo libro sobre Jesucristo y allí sostiene que el mensaje y la práctica de éste nada tiene que ver con opciones sociales y políticas. Al contrario, Mons. Oscar Romero, el mártir latinoamericano, decía: “El gran inspirador de la liberación de toda la humanidad y de cada persona humana es Jesucristo. Solo puede liberar quien logra superar el egoísmo y destruir las corrientes que aprisionan el corazón humano. Si no parte de lo más profundo del interior humano, la liberación no es verdadera y duradera”.
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