Eso es lo malo, que durante años y siglos nos dijeron que los niños buenos -las niñas, más aún- están calladitos. Lo malo es eso; lo peor, que nos lo creímos. Y no, eso no, que nos convertimos en ladrillos del muro de la ignominia y la indiferencia (perdón por la redundancia). “Lo preocupante -advierte Martin Luther King- no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos”, que viene a decir lo mismo que la pintada.
En esto de los calificativos yo me remito a la doctrina Forrestgump: es bueno quien hace cosas buenas. Si callamos, a lo mejor es que no somos tan buenos.
Afortunadamente, hay también otros maestros y maestras, como Luther King, como las que nos enseñaron que los niños y las niñas buenas (tal vez) van al cielo, pero las malas vamos a todas partes.
Hace dos años, por estas fechas, estaba en el horno una indignación que un mes más tarde desbordó calles y plazas, rompiendo un silencio cómplice.
¡A la calle!, que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos,
anunciamos algo nuevo.
(Gabriel Celaya, el mismo de “la poesía es un arma cargada de futuro”).