… o en las tapas, que tal vez es la versión veraniega de la sopa! Y me temo que, si lo usan de reclamo, por algo será.
Claro que reclamos no es lo que falta, precisamente. Vivo en una ciudad en la que una visita, que en el calendario duró un par de días, se ha extendido durante semanas. Con muchos reclamos antes de la cosa, en la cosa y después de la cosa. O tal vez debería decir antes de la sopa, en la sopa y después de la sopa.
También había otros reclamos, tímidos, escasos, tal vez (aunque para algunos y algunas sobraban) y, desde luego, privados, pagados con bolsillos privados de unas gentes que no pudimos evitar pagar los públicos en este Estado tan pintorescamente laico. Pero ahí estuvieron también, dejando claro que no todo eran bienvenidas ni hinojos.
En fin, que nos han dejado muy claro que habemus. Como el pasajero de la avioneta que iba mal y preguntó al piloto si tomarían tierra, y el piloto que respondió: “tomar, no: ¡te vas a jartar!”. Y sí, acabamos- jartos y, especialmente, jartas de una visita -¿o fue una invasión?- que dejó como imagen final la de unas monjas limpiado el paisaje después de la batalla. Al fin y al cabo, estas visitas sirven para poner las cosas –y a las persona- en su sitio.
Ya digo, bien jartas y sin all i oli. Pero, eso sí, bravas.