En mi tránsito de cada día me acontecen situaciones variopintas que me gusta compartir con vosotros y vosotras para que, así, entréis en mi mundo y en el de las personas con discapacidad. En esta ocasión, un padre con dos hijos se encontraron en mi camino hace unos días… y, ¿qué creéis que aconteció?
Pues ocurrió lo siguiente: a 20 metros de distancia delante de mí empecé a oír cómo en mi acera iban caminando ese padre con dos hijos y en seguida me puse alerta. No os sorprenda mi actitud pues, cuando las personas ciegas con el bastón vamos por la calle, al detectar la presencia de niños, solemos ralentizar nuestra marcha para tener más cuidado. Ya se sabe que son imprevisibles y nunca sabes cómo van a reaccionar en segundos y en muchas ocasiones sin querer se te ponen en medio o se cruzan con lo que les podemos arrasar literalmente.
Y esta vez no fue ese el problema sino que al llegar a su altura, pasé al padre y al dirigirme hacia ellos como un tanque demoledor, el progenitor les dijo:
Apartaos chicos, dejad paso…”
Ellos, evidentemente, no se habían dado cuenta de mi presencia porque iban jugando y, al escuchar la voz de detrás giraron y me dejaron sitio con asombro y un silencio tenso a mi paso se quebró por la voz de uno de los niños que enfatizó con voz de sorpresa:
¡Mira!, ¡un ciego!”
En ese instante quise volverme invisible y no supe si decirles algo o callar. Como siempre os indico en estos artículos es necesario señalar la persona y luego la discapacidad, pero nunca al revés ni tampoco indicar solo la discapacidad.
Y claro… me diréis: ¡es que son niños!, lo que no descarta que puedan decir lo que les apetezca o lo que a ellos les llama la atención. Para eso están los padres que deben educar y corregir, para que sepan en el futuro cómo obrar con gente diferente a ellos.
Y tengo que decir que en este caso que nos atañe, el padre estuvo muy bien y ante la exclamación anterior que os reproduje del niño les corrigió:
Anda calla y no faltes al respeto…
Los niños con la lección bien aprendida se ve que nunca habrían visto a una persona ciega tan cerca en su vida o debe de ser que mi sex appeal les sorprendió, ya que volvieron a preguntar al padre:
¿Y por qué está ciego…?
La persona adulta estuvo muy bien y comenzó a explicarles asuntos relacionados con la ceguera y al no saber mi caso concreto, les relataba planteamientos generales de las personas ciegas, por qué llevábamos el bastón blanco y cuestiones de este tipo, con lo que seguí mi senda contento y con una sonrisa en mi semblante.
Este ejemplo que hoy os muestro es muy habitual en mi quehacer diario. Lo importante es reaccionar en ese instante como lo hizo la persona mayor, porque también me ocurre en otras ocasiones que los progenitores no les explican nada, les reprochan sus preguntas e inquietudes, con lo que ese niño o niña en el futuro no tendrá forjada una buena opinión de los diferentes, como somos las personas con discapacidad.
Por eso, felicito a ese padre anónimo para mí y a todos los padres que se esfuerzan en explicar las cosas, muestran naturalidad con todo tipo de personas y manifiestan respeto e igualdad para comprender el entorno del otro aunque sea diferente. Es preciso por tanto, educar en la familia, en el colegio, con las amistades y también en la calle.