Creo no equivocarme si afirmo que la mayoría de los lectores de alandar consideran que la política no la hacen sólo los políticos, sino todas las personas que, con distintos medios y objetivos, participan en la Cosa Pública (Res-publica). Pero, a la vez, me atrevo a decir que la mayoría de los lectores no hace política de partidos (y no piensa hacerla nunca). Es más, vota lo mejor que puede y sabe, pero suele hacerlo tapándose la nariz y con actitud de “que pase de mí este cáliz”. La relación con la política institucional nos resulta difícil y, si tenemos que elegir dónde invertir tiempo y energías a mejorar el mundo, preferimos hacerlo desde lo social, el asociacionismo, desde estructuras menos rígidos y aburridas como los partidos.
El hecho de que la mayor parte de los jóvenes y adultos comprometidos (lo mejorcito…) lo haga en el ámbito social y fuera de los partidos es algo que tiene que cuestionar a la política tradicional, pero por ahora no existen otras estructuras o soluciones que puedan garantizar la representatividad en el ejercicio de la democracia.
El caso es que fruto de estas reflexiones, en 1994, a los 34 años de vida y tras una larga experiencia en el compromiso social, decidí meter la nariz en el Partido Verde de mi pueblo en la periferia de Milán, para enterarme de lo que hacía y proponía y por quiénes estaba formado. Es posible, para los ciudadanos de la Unión Europea, votar y presentar su candidatura en las elecciones municipales en países europeos. Me encontré con tres gatos: Oliviero, Fabio y Stefano (ninguna mujer…). Juntos redactamos nuestro primer programa electoral para las siguientes elecciones. Durante diez años perdimos las elecciones, incluso coaligados con otros partidos y listas ciudadanas. Hasta que llegó nuestro turno.
El cuarto de los botones
En el 2005 ganamos en coalición junto a otros cuatro partidos de centro izquierda. Recuerdo ese día cómo una película de Buñuel. Los partidos ganadores entrábamos en el ayuntamiento con nuestras banderas, encabezados por nuestra alcaldesa, felices de saber que el municipio iba a ser nuestra casa durante algunos años y que íbamos a tener la ocasión de hacerlo bien, de hacer las cosas como las habíamos soñado durante tantos años.
A los verdes nos tocaron dos concejalías, una con cartera (política ambiental) y otra sin cartera. El caso es que yo, acostumbrada a perder, no me podía creer que me pudiera tocar entrar en el “cuarto de los botones”. Me organicé rápidamente para poder dedicar las energías y el tiempo necesarios para desarrollar bien mi función y empecé a adentrarme en un lenguaje, reglas y códigos nuevos para mí. Un tipo de trabajo que me era desconocido, en parte bastante pesado y aburrido: los plenos, las comisiones, votaciones, interrogaciones, miles de reuniones preparatorias con la coalición, pero también muy interesante, pues es un privilegio -además de una gran responsabilidad- decidir sobre el presente y el futuro de tu pueblo en temas como: ecología, tráfico, escuelas, planes urbanísticos, servicios sociales, agua, cultura, basuras, jóvenes, ancianos, transparencia financiera, comunicación con la población, asociacionismo, energía…
He participado con entusiasmo en llevar adelante proyectos tan interesantes como la realización de 60 pisos populares (hacía 40 años que no se construían en nuestro pueblo), la ampliación al 60% de la separación de basuras de la población, la apertura de la Casa de las Asociaciones en un edificio confiscado a la mafia, los primeros carriles bici, la reforestación con más de quinientos árboles, las Casas del Agua (que han evitado millones de botellas de plástico), la apertura de una segunda Biblioteca, la ampliación de la guardería municipal, la gestión de varios parques en colaboración con asociaciones de voluntarios, la construcción de dos gimnasios para los coles, la mejora de algunos problemas de tráfico, la promoción de interesantes programas culturales (siempre colaborando con asociaciones) y de un Centro para Jóvenes, la mejora de la limpieza de las calles, la limpieza de arroyos… y mil otras cosas que se me olvidan.
Mors tua, vita mea
Una de las cosas que más me han costado en esta experiencia han sido las dinámicas históricamente viciadas en la relación entre mayoría y oposición (que ya el nombrecito parece excluir la posible colaboración) que se resumen en: “Lo que tu propones, aunque sea sensato, yo no lo puedo apoyar, porque si lo hago te doy puntos a ti.” Ésta es una de las falacias que mejor destapan a las personas que hacen política sin poner en el centro el bien común. Los lectores y lectoras de alandar entienden perfectamente la bilis que me he tenido que tragar en muchas ocasiones por querer actuar de otro modo y no siempre poder.
Y no siempre puedes porque te das cuenta de que no se puede entrar en política (a no ser que se gane solito) y pretender alcanzar todos los objetivos que uno se propone. En la valoración de la gravedad de algunas situaciones te preguntas: yo quiero conseguir estos objetivos, ¿vale la pena que monte un pollo por este otro tema que yo habría hecho de otro modo pero que no es esencial? Y cuando te dices que no vale la pena, pues sigues y aguantas compromisos que desde fuera alguien podría juzgar poco admisibles. Eso, y un poco de sentido del humor de mis compañeros de partido, me ha ayudado a sobrevivir.
Amargo, ma non troppo
Nuestra experiencia administrativa, con un puñado enorme de éxitos y de buenísimos resultados para la ciudad, terminó muy mal, con una acusación de corrupción al marido de nuestra alcaldesa, que arrastró a toda la coalición a pocos días de las elecciones. El palo fue durísimo y, aunque a nosotros no nos afectaba directamente, condicionó nuestra derrota. Tengo que decir que, si hubiéramos salido elegidos de nuevo, como parecía, yo habría seguido en mi función, pues después de lo que cuesta aprender a moverse en ese mundillo, es un desperdicio dejarlo después de cinco años. Pero ahora que no he sido elegida y que he vuelto a ocuparme de lo social (el banco del tiempo, la tienda del comercio justo, los scouts, la parroquia…) me doy cuenta de lo cansada que es la tensión política. Y me digo que está bien que sean otros los que vayan a ejercer la representatividad ciudadana. Me doy cuenta de que me he vuelto más clemente con los que gobiernan ahora, porque es muy fácil criticar desde fuera sin saber lo que cuesta arreglar cada bache en el asfalto. Que he aprendido que los recursos económicos del ayuntamiento son siempre limitadísimos y que no es fácil decidir qué dejar fuera, que cualquier cosa que hagas habrá quien la critique, etc.
Por todo ello yo digo que todos los ciudadanos (y sobre todo los cristianos) deberíamos dedicar algunos años a servir a la democracia, pasando por el ejercicio de la representatividad, del poder y de la responsabilidad. Así evitaríamos que algunos lo hicieran “de por vida” sin dejar espacio a otros, y tal vez se modificaran las dinámicas Mors tua, Vita Mea, gracias al hecho de darnos cuenta de lo difícil que es hacerlo bien y de lo fácil que es criticar. Yo considero que ya he dado. Y ahora, ¡que pase el siguiente!
- La justicia social pasa por una justicia fiscal - 29 de mayo de 2023
- Gasto militar y belicismo en España - 23 de mayo de 2023
- Mujeres adultas vulneradas en la iglesia - 18 de mayo de 2023