El drama de las familias que pierden sus hogares y los trabajadores y trabajadoras que se quedan sin empleo se ha convertido en algo cotidiano. La sanidad y la educación públicas pierden profesionales y medios, no hay dinero para que los niños y niñas coman en los colegios, apoyar a las familias con personas dependientes se considera un lujo que no nos podemos permitir y de la protección del medio ambiente para qué vamos a hablar… y suma y sigue.
Las noticias de los desahucios, los despidos y los recortes se alternan con las de los casos de corrupción, los desmanes de la banca o las grandes obras que sólo sirvieron a quienes se enriquecieron con ellas (el aeropuerto al que nunca llegó un avión es sólo un ejemplo).
La cuestión es que las arcas públicas se han quedado sin dinero y la única salida posible, nos dicen, es recortar gastos, lo que se traduce lisa y llanamente en recortar empleos, servicios y derechos. ¿No hay forma de aumentar los ingresos?, ¿dónde se ha ido el dinero?
Privilegios para ricos y multinacionales
Al tiempo que la ciudadanía pierde recursos, servicios públicos y derechos, las grandes fortunas y las empresas multinacionales acumulan riqueza de forma indecente en paraísos fiscales. Decenas de países y territorios repartidos por todo el mundo donde, amparados por el secreto bancario y la ausencia de normas para controlar el movimiento de capitales (cuál es su origen o su destino), disfrutan de un régimen especial que les permite eludir el pago de impuestos. Todo ventajas.
La evasión fiscal supone cuantiosas pérdidas para los fondos públicos, contribuyendo así a incrementar la pobreza y las desigualdades. El informe El precio de los paraísos publicado este año por la organización Tax Justice Network denuncia la forma en que los bancos favorecen la fuga de capitales a los paraísos fiscales. Entre 2005 y 2010 la élite económica mundial habría evadido, al menos, 16’7 billones de euros (una estimación conservadora, ya que los datos reales no se pueden conocer con exactitud), superando con creces el Producto Interior Bruto de EE UU y Japón juntos. La investigación que se recoge en el informe ha manejado datos de Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y bancos centrales.
¿Quién gobierna el mundo?
Llegados a este punto cabe preguntarse qué fue de aquellas tímidas declaraciones del G20 al comienzo de la crisis sobre la necesidad de controlar los paraísos fiscales. Se esfumaron y, en lugar de ello, tanto los gobiernos como la Unión Europea insisten casi cada día en la necesidad de tomar medidas, aunque sean duras, para “dar confianza a los mercados”. Esos mercados que en las últimas décadas han conseguido quedar al margen de toda regulación. Las decisiones políticas, por tanto, ya no están en manos de los políticos elegidos por la ciudadanía sino de opacos mercados financieros, es decir, de quienes especulan para enriquecerse; esos mismos que disfrutan de las ventajas de los paraísos fiscales.
En definitiva, el mundo está gobernado por especuladores que juegan a una economía de casino, como explica Juan Hernández Vigueras en su libro El casino que nos gobierna. Un casino en el que la banca financiera, los fondos de inversiones, las grandes empresas y las agencias de calificación juegan con las hipotecas, los derivados, los alimentos básicos, el petróleo, el armamento, la contaminación… formando un entramado mundial que se mueve a velocidad de vértigo sin que la política lo controle, porque el casino de las finanzas ha tomado el mando y marca el rumbo de las decisiones políticas. Un rumbo que no es otro que el desmantelamiento de lo público, las privatizaciones, la pérdida de derechos laborales y sociales; un rumbo que lleva a los Estados a perder la capacidad de redistribuir la riqueza y mantener un modelo de protección social, en especial de los más vulnerables, mediante unos servicios públicos de calidad para la ciudadanía.
Hernández Vigueras explica que “en cuatro segundos se pueden invertir 1.000 millones de euros en cualquier parte del mundo”. Algo que sucede a toda velocidad en un ordenador, perdiendo el sentido de las cantidades que se manejan. Las transacciones bancarias internacionales facilitadas por potentes ordenadores y sistemas en red cierran operaciones en milésimas de segundos. ¿Con qué criterio se realizan miles y miles de operaciones a toda velocidad? Con el único objetivo de ganar dinero. Los capitales circulan por el mundo en una gran locura financiera al margen de la economía real, la que produce bienes y servicios para la ciudadanía.
El casino de las finanzas parece reponerse pasados los primeros años de la crisis. En 2010 el volumen mundial de los mercados financieros superó más de tres veces y media el PIB mundial. La actividad financiera se ha recuperado, no así las sociedades, que se hunden en una profunda crisis sin comprender sus verdaderas causas.
La ciudadanía entra en escena, es hora de marcar el rumbo
La valiente y constante lucha de las plataformas contra los desahucios ha logrado poner el drama de miles de familias en la agenda política. El derecho al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, a la justicia… ha llevado a movilizarse a estudiantes, padres, madres, profesores, personal sanitario, jubilados, parados, funcionarios, jóvenes, jueces, abogados… La sociedad en su conjunto toma conciencia de que se está desmantelando el modelo de protección social. Es importante que en esas luchas se apunte también a las causas de fondo, como son los paraísos fiscales y la necesidad de volver a establecer reglas en el comercio, la economía y las finanzas. La política debe controlar las finanzas y la ciudadanía debe controlar la política.
Pero también es tiempo de construir, de unir esfuerzos, de poner toda la capacidad creativa del ser humano en la construcción de un modelo diferente basado en valores. No dejo de sorprenderme ante la proliferación de iniciativas que surgen desde la base, que van creciendo, que se encuentran, que comparten valores y objetivos.
Sabemos desde hace tiempo que el modelo actual se cae como un castillo de naipes, porque era un gigante con pies de barro. Aún no sabemos cómo será la sociedad que hemos de construir, pero sí sabemos cuáles habrán de ser sus cimientos. Habrá de tener en cuenta la capacidad y el equilibrio del planeta que habitamos, habrá de priorizar a la sociedad por encima de la economía y las finanzas, que habrán de estar al servicio de las personas. Habrá de buscar la justicia y la solidaridad, y respetar los derechos humanos. Es el momento de que el rumbo lo marquemos desde abajo.
Paraísos fiscales: una vergüenza en auge
Suscribo el artículo aunque con un pequeño matiz.
No creo que el sistema se esté cayendo, sino que están demoliendo voluntariamente y de manera controlada algunas partes. Se trata de eliminar ciertos tabiques de protección, ciertos techos de cobijo social para que, al final, la mayoría social quede a la intemperie, desprotegida y sumisa, dispuesta a todo con tal de recibir un cuenco de alimento, una gorra para la lluvia y una manta para el frío… y con miedo a que nos lo quiten.
Paraísos fiscales: una vergüenza en auge
Es triste lo que cuentas, pero creo que muy cierto. La sociedad ya exigía demasiado, ya tenía demasiados derechos, había que enderezarla de nuevo … pero me resisto a pensar que no podemos darle la vuelta. Como dice el artículo se están dando muchos movimientos, se está despertando la conciencia, cambiaremos el rumbo …