A finales de noviembre se celebra en Durban, Sudáfrica, una nueva conferencia sobre el cambio climático, la llamada Conferencia de las Partes (COP17), auspiciada por Naciones Unidas. Una vez más está en juego la capacidad de los gobiernos de todo el mundo de llegar a un acuerdo.
Los países desarrollados son los primeros responsables del cambio climático y son los que más se han beneficiado de las acciones que han conducido al punto en el que nos encontramos, es decir la contaminación y degradación del medio ambiente en nombre del progreso sin límites. También son ellos los que cuentan con la mayoría de los recursos, la tecnología y la información que pueden poner fin a este fenómeno.
Por su parte, los países en vías de desarrollo, que no han contribuido a causar el problema y que carecen de la tecnología necesaria para luchar contra él, son los que más sufren las consecuencias del cambio atmosférico: inundaciones y sequías devastadoras, entre otras muchas. Los científicos piensan que debido a sus características geofísicas, África corre el riesgo de calentarse una media de 1,5 grados por encima de la media mundial (que se calcula en 2 grados). Esto se traduciría en un grave deterioro de las costas, la agricultura y las formas de vida de la región.
África es el continente peor preparado para hacer frente al cambio climático. Su agricultura sigue dependiendo de las lluvias y los ciclos naturales y por eso es mucho más vulnerable y está más expuesta a las inundaciones o a las sequías y a otras situaciones extremas que puedan alterar los ciclos y condiciones climáticas tradicionales de una zona determinada.
Los países africanos, por esta razón, insisten en que los más poderosos asuman sus responsabilidades. Desde África se piensa que la obligación que tienen estos países y la necesidad de que transfieran finanzas y tecnología, a los países más pobres -para luchar contra una situación que ellos mismos han creado- no es una cuestión de caridad o de buena voluntad, sino de justicia. Los países más desarrollados tienen que responsabilizarse de haber dilapidado los recursos de la tierra y, de esta forma, haber hipotecado su futuro.
El problema es que los poderosos desoyen a los científicos mientras que prestan oídos a los grupos de presión financiados por grandes corporaciones y bancos. Por eso, se duda de que la Conferencia de Durban, a pesar de celebrarse en suelo africano, encuentre el difícil equilibrio entre desarrollo y sostenibilidad que piden los países del continente.
Posiblemente el gran reto de Durban sea el revertir el calentamiento global al mismo tiempo que ayuda a los países africanos a forjar la capacidad técnica necesaria para dar respuesta a los eventuales problemas que se planten como consecuencia de este fenómeno.
Para conseguir esto se requieren muchas cosas, entre ellas el cambio radical del sistema productivo actual que está basado en métodos de producción que favorecen a una élite de privilegiados en detrimento de la mayoría de la población mundial. También se necesita la voluntad política de los gobiernos africanos para presionar, de manera fehaciente y decidida, a quienes tienen más poder para, así, conseguir que prevalezca la voz de los científicos sobre la de los empresarios y especuladores. Finalmente, es necesario que los países del Primer mundo aporten la ayuda que se requiere, tanto financiera como tecnológica, para que el desarrollo sostenible sea una realidad.
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