D.F.

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Hay lugares a los que sé, con toda seguridad, que voy a volver. Uno de ellos es México D.F. Megalópolis caótica, desordenada y fascinante. De hecho hace poco (una semana escasa) que soñé que iba por ella, conduciendo un coche por sus glorietas y avenidas, a toda velocidad.

Un D.F. lleno de gente que se sube en los transportes públicos apiñada para hacer recorridos de una o dos horas hasta conseguir llegar a su trabajo donde ganarán algunos pesos. Miles, miles de almas que emprenden esa lucha cotidiana que comienza en el transporte público. Muchos de ellos y ellas sin contrato, sin seguridad social, sin salario fijo más allá de lo que consigan ganar ese día, su jornal… y si no se trabaja, no hay jornal.

Un D.F. lleno de puestos callejeros de tacos y tortillas, -rica carne al pastor, carnitas o ceviche-, de frutas, de nieves (que muchas no es más que agua helada con sirope por encima), de dulces y tamarindo. Lleno de tenderetes gracias a los cuales sobreviven de la economía informal cientos, miles de familias.

Un D.F. lleno de niños y niñas que recorren sus calles, lleno de barrios periféricos con viviendas hacinadas. Una ciudad que encierra, como ninguna, mil mundos, mil espacios separados por unos metros que, en realidad, son abismos entre ricos y pobres.

Un D.F. que, según me cuentan, ahora está desierto. Con metros, buses, ‘vochos’ y aviones vacíos. La precaución reina en la capital de la república… y el miedo ha hecho el resto. La opinión pública mundial está pendiente de las cifras de enfermos y fallecidos, pero pocos hablan de cómo, esta epidemia, sin duda afectará de lleno a los más pobres.

El virus no entiende de clases sociales, pero quienes sí entienden son los empresarios que no pagarán los salarios a los trabajadores que no acudan en estos días, ni la falta de cobertura de aquellos que dependen exclusivamente de su jornal. Los tacos que no se venderán, el dulce de tamarindo que quedará sin comprar en el puestito, los vendedores del metro que no tendrán quien les compre por un peso ese mechero, esa revista… La falta de acceso eficiente a los servicios de sanidad, no será sólo la que haga a los pobres más vulnerables estos días en la capital mexicana e ignoro si se ha previsto ayuda humanitaria desde esta perspectiva, pero me parece poco probable.

Además, muchas personas en México tienen dudas… ¿brotará ante esta epidemia la solidaridad o el egoísmo? Tal y como se preguntaba ayer el periodista del diario Milenio «Los terremotos de 1985 generaron un movimiento social [de solidaridad y apoyo mutuo] que rompió esquemas. ¿Qué va a generar el virus de la influenza porcina? ¿Nada? ¿Y qué va a romper? ¿Tampoco nada?». ¿Cómo ayudar al alguien cuando el mero contacto físico, la mera cercanía, pone en riesgo tu vida? Ese es el reto al que se enfrentan hoy los mexicanos y mexicanas pero… en realidad, todos nosotros también casi cotidianamente. ¿Qué hacer cuando la solidaridad nos pone en riesgo?

Volveré al D.F., seguro, más pronto que tarde, espero. Y ojalá lo encuentre de nuevo en plena ebullición de gentes, color y movimiento. Y ojalá pueda comerme tranquilamente en la calle unas carnitas y una Tecate con sal y limón. Pero, ¿y si tuviera que volver mañana mismo?…

Cristina Ruiz Fernández
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