El año 2012 ha sido declarado por las Naciones Unidas como el Año internacional de la energía sostenible para todos. La organización internacional reconoce que los servicios energéticos tienen un profundo efecto sobre la productividad, la salud, la educación, el cambio climático, la seguridad alimentaria e hídrica y los servicios de comunicación. También opina que la falta de acceso a la energía no contaminante, asequible y fiable frena el desarrollo social y económico y constituye un obstáculo importante para el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
La ONU quiere conseguir que para el año 2030 todos los habitantes del planeta tengan acceso a formas modernas de servicios de energía y que, al menos, se doble la energía proveniente de fuentes limpias, seguras y renovables.
En África, a pesar de poseer una vasta reserva de combustibles fósiles y contar con inmensurables posibilidades para las energías renovables, solo el 20% de su población tiene acceso directo a la electricidad. Y en las zonas rurales, cuatro de cada cinco personas carecen de cualquier tipo de energía. Esto se traduce en que más de seiscientos mil africanos y africanas no tienen acceso a la energía eléctrica. Es decir, el 70% de la población del África subsahariana vive sin poder usar una fuente de energía segura para cubrir algunas de sus necesidades básicas, tales como cocinar, tener acceso a luz o calentarse. Para estas tareas se recurre, principalmente, a la leña, con el consiguiente problema de deforestación que se vive en muchas áreas urbanas del continente.
Sin embargo, las cosas parecen estar cambiando, la ciudadanía pide acceso a las fuentes de energía y cada día hay mayor inversión en renovables.
Una de las grandes ventajas que tiene el continente es que, como casi todo está por hacer en este campo, no se encuentra condicionado por las estructuras de los combustibles fósiles, altamente contaminantes, como le pasa Occidente y a la mayoría de los llamados países emergentes. Por eso, África puede optar por formas de energía limpias y eficientes para cubrir las demandas de su población.
El viento está moviendo muchos proyectos en todo el continente. Egipto, Etiopía, Kenia, Marruecos, Nigeria, Túnez o Tanzania han optado por esta fuente, mientras que en Camerún o Uganda –aunque también Kenia y Tanzania- han preferido la biomasa. Sudáfrica o Malaui, sin embargo, han optado por la energía solar. Por citar solo algunos ejemplos.
Estos proyectos han surgido en el último año y tienen un gran problema: encontrar dinero para su puesta en práctica. Ahí es donde fracasan la mayoría de las buenas intenciones con respecto a África.
Un ejemplo lo tenemos en el llamado Programa de Cooperación en materia de Energías Renovables (AEEP) firmado entre la Unión Europea y África y que fue lanzado, con mucho bombo, en la cumbre entre las dos partes celebrada en Viena en septiembre de 2010.
Este proyecto tiene unos objetivos muy ambiciosos; pretende conseguir en África, para 2020, 10.000 MW de energía hidroeléctrica, 5.000 de eólica, 500 de solar y explorar la posibilidad de otras renovables.
Sin embargo, la falta de financiación está frenando la implementación de esta iniciativa. La ciudadanía africana demanda acceso a un sistema de energía seguro y económico. Toca a los gobiernos el dar respuesta a esta necesidad de forma limpia, sin poner en peligro el futuro del continente. Los caminos a seguir están explorados, solo falta el dinero y la voluntad política para ponerlos en práctica.