Poco antes de la fiesta de Navidad, el 13 de diciembre del año pasado, concluyó en Lima (Perú), una conferencia más sobre los cambios climáticos por los cuales está atravesando el planeta Tierra. Una vez más, el encuentro de gobiernos se cerró sin ningún resultado concreto. En esta ocasión, los países en desarrollo no han querido firmar ningún compromiso que dejara a los países más ricos ajenos a su responsabilidad mayor frente a los daños sufridos por el planeta.
En los siglos antiguos, las fiestas de Navidad fueron creadas para cristianizar las celebraciones del solsticio de invierno en el hemisferio norte. En el mundo actual, con la crisis ecológica en que vivimos, tenemos que redescubrir esa dimensión cósmica de la celebración de Navidad y Epifanía. Al recordar que Dios reveló su presencia en un niño pobre, nacido en la periferia del imperio, creemos que Dios manifiesta su plan de estar presente en cada persona humana y en todos los seres vivos. La palabra divina que se hizo carne en Jesús es la expresión del amor divino no solo por las personas, sino por todo el universo. Para las personas que creen, la tierra, el agua, el aire y todo ser vivo son los primeros y más importantes signos de la presencia divina.
Actualmente, el mismo sistema de la vida en el planeta Tierra está amenazado. La tierra está siendo agredida, las aguas envenenadas, el aire contaminado, las florestas destruidas y muchos seres vivos en extinción. Desgraciadamente, muchos gobiernos y la sociedad internacional dominante siguen insistiendo en un modelo de desarrollo depredador de la naturaleza, para lo cual la tierra, el agua y todos los seres vivos son simples mercancías.
En ese contexto, es urgente volver a la intuición de los caminos espirituales que nos enseñan a proteger la tierra y cuidar de la naturaleza como responsabilidad espiritual. Durante siglos, la teología cristiana parecía dividir el cielo y la tierra, lo natural y lo sobrenatural. El antropocentrismo moderno fue en cierto modo legitimado por una lectura fundamentalista y literal de la Biblia que debe ser superada. La actual reflexión bíblica y la espiritualidad ecuménica han devuelto a los cristianos y cristianas la conciencia de la sacralidad de cada ser vivo y de todo el universo. En 2015, la sociedad civil internacional celebrará otro foro social mundial, esta vez en Túnez, al norte de África. Y este mismo año están marcados en diversos lugares del mundo foros temáticos, de los cuales la mayoría se ocupará de las cuestiones ambientales.
Es importante que los cristianos y cristianas participen de ese camino nuevo de la humanidad como testigos de la palabra divina. Dios nos da su Espíritu que “llena todo el universo y es principio de vida para toda criatura” (Cf. Gn 6, 17; Ez 37, 10 – 14 y Sb 1, 7). Pablo nos hace ver que Jesús resucitado se nos manifiesta como el “Cristo cósmico” que lleva a su plenitud toda la naturaleza creada por Dios. Así como los magos han reconocido en un niño pobre en Belén la presencia divina, nosotros y nosotras recibimos la llamada a reconocerlo presente en la naturaleza amenazada. Que esa contemplación amorosa nos estimule a una defensa activa de la sustentabilidad del planeta y de la comunidad de la vida.
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