Estoy sentado en el Osekan Resort, compartiendo una cerveza con algunos amigos. Se trata de un bar junto al mar, en Accra, la capital de Ghana. En muchas otras partes del continente, las mesas de un lugar como este estarían ocupadas por extranjeros: cooperantes o personas de negocios. Los precios harían que la inmensa mayoría de la población local no pudiera permitirse el acceder a este tipo de locales. Esta tarde de sábado, soy el único blanco del establecimiento. A mi alrededor se ven familias, parejas o grupos de amigos, compartiendo unas bebidas, picando algo de comer y disfrutando de la música. Una sensación de paz y tranquilidad invade el ambiente.
Otro día paseo por la ciudad y la descubro llena de restaurantes KFC, famosos por su pollo. Incluso cerca de los barrios más populares se ven estos establecimientos, siempre llenos.
Algo está cambiando por aquí. Algo está haciendo que muchas de las personas que habitan las ciudades africanas cambien sus hábitos de consumo y sus costumbres. Posiblemente sea el hecho de que tengan un mayor poder adquisitivo, que les permite acceder a bienes y servicios que hace algunos años les estaban vetados.
Durante mucho tiempo, había oído hablar del milagro económico que se está viviendo en muchas partes de África y del crecimiento y la fuerza que la clase media está adquiriendo en el continente. De entrada, es mejor desconfiar de este tipo de noticias porque, sobre todo, si sus fuentes son el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, puede que no describan toda la realidad.
Esta visita a Accra me está haciendo ver que es verdad que, al menos, en algunas partes del continente las cosas parecen estar cambiando, poco a poco, hacia mejor. La misma ciudad, su limpieza, sus calles, las nuevas construcciones… dan esa sensación.
Posiblemente todo esto se deba a que hace poco empezaron a explotarse los yacimientos de petróleo descubiertos en el país. Esto tiene muchos inconvenientes, como bien sabemos, pero también ha potenciado el crecimiento de una clase media, formada principalmente por personas emprendedoras y profesionales libres, que no trabajan para el Estado y que por tanto no tienen acceso a fondos públicos (fuente y tentación de muchos episodios de corrupción en todo el continente). Como, además, pagan impuestos, empiezan a exigir al gobierno que los utilice para la mejora de los servicios públicos. Esto está teniendo un reflejo en el día a día de la ciudad. Basta con pasear por sus barrios y calles.
Si paseamos también tendremos la ocasión de darnos cuenta de que este crecimiento y este acceso a nuevas oportunidades no están llegando a todos los sectores de la sociedad. Este es otro lado de la moneda. Las desigualdades siguen existiendo. Pero aquí, en Accra, por unos momentos, da la impresión de que todo está mejorando y de que quizá la bonanza económica unida a las reivindicaciones de la clase media, por fin, empieza a dar fruto y que este se extenderá, poco a poco, a las personas menos privilegiadas.
Otro dato: la mayoría de los miembros de la clase media están optando por las Iglesias neo-pentecostales, que predican a un Jesús rico que quiere que sus seguidores se enriquezcan. Estas congregaciones, que además son menos litúrgicas y encorsetadas que las católicas o protestantes tradicionales, están desempeñando un papel muy importante en la transformación de la sociedad de las grandes urbes africanas.
No deja de ser un deseo, pero cuando llegas de otras partes de África a lugares como Accra, por ejemplo, se respira un soplo de esperanza que hace pensar que las cosas, de verdad, pueden ser distintas.