En el corazón del África austral, rodeada por otros ocho países, se encuentra Zambia. Es un país políticamente estable y económicamente muy mejorable. Gran parte de los trece millones de sus habitantes vive en la pobreza. Es de esos países que difícilmente situamos en el mapa mudo de África. Entre otras cosas, porque permanece en paz y ajeno a guerras tribales y otros conflictos desde hace muchos años.
Varias congregaciones religiosas trabajan desde hace tiempo en Zambia, aunque hay pocos misioneros españoles. En la misión de Mulungushi, en el centro del país, viven y trabajan los hermanos maristas desde mediados del siglo XX. El colegio St. Paul comenzó a funcionar en 1960 y, desde entonces, cientos de jóvenes zambianos se han formado en sus aulas gracias al trabajo de los maristas, entre ellos varios españoles.
Cuando llego al colegio (en enero) acaba de comenzar el curso escolar y ya se ha incorporado casi todo el alumnado. St. Paul, un centro de secundaria, tiene internado y más de la mitad de los estudiantes vive aquí todo el año. Como me dice el hermano Kasongo, “muchos de los chicos están a gran distancia de sus familias. Nosotros hablamos de ser una “presencia activa”, como si fuéramos sus padres. Los profesores están ahí, apoyándoles, creando un espíritu familiar”.
De los poblados cercanos al colegio viene una parte del alumnado. Me acerco a una de las casas de adobe y paja, a diez minutos del colegio, donde viven Esnart y su hermana Trisa. Un maizal junto a su casa es el que surte del alimento básico a las dos jóvenes y a su abuela. Aquí no hay padres. Ni en esta casa ni en tantas casas de Zambia. El sida acabó con la vida de ambos y la abuela tuvo que asumir la crianza de las nietas. Según Unicef, hay casi 15 millones de menores huérfanos a causa del sida en el África subsahariana. Esnart y Trisa forman parte de ese gigantesco grupo de hijos e hijas a quienes, un mal día, el virus del VIH les arrebató para siempre a sus padres.
La abuela, la mamá Simbotwe me cuenta su historia mientras dos lágrimas espesas recorren sus mejillas: “Era el único hijo que tenía. Cuando murió me dejó un montón de problemas. Tuve que hacerme cargo de mis nietas y procurarles la comida diaria. Me quedé sola y no tengo ningún familiar conmigo. Los que tengo están lejos, en la provincia del sur. Me mantengo gracias a la ayuda de gente de buena voluntad que me echa una mano. Mi sueño es que la niñas terminen la escuela, trabajen y tengan un sueldo del que poder vivir. Estoy aquí porque las chicas no quieren volver al sur, ya que quieren terminar su educación en St. Paul. La mayor de ellas terminó el año pasado y ahora está esperando a que finalice la pequeña”.
Trisa, la mayor, tiene 18 años y es la que acaba de terminar sus estudios de secundaria en el colegio marista. La ONG marista SED la ayudó con una beca, única forma posible para que Trisa pudiese estudiar. Hoy, la víspera de que Esnart acuda por primera vez a St. Paul, hablan del colegio, del uniforme y del mundo nuevo que se abre en la vida de la pequeña de la familia.
A la mañana siguiente, entramos en una de las aulas de octavo grado, el primer nivel de la secundaria zambiana. Allí, en la última fila, tímida pero feliz, estaba Esnart atendiendo a la clase de inglés. Estrenando uniforme, estrenando compañeros y compañeras y estrenando la ilusión de poder continuar con sus estudios.
Me cuentan en St. Paul que una treintena de alumnos acuden al colegio gracias a las becas de la ONG marista SED (Solidaridad, Educación y Desarrollo). Además, esta institución española ha contribuido a la mejora de las instalaciones del centro.
Me paso por una de las clases a donde se acude con más interés: la de informática. La importancia de la formación en el manejo de las nuevas tecnologías es de capital importancia si se pretende reducir la llamada “brecha digital”. Los países empobrecidos también lo son en cuanto al acceso y la utilización de las tecnologías de la información y las comunicaciones. La mayoría de la población mundial no se ha beneficiado aún de las nuevas tecnologías. En África, por ejemplo, solo tiene acceso a Internet el 11% de la población. En la clase de informática, los maristas han instalado conexión a internet y, durante los fines de semana, está abierto a la población de los alrededores.
Camino de Chibuluma
Dejo Mulungushi y sigo hacia el norte, a la región de Copperbelt. Entre los pueblos de Kalulushi, Chibuluma y Chibote, en medio de una gran extensión de terreno, solo ocupado por algunos árboles y varios termiteros, los maristas han escrito su, por ahora, última aventura educativa.
Cuando decidieron abrir un nuevo centro educativo en esta región minera pusieron al frente del proyecto al hermano Mundo, es decir, a Raimundo Puente, un burgalés que lleva 30 años en el país. Para conseguir financiación contactaron con SED. Después de muchos sudores y no pocos problemas, hace un par de años el gran proyecto de abrir un centro de educación secundaria y otro de formación profesional quedó terminado. Las obras habían durado seis largos e intensos años donde se necesitaron grandes dosis de trabajo por parte de mucha gente para que todo el complejo se terminara de construir.
La aventura de Chibuluma tuvo otro protagonista español. Si el hermano Mundo se dedicaba a la administración, papeleo y compra de materiales, el hermano Felipe Moreno estuvo a pie de obra los seis años que duró la construcción. Felipe había puesto en marcha una escuela de automoción en la misión de Lulamba, donde llevaba 17 años. Le pidieron que asumiera la aventura de Chibuluma y no lo dudó.
El centro, que se llama St. Marcellin, ha venido a paliar el déficit de plazas escolares que había en la zona. El hermano Evans, un zambiano simpático y dicharachero, me aclara cosas: “La escuela es asequible y mucha gente puede abonar la escolaridad, por eso podemos tener alumnos pobres. Les ayudamos e intentamos que lleguen a ser personas de provecho”.
El alumnado, de más de seiscientas personas, ocupa cada mañana pasillos y aulas del colegio, niños y niñas conscientes de la suerte que han tenido por ser de los primeros en disfrutar de este centro.
Para entender el contexto social en el que está levantado el centro basta darse una vuelta por el triángulo formado por las poblaciones de Kalulushi, Chibuluma y Chibote. Zambia figura en la lista de los países con índice de desarrollo más bajo. La mayor parte de la población vive por debajo de los umbrales de la pobreza. La agricultura prácticamente es de subsistencia y muchos se mantienen gracias a empleos informales relacionados con la compra-venta de artículos de primera necesidad. Además del turismo que viene a ver las cataratas Victoria, la otra fuente de ingresos para el país es la minería de cobre.
Poco a poco, las costumbres sociales van cambiando. La escuela es un reflejo de ello. Paso por el aula donde se imparte la asignatura que llaman “actividades domésticas”. Me llama la atención y entro. Niños y niñas aprenden por igual algunas habilidades básicas. Ya sea coser un botón, remendar una prenda o hacer la cama. Y, lo que es más importante en un país como este, a colocar bien la mosquitera que les puede proteger de la temible malaria. Es decir, los roles tradicionales están cambiando en la sociedad zambiana y las familias animan a sus hijas a estudiar y formarse.
Me lo confirma Bweupe Salome, la profesora: “Antes, cuando una persona se casaba, si no trabajaba fuera de casa ya sabía qué tipo de vida le tocaba. Desde que las chicas van al colegio y se forman, las cosas han cambiado. Ellas pueden cuidar de su vida y decidir por sí mismas. Y no serán maltratadas por sus maridos. Las chicas pueden hacerlo, pueden tener el poder, el poder que les da la educación. Por eso, las animamos a venir al colegio”.
Frente al edificio principal del colegio, los maristas han levantado un complejo formado por un centro juvenil y otro de formación profesional. Las ayudas de España también llegaron y se pudo equipar el taller de carpintería y el de costura.
De una forma u otra, la educación se demuestra como la mejor inversión posible si hablamos de desarrollar una nación. El hermano Mundo Puente me lo confirma: “Es lo fundamental, no puedes hacer ninguna otra cosa si, primero, la población no ha podido acceder a la educación, es la base de todo”.
El lema del colegio es “Un mejor mañana comienza hoy”. Todos y todas tienen el empeño de que se cumpla. Para empezar, ya pusieron en pie el sueño colectivo de levantar una isla de educación y de amor por el conocimiento en medio de la nada, en este rincón de Zambia. Fue el sueño de unos maristas misioneros, de la gente de una ONG que se dejó la piel buscando ayudas, de unos alumnos y alumnas que tienen la oportunidad de aprender, de un profesorado que puede desarrollar su vocación, de padres y madres que quieren lo mejor para sus hijos e hijas. A veces los sueños se cumplen. Pueden comprobarlo en Chibuluma.