Dicen que las ciudades surgieron 10.000 años antes de nuestra era. Los hallazgos arqueológicos consideran que la primera fue Catal Huyuk, en Turquía. Sea como fuere, esta manera de agruparnos los seres humanos acumula unos cuantos milenios a sus espaldas. Cambiando siempre, por supuesto, pero conservando lo fundamental: concentración permanente de personas, organizada en barrios, generadora y receptora de servicios. Siempre con personalidad propia. Nuestro mundo sería otro sin las ciudades, denostadas con frecuencia por quienes las habitamos, pero motor de progreso y articuladoras de potencialidades. No en vano han dado nombre a la ciudadanía, que nos hace pasar de seres humanos aislados a sujetos políticos.
Las personas, la ciudadanía, somos lo más importante de las ciudades, su materia prima. Pero, ¡ay!, llegó el consumismo, que las convierten en mercancía con la que especular, en un parque temático donde las personas somos muñequitos figurantes de una maqueta. ¿Qué será de las ciudades sin ciudadanía?
Menos mal que si algo no tiene la ciudadanía es resignación y así lo denuncia esta pintada en un barrio de una ciudad que tanto sufre de este mal. Es el grito de alguien que no quiere ser reciclado en figurante.
Periodista y filóloga (además de componente del consejo de redacción de alandar desde sus inicios), lleva más dos décadas trabajando en organizaciones sociales vinculadas a la defensa de los derechos de la gente que habita el Sur pobre del planeta.
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