A buen seguro que en las laderas del Aconcagua quedaron grabadas para siempre las risas, el cansancio y las fatigadas de cinco mujeres indígenas bolivianas –Dora, Lidia, Celia, Elena y Liita–, las cholitas protagonistas de una expedición singular a la montaña más alta de América (6.962 metros) que se encuentra en Argentina. Una montaña a la que acuden anualmente miles de personas, cada una con afanes y objetivos muy diversos pero con un denominador común: alcanzar la cumbre. La expedición quedó grabada en la película documental titulada ‘Cholitas’ que se presentó en Madrid con motivo del Día de la Mujer, de la mano de ALBOAN, Entreculturas y Oxfam Intermón. La película ha sido producida por ARENA Comunicación Audiovisual y fue premiada en el festival de cine de montaña Mendi Film.

El ascenso al Aconcagua no es fácil y así lo recordó el director de la película, Jaime Murciego, en la presentación en Madrid, porque las condiciones meteorológicas pueden cambiar bruscamente: desde la tranquilidad de un día diáfano a una tempestad infernal acompañada del “viento blanco” que azota esa zona andina cuya fuerza impide continuar el ascenso.
¿Qué movió a las cholitas a organizar una expedición de tales características a “la piedra que mira a su alrededor”, como se conoce al Aconcagua (“cahua” en quechua significa mirar, observar)? Sencillamente, “sentirse libres, felices y vivas.” según sus palabras. Querían demostrarse a sí mismas y a todo el mundo que ellas también pueden alcanzar cimas muy altas, tan altas como el Aconcagua. Para Pablo Iraburu, codirector de la película, “ellas nos demuestran que se puede ir contra corriente, que cada persona puede ser quien realmente quiera ser, más allá de estereotipos y prejuicios”. Las cholitas realizaron un doble viaje: hacia la cumbre y hacia el interior de ellas mismas, un viaje de esfuerzo y superación. Sus edades oscilan entre los 23 y 54 años.
Búsqueda de libertad
La curiosidad de ver qué había allí arriba, qué se sentía, movió a Dora y a su hija Liita, esposa e hija de montañero, a enrolarse en semejante aventura. Dora comenta que su marido la animó y la ayudó en los preparativos, le explicó cómo llevar a cabo el ascenso, las posibles dificultades y peligros que deberían afrontar. En todo momento, sin embargo, la animaba a que fuese autónoma y siguiese en su empeño de alcanzar la cima. Liita da clases en La Paz y es consciente de que “las niñas son muy vulnerables y por eso las animo a que peleen, que trabajen por sus sueños y que alcancen las cimas. A los niños les enseño que respeten a las mujeres, lo cual es difícil porque en sus familias sigue habiendo mucho machismo”, en palabras de la profesora, consciente de la importancia de la educación para superar estereotipos y costumbres ancestrales que perviven en Bolivia.

Las cinco cholitas conocen bien las montañas y a la pregunta de qué encuentran en las alturas, si bien las cinco apuntan diferentes matices, todas ellas subrayan sus ansias de libertad y de paz, junto a la “fuga del hogar y de las obligaciones cotidianas”. Lidia incide en la paz inmensa que se respira en las cumbres. “Me libero de todo lo que me pesa y me gusta transmitir esto a mis hijos. En casa hay problemas, en las cumbres no veo”, afirma con un semblante sereno y relajado. Dora comenta que ignoraba la existencia de vacaciones: “Solo trabajaba. Nunca salía de casa. En las cimas te olvidas del estrés, de la bulla y me siento libre de todo. Me siento feliz”. Cecilia, por su parte confiesa que está “enamorada de la libertad que encuentro en la montaña. Soy feliz. El contraste con estar encerrada en casa es brutal”. Elena y Lidia sonríen ya que, al igual que para sus compañeras de expedición, el viaje fue un sueño cumplido y ascender con sus polleras hasta la cima del Aconcagua supone un triunfo sin parangón.
Reivindicación de una identidad
Las cholitas son mujeres mestizas del altiplano boliviano que utilizan en su día a día la vestimenta tradicional: los zapatos, las enaguas, la pollera (falda), la manta, el sombrero y las joyas, vestimenta que lucieron las cinco protagonistas de la película en el ascenso al Aconcagua. Utilizar esa indumentaria fue una decisión que tomaron por lo que significa el hecho de no renunciar a una vestimenta que las distingue y las reafirma en su identidad.
El diminutivo cholitas en Bolivia deriva de la palabra aymara “chulu”, que significa mestizo. Históricamente, las cholitas han sido víctimas de discriminaciones políticas, económicas y sociales. En efecto, durante muchos años, por ser mujeres indígenas se les prohibía participar políticamente en sus propias comunidades, tenían vetado el acceso al transporte público, por no hablar de las oportunidades laborales que les eran negadas y se veían obligadas a migrar a las grandes ciudades, donde, prácticamente, la única salida era el trabajo doméstico en condiciones de esclavitud. Estaban sometidas a explotación y eran víctimas de violencia sexual por parte de sus amos o de miembros de su familia. Y, por si todo esto no fuera suficiente para sentirse denigradas, se consideraba normal que los empleadores les impusieran la obligación de renunciar a su vestimenta tradicional.
Políticas de reconocimiento
La situación está cambiando lentamente gracias a la actividad que desarrollan entidades como la Alianza de Mujeres Indígenas de Bolivia, que nació con el objetivo de visibilizar las reivindicaciones de las mujeres indígenas y proponer políticas para el reconocimiento efectivo de sus derechos. Las mujeres indígenas bolivianas constituyen casi la mitad de la población del país: de un total estimado en más de 11 millones de habitantes, el 50,1% son mujeres y de este tanto por ciento, el 49,8% son mujeres que pertenecen al pueblo indígena originario campesino, según datos que aparecen en el Informe Alternativo de la Alianza presentado en 2019 al Comité para la Eliminación de todas las Forma de Discriminación contra la Mujer. A pesar de los esfuerzos, en el informe se afirma que “el contexto político y social en el que se desenvuelven actualmente las mujeres indígenas presenta un peligroso debilitamiento del Estado de derecho con una alarmante cierre de los espacios de participación para la sociedad civil, derivado de la judicialización de la política y la criminalización de la protesta, con el consecuente debilitamiento de las organizaciones indígenas y de mujeres indígenas defensoras de los derechos”.
En el citado informe se pone de manifiesto que, si bien el Estado boliviano ha ratificado la mayor parte de los tratados internacionales en materia de derechos humanos, incluyendo la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), así como el protocolo facultativo a dicha convención, el nivel de cumplimiento y aplicación no es ni mucho menos aceptable, destacando que continúa la situación de vulnerabilidad y discriminación de las mujeres indígenas y originarias de Bolivia.
Asimismo, el informe sobre Bolivia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (noviembre de 2019) señala que, aunque el Estado boliviano está dotado de un importante marco normativo e institucional para la protección de los derechos de las mujeres, carece de los recursos humanos y económicos suficientes para ponerlos en práctica, concretamente, los referidos a los mecanismos de género. Igualmente, pone de manifiesto las dificultades que tienen las mujeres para participar en la vida política por las violencias y acoso que sufren, quedando en muchos casos impunes.
Dora, Lidia, Celia, Elena y Liitia son referentes de mujeres valientes, rompedoras de estereotipos. En la película documental ‘Cholitas’ nos cuentan sus historias de vida, su aventura como escaladoras para mostrarnos formas de vivir, tradiciones enriquecedoras y modos de relacionarse con la naturaleza que son consecuencia de su amor por ella, al tiempo que denuncian con toda claridad que en Bolivia todavía las mujeres sufren discriminaciones de género, étnicas, políticas, sociales y económicas.
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