Bernardo Pérez Andreo, profesor del Instituto Teológico de Murcia OFM, estudió teología a la vez que trabajaba como agricultor en esa tierra, aunque nació en Nîmes hace 43 años. Asegura que su paso por Francia fue rápido, aunque le ha quedado la marca de la emigración, siendo su familia especialmente sensible ante este fenómeno. Además de profesor de teología y filosofía, es coordinador de estudios de este Instituto franciscano. Casado y con dos hijos, se plantea el futuro que estamos “preparando” a las nuevas generaciones. Fruto de esa reflexión es su último libro: No podéis servir a dos amos. Crisis del mundo, crisis de la Iglesia (Ed. Herder), en el que expone la necesidad de un cambio en el modo de pensar y comprender el mundo, donde la Iglesia tiene mucho que decir y hacer.
En el libro afirma que vivimos en un mundo en quiebra, ¿no es muy pesimista?
El pesimismo es el pensamiento crítico por excelencia. Los llamados “optimistas” son los que nos han puesto en esta situación. Cuando muchos alzamos la voz para criticar el modelo del capitalismo voraz nos decían que no queríamos el progreso. Hay que hacer una crítica lúcida y eso solo puede ser desde el pesimismo. Vivimos en una forma de entender el mundo que se ha hundido definitivamente, pero algunos quieren mantenerlo cambiando algunas piezas. Hay que cambiar el modelo completo y asumir la pérdida del mundo anterior.
¿Hay diferencias entre la crisis del mundo y la de la Iglesia?
Desde los inicios de la civilización occidental, su historia y la de la Iglesia van parejas. Las crisis se solapan. La modernidad nace como consecuencia del modelo de cristiandad medieval y la postmodernidad que ahora quiebra surge ante la incapacidad de la Iglesia de adaptarse a los tiempos modernos. Por una vez estaría bien que se sincronicen los cambios y que esta especie de primavera eclesial sea, a su vez, causa de una nueva primavera en el mundo.
¿Cuáles pueden ser las alternativas para el mundo y para la Iglesia?
La única alternativa posible pasa por abandonar la idea de progreso material y económico que ha degenerado en el consumismo destructor del planeta y en la búsqueda del lucro a cualquier precio. Las alternativas pasan por crear un mundo donde la lógica imperante sea el don, la entrega y el sacrificio.
¿La Iglesia no “grita” mucho en lo moral y muy poco en lo social?
En España, la Iglesia ha perdido los referentes de la realidad y se ha dedicado a buscar cosas distintas del Reino y su justicia, creo yo. Pero va a haber un cambio profundo en la Iglesia española, de la mano del cambio de Francisco en la Iglesia universal.
En el llamado progreso la persona cada vez cuenta menos.
El mundo moderno tiene un virus que lo infecta, que es el antivalor del tener. Si quitamos la transcendencia, el ser humano queda reducido a buscar el tener material de las cosas, en lugar del ser hermano con los otros. La postmodernidad ha caído aún más abajo y ya no se trata de tener cosas, sino de poseer su uso sin más disfrute que el efímero consumo de los objetos, las sensaciones e, incluso, las personas.
¿El “megamercado” no ha acabando con los valores del tronco del cristianismo?
El mercado es una realidad que puede tener un uso social interesante. Pero el mercado debe estar sometido a la sociedad y a las normas morales. La eliminación de las restricciones, especialmente tras el Consenso de Washington, nos ha puesto en una situación en la que el mercado gobierna la vida de las personas, lo que es lo mismo que decir que los poderosos son amos y señores de todo. Esto convierte a los seres humanos en meros instrumentos al servicio del enriquecimiento de los que dominan el mercado.
Así, a golpe de recorte se ha acuñado el “no hay otra alternativa”.
La frase de Milton Freedman -padre del neoliberalismo económico- “nunca desaproveches una buena crisis” resume lo que está sucediendo. Las políticas desreguladoras nos han sumido en la peor crisis del capitalismo, una crisis derivada de la caída sostenida de la tasa de ganancia del capital. Ahora, para salir de su crisis, quieren recuperar la tasa de ganancia reduciendo la parte de capital que tenían los pueblos. Esa y no otra es la causa de los recortes, que son ideológicos y no económicos. La verdadera razón de que no quieran aplicar políticas keynesianas de estímulo productivo es que saben que eso ya no funciona para aumentar la tasa de ganancia. Por eso, el capitalismo está haciendo lo único posible para persistir: destruir todo antes de cambiar nada.
Usted dice que Jesús reacciona ante la sima abierta entre ricos y pobres. ¿Por qué a los cristianos y cristianas nos cuesta tanto bajar a esa sima?
El problema está en que hemos aceptado el marco ideológico de este mundo en quiebra. Las mismas ONG cristianas están perdidas. Todos sus esfuerzos están volcados en integrar a los pobres dentro del sistema de riqueza, olvidando que riqueza y pobreza son dos términos dialécticos: hay pobreza porque hay riqueza. No hablo de pobreza elegida, que es la de Jesús, sino de pobreza forzosa que es, en el fondo, miseria. Para acabar con la pobreza forzada hay que acabar con la riqueza impuesta. Jesús no intentó integrar a los pobres sino a los ricos.
¿Sin un nuevo orden es imposible la verdadera Buena Noticia?
Claro, la Buena Noticia es que vivamos otro orden. Como dijo Jesús a los enviados de Juan: “Los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Lo más fuerte de todo no es que los muertos resuciten, sino que a los pobres se les anuncia la Buena Noticia del Reino de Dios. Esto es lo revolucionario de verdad: que lo valores de los pobres son los que salvan. Pero el mundo de los ricos y poderosos quieren hacernos ver lo contrario.
¿Cuánto hay de incongruencia entre lo que se predica y lo que se hace?
Siempre es difícil ser coherente, pero si tuviéramos claro lo que es la esencia del Evangelio, podríamos equivocarnos, pero mantendríamos el rumbo hacia el Reino. El problema es no saber cuál es el rumbo y mantenernos amarrados a un mundo de injusticia.
¿Son muchas personas las que siguen –o seguimos– sirviendo a dos amos?
Es muy fácil no servir al dinero, si se sabe que es un instrumento para las relaciones sociales y que no hay que buscar en él el sentido de la vida. Si buscamos el sentido en las relaciones personales, comunitarias y sociales, entonces, con o sin fe, serviremos al Dios de vida y sabremos poner todo lo demás en relación a eso. Nadie puede servir a dos señores, por eso, la mayoría, sirve al erróneo. Servir a Dios, como propuso Jesús, es servir al amor, la solidaridad, la justicia y el compromiso por los otros.