Cuando hace unas semanas Inés Marcelina Shiguango visitaba España para dar unas charlas sobre género y medio ambiente, me comentaba que tenía una gran ilusión por conocer el mar Mediterráneo, ya que siempre le habían comentado que en él, en los territorios de las costas que lo circundan, se había desarrollado la cultura occidental. Una forma de vida que supone un enorme contraste con aquella en la que ella ha crecido en la Amazonía ecuatoriana, bajo la influencia milenaria de la cosmovisión de los pueblos indígenas.
Esta mujer de 42 años, casada, presidenta de la comunidad kichua yawari, observa que el mundo se va descomponiendo por el cambio climático, por una economía que solo piensa en el beneficio a costa de lo que sea, por unas luchas que enfrentan pueblos contra pueblos… Con voz suave y pausada, queriendo que todo el mundo la entienda bien, afirma que “se puede decir que el desarrollo es el gran problema de la humanidad, el culpable de lo que está pasando, lo que ha cambiado todo, desde el sistema ecológico hasta el territorial, pasando por las costumbres y tradiciones”. Un desarrollo que en su territorio -como consecuencia de las explotaciones petrolíferas- está contaminando los ríos y la selva, esquilmando el terreno para la agricultura, afectando a la salud de quienes lo moran. Casi el 90% del territorio de la Amazonía ecuatoriana ha recibido la concesión de explotación para las empresas petroleras y mineras. Implicada desde hace más de una década en la lucha contra el uso indiscriminado del subsuelo, Inés Marcelina asegura que “estamos dialogando con el Gobierno, pero no nos da una respuesta convincente. Al revés, nos dice que, efectivamente, la tierra es nuestra, de las comunidades indígenas, pero no lo que hay en su interior. Y que todos los recursos se consideran estratégicos para el Estado”. Así parece difícil llegar a un acuerdo; muy al contrario, la realidad demuestra que después de 40 años de explotación petrolera dos provincias son las más pobres, sin educación, sin sanidad, sin servicios. “Decían que esto era el desarrollo del país, pero qué desarrollo, en todo caso el de las grandes ciudades, no el de la Amazonía”, manifiesta Inés Marcelina.
Cosmovisión indígena
Esta mujer, que también preside la Comisión de Territorio de la CONFENIAE (Confederación de las Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana), compuesta por un millar de comunidades indígenas, señala que en la cosmovisión indígena no existe la palabra desarrollo, sino que hay definiciones como “bien vivir”, en quechua el “sumak kawsay”, base de un plan presentado por los pueblos indígenas en el que “lo fundamental son los seres humanos”, no los mercados, ni la producción, ni el consumo desenfrenado. Busca un crecimiento humano basado en valores que luchan por la desaparición de la pobreza, de la inequidad, de la violencia o de la confrontación. Si se quiere, es una alternativa a un tipo de progreso, de desarrollo, de modernidad, que quiere una relación más armoniosa entre los seres humanos y su entorno. “Reflexionando un poco y siendo realistas, dice Inés Shiguango, nosotros también tenemos parte de culpa de lo que sucede, ya que asistimos con indiferencia a las políticas que hacen los estados, que muchas veces van contra los propios intereses de los ciudadanos”.
En este sentido, señala la paradoja de que a los pueblos indígenas siempre se les está hablando de conservación, cuando la realidad es que durante cientos de años no han “tumbado” los árboles, ni han dañado los ríos o las áreas de caza. “Nosotros manejamos nuestro sistema. Tenemos una organización en la que cada familia puede sembrar una hectárea cuyos frutos se pueden vender, pero lo demás es para el consumo familiar. Creemos que así estamos protegiendo y conservando la tierra”.
Implicada en la lucha por los derechos de la mujer, Inés Marcelina Shiguango cree que en estas reivindicaciones hombres y mujeres han de unirse para alcanzar el éxito. Resalta que “en la complementariedad siempre vamos a ser más fuertes y vamos a mejorar nuestra situación”. Recuerda que antes, en su comunidad –yawari-, las mujeres no tenían derecho a ser autoridades, porque la Constitución decía que el jefe de familia era el hombre. Con mucho esfuerzo y trabajo se ha conseguido transformar esa realidad de manera que las mujeres pueden ser presidentas. “Vemos el cambio, dice Inés, sin necesidad de separarnos mujeres y hombres, sino siempre luchando juntos. El trabajo ahora es colectivo”.
Somos territorio
Un trabajo que busca la constante reivindicación de los derechos indígenas en sus territorios y en el que las mujeres desempeñan un papel fundamental, ya que son las que transmiten la existencia y la permanencia de la cultura y las organizaciones. “Nosotras como mujeres somos territorio, nos consideramos así”, dice Inés, quien añade que “las mujeres damos hijos y la tierra da frutos; somos diversas como los árboles de la selva; somos ‘pachamama’ (madre tierra) y, por lo tanto, tenemos que defenderla frente a las muchas leyes que van contra nuestros derechos”. Asegura que no son de derechas ni de izquierdas e insiste en que lo que hacen es defender su territorio. “Si queremos proteger la pachamama tenemos que participar todos, no solo los indígenas o los políticos”.
Al platearle que, pese a esta fuerza de las mujeres, casi siempre se dice que son más vulnerables, Inés Marcelina vuelve a hablar de forma pausada para decir con claridad y que todo el mundo la entienda que “desde la cosmovisión indígena nosotras hemos existido desde hace miles de años y somos las que hemos transmitido toda la vida y todo el conocimiento”. Después habla de la ignorancia a la que han sido sometidas las mujeres en todos los tiempos y culturas para finalmente reivindicar que “en los pueblos indígenas las mujeres no nos calificamos como vulnerables. Por el contrario somos las que administramos, las que hacen la ‘chacra’ (el huerto), las que cuidan a los hijos, las que van a los mercados a vender, las que hemos demostrado nuestra valentía y nuestra fuerza para seguir luchando. ¿Quién puede decir que somos vulnerables?”.
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