Llegó a Vallecas en 1976 y se topó con una barrio en el que la heroína segaba a diario la vida de muchos jóvenes. Sara Nieto (Pontareas, Vigo, 1948), era miembro de una de las Comunidades Cristianas de Base (CCB) que por entonces inyectaban ríos de Evangelio en las parroquias del postfranquismo. “Yo era una mujer muy normal. Estaba casada y tenía dos hijos y me di cuenta de que en el barrio un montón de chicos o estaban en la cárcel o estaban enganchados a la droga. O las dos cosas”, exclama rememorando el momento en que decide implicarse en la lucha por los derechos de las personas presas.
“Había torturas y asesinatos dentro de las cárceles. Nos pidieron ayuda las Madres contra la Droga y vinimos de las parroquias”, recuerda para, seguidamente, hacer recuento de lo caminado: “Hemos aprendidos juntas, sufrido y descubierto juntas. Y también hemos sido capaces de que una madre que había perdido a su hijo, tres días después fuera capaz de cantar y bailar”. Y, tras un silencio, añade: “Si lo pienso bien, en estos años he vivido muchas vidas y muchas muertes”.
Hablamos con Sara junto a la mesa de madera de pino que hace las veces de altar en la parroquia de Entrevías (perdón, en el “centro pastoral”, denominación que ha recibido San Carlos Borromeo impuesta por el arzobispo Rouco Varela tras el pulso mantenido con la feligresía en 2008). Esta mujer de una pieza, voz aguardentosa y que no pierde la sonrisa ni un sentido del humor ácido, pasa revista a muchos años de militancia en el “núcleo duro” de uno de los colectivos más guerreros de Madrid en las luchas por los derechos de las personas excluidas.
A las integrantes de las Madres se las puede ver protestando con pancartas por los derechos de inmigrantes sin papeles y dos días después compartiendo una charla sobre la teología de la liberación o sobre el futuro Código Penal. Sara reconoce que “nos hicimos feministas sin saberlo, okupas y antimilitaristas sin saberlo y terminamos convirtiéndonos en antisistema. Descubrimos la revolución en la calle implicándonos en mil batallas”. Quisieron conocer de cerca las luchas de los movimientos juveniles, “porque los chicos y las chicas que luchaban no se drogaban. Y ojalá que nuestros chavales fueran como ellos”, se defiende.
La cárcel mata
Se nota que para Sara -y para el resto de las Madres contra la Droga- las cárceles han sido desde siempre objeto de lucha y denuncia. Nuestra entrevistada cuenta, divertida, una anécdota. Un día, la gente del movimiento antimilitarista de Madrid les pidió, en la década de los 90, que se autoinculparan como hicieron otras muchas personas en apoyo a la campaña de la insumisión. “Los del MOC, cuando les preguntamos, nos explicaron que si nos autoinculpábamos podíamos ir a la cárcel.¡Ehhh! ¡Un momento!, les contestamos. ¿Cómo vamos a ir a la cárcel nosotras si allí matan a los nuestros?. Así que les contestamos que lo sentíamos mucho pero que no lo íbamos a hacer. Jajaja. ¡Tenías que ver qué cara se les quedó!”, recuerda, divertida. “La cárcel es una máquina de crear odio. Allí nos estaban matando a nuestros chavales”.
En la universidad de la vida ya tenían matrículas, pero Sara y sus compañeras decidieron que tenían que aprender algunas cuestiones básicas. Así se lanzaron a estudiar los Pactos de Toledo o la Unión Europea. “Aprendimos por cojones. Es que nos estaban matando a los chavales”, reitera. Tanto aprendieron que unos años más tarde les reclamaban a menudo para dar conferencias dentro y fuera de España. “Teníamos que contar lo que pasaba en las prisiones porque, si no, éramos cómplices”. Viajaron varias veces al extranjero. La salida que recuerda con más cariño es aquella que les llevó a recorrer 50 ciudades de Estados Unidos para hablar de las cárceles españolas y denunciar que había miles de jóvenes pacifistas, pertenecientes al movimiento de insumisión, en la cárcel por defender su conciencia.
“Hemos tratado de ser coherentes, de hacerlo con la autoridad que te da saber que es verdad, que lo estás viviendo. Por eso íbamos todas las semanas a la cárcel”, insiste Sara. “Nos aprendimos dos Códigos Penales, alguna sin saber leer, porque nos tocaba ir a hablar con un juez y leerle el artículo que estaba incumpliendo”.
Dice que ellas inventaron la risoterapia. “Echamos mano del sentido común para reírnos de las cosas. La otra opción era morirse de pena y de rabia. Y lo hemos aprendido tras sobrevivir a la muerte de muchos seres queridos”.
Cuándo le pregunto por qué no hay “Padres contra la droga”, Sara Nieto no se anda con paños calientes: “Hay algunos. Pero muy pocos. La razón está en que cuando el niño es guapo e ingeniero se parece al padre. Y cuando se tuerce, la que se ocupa de él es la madre. El padre se avergüenza de que su hijo esté en la cárcel y se refugia en el bar. A la madre, lo que le nace es permanecer con su hijo hasta el final”.
Héroes y villanos
También le pregunto por las similitudes entre su colectivo y el movimiento de las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina. “Hay una diferencia fundamental: nuestros hijos fueron delincuentes y los suyos héroes. Sus hijos lucharon y los mataron. A los nuestros los mataron sin luchar. Fuimos las madres las que peleamos. También han enterrado a nuestros hijos en las cárceles sin avisarnos”.
A las Madres contra la Droga no les ha quedado más remedio que aprender para moverse como pez en el agua en los escenarios judiciales. “A la fuerza ahorcan”, señala Sara y prosigue: “no todos los jueces con los que hemos trabajado son malos. Tenemos leyes injustas, eso sí. La mayoría”, apuntala.
Le sigo haciendo preguntas y recibo respuestas obvias y contundentes. ¿La jerarquía de la Iglesia, los obispos, les han echado alguna mano en esta “cruzada” contra la injusticia?. “No, para nada. Rouco nos quiso cerrar San Carlos. Cuando okupamos la catedral de la Almudena, nos quiso echar. Estando dentro, nos quitó el agua y la calefacción, Los de la Iglesia institución, fíjate tú, nos llegaron a decir que los pobres no son rentables. Pero nosotras no nos queremos ir de aquí, Queremos que la Iglesia cambie, no nos queremos ir nosotras”.
Las madres acaban de editar un libro: Para que no me olvides. Ed Popular.