Por Claudia Fanti
[quote_center]Cincuenta años después de su muerte, se contempla con una nueva mirada la figura del sacerdote colombiano Camilo Torres, icono de cristianos comprometidos con el camino de la revolución, que cayó en su primera experiencia de combate el 15 de febrero de 1966, apenas cuatro meses después de su entrada en la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional.[/quote_center]
Tras la petición del ELN de que el gobierno colombiano localizase sus restos mortales, como gesto de buena voluntad para el comienzo, ahora inminente, de las conversaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla (que se anuncian sin duda más breves que las aún en curso, pero ya llegando a un acuerdo con las FARC), las autoridades colombianas anunciaron el 25 de enero, la exhumación, en Bucaramanga, capital del Departamento de Santander, de restos que, según explicó el Director del Instituto Nacional de medicina forense, Carlos Valdés, podrían pertenecer al sacerdote guerrillero (pero tomará algún tiempo confirmarlo mediante pruebas de ADN).
El general Álvaro Valencia Tovar, fallecido en 2014 y, en aquel momento, comandante de la V Brigada del ejército con sede en Bucaramanga, reveló en 2007, en una entrevista con la revista Semana, que había dado órdenes para enterrar el cuerpo del sacerdote, del que había sido amigo (cuando era niño, su padre, médico, le había curado de una fiebre tifoidea), un poco separado de las fosas de los otros guerrilleros, encargando a un topógrafo oficial que señalase el lugar exacto en que había sido depuesto, con la intención de entregar sus restos a su familia tan pronto como fuera posible. Tres años después de su muerte, sin embargo, reveló el general, él mismo ordenó exhumar los restos de Camilo Torres y depositarlos en el cementerio militar de la V Brigada, en la ciudad de Bucaramanga, junto a los soldados de la brigada que lo mataron: “Al menos, en el lugar del último reposo, un soldado puede estar al lado de un guerrillero, esto para mí es un símbolo”, explicó el general, quien, sin embargo, no había revelado la ubicación exacta de los restos.
[quote_left]Torres cayó en su primera experiencia de combate el 15 de febrero de 1966.[/quote_left]
La autorización del presidente Santos para buscar los restos del sacerdote guerrillero fue apreciada también por la Iglesia, a quien el ELN ha dirigido la solicitud “de volverlo a consignar en su puesto como sacerdote” y reconocerlo como “la realización más sincera de compromiso social de la Iglesia con los pobres». «La recuperación de los restos es un signo de reconciliación», dijo el arzobispo de Cali, Darío de Jesús Monsalve, que forma parte de la comisión encargada de mediar con el ELN y que dijo que estaba convencido de la oportunidad de volver al sacerdote guerrillero a su dignidad sacerdotal. En un momento en que las antiguas enemistades dan paso a la necesidad de diálogo para «salvaguardar un futuro común”, particularmente en la situación actual en Colombia, “Camilo, -explicó el obispo en una entrevista con El Tiempo (27/1)- ahora se convierte en una figura puente capaz de unir entre sí a bandos opuestos”, tanto más cuanto su lucha se arraiga «más que en la esfera ideológica, en la experiencia popular; más que en la lucha de clases, en la unidad como principio ético de toda acción de transformación colectiva y en la pedagogía del mundo de los pobres». Con su mensaje cristiano de la práctica del “amor eficaz», con su “denuncia de la tiranía” de un sistema de violencia institucionalizada, su figura -destacó el obispo- realmente puede servir como referencia para los colombianos y su gobierno para acordar una serie de transformaciones en la vida económica, ecológica, social y política.
Seguro, sin embargo, que también es la Iglesia quien debe reconciliarse con la memoria del sacerdote colombiano, que se unió a la guerrilla apenas un año antes de su muerte, a los 35 años. Camilo Torres, proveniente de una familia de la burguesía liberal, había realizado sus estudios de sociología en la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, para enseñar a continuación en Bogotá, en la Facultad de Sociología, la cual había ayudado a fundar. Aunque había sido propuesto como nuevo rector de la Universidad de Bogotá, el cardenal Concha y Córdoba prefirió darle la mucho menos peligrosa dirección del Instituto de Gestión Social, con el objetivo de embridar el ansia de renovación. Pero Camilo no tardó mucho en averiguar que no sería con documentos detallados sobre la pobreza como podría elevar las condiciones de vida de la población explotada y que sólo la revolución ofrecería una salida. Lo que se necesitaba, pensó, era una presión de las masas y dependería sólo del comportamiento de la clase dominante el que esta presión desembocase en una lucha pacífica o violenta. “Yo soy un revolucionario –dijo– como colombiano, como sociólogo, como cristiano y como sacerdote. Como colombiano, porque no puedo apartarme de las luchas de mi pueblo. Como sociólogo porque, gracias a mi comprensión científica de la realidad, llegué a la convicción de que las soluciones técnicas y eficaces son inalcanzables sin una revolución. Como cristiano, porque la esencia del cristianismo es amor al prójimo y sólo a través de una revolución se puede obtener el bien de la mayoría. Como sacerdote, porque dedicarse al prójimo, como lo demanda la revolución, es un requisito indispensable del amor fraterno para celebrar la Eucaristía”.
En este contexto, ciertamente no podría ser el marxismo el enemigo a batir: «Creo que el partido comunista tiene elementos verdaderamente revolucionarios y, por lo tanto, no puedo ser anticomunista ni como colombiano porque el anticomunismo pretende perseguir a compatriotas discordantes -comunistas o no, sobre todo pobres-; ni como sociólogo, porque en los proyectos comunistas para combatir la pobreza, el hambre, el analfabetismo (…), hay soluciones científicas; ni como cristiano, porque el anticomunismo implica una condena de todo lo que defienden los comunistas -incluyendo las cosas justas- y esto es anticristiano; ni como sacerdote, porque, aunque los mismos comunistas no lo saben, entre ellos puede haber muchos verdaderos cristianos. Así que, si por un lado los comunistas deben saber muy bien que (…) no soy ni seré comunista, por otro estoy dispuesto a luchar con ellos por objetivos comunes: contra la oligarquía y el dominio de los Estados Unidos, para la toma del poder por la clase popular”.
[quote_left]Si por un lado los comunistas deben saber muy bien que (…) no soy ni seré comunista, por otro estoy dispuesto a luchar con ellos por objetivos comunes.[/quote_left]
Esto está en consonancia con la Pacem in terris de Juan XXIII donde, con respecto a la relación con los movimientos no cristianos, se expresa una apertura clara: “Es posible que un acercamiento o un encuentro práctico considerado ayer inadecuado o no fructífero, hoy pueda serlo o lo pueda ser mañana. Decidir si este momento ha llegado, así como establecer las formas o grados de una consonancia posible de actividades para el logro de fines económicos, sociales, políticos honestos y útiles para el problema real de la comunidad, son problemas que pueden resolverse sólo con la virtud de la prudencia, que es la guía de las virtudes que regulan la vida moral tanto individual como en la sociedad”.
Dimitido de todos los altos cargos que desempeñaba en la universidad y expulsado del sacerdocio -obispos y sacerdotes no le perdonaban, entre otras cosas, el hecho de que él había llamado para la expropiación de los bienes de la misma Iglesia– Camilo promovió la constitución del Frente Unido del Pueblo, para unir todas las fuerzas de la izquierda y, por tanto, «a la clase popular, la clase media, los sindicatos las cooperativas, las organizaciones de trabajadores rurales, indígenas, hombres, mujeres, jóvenes…” imaginando una estructura democrática de abajo hacia arriba, plural y ajena a todo vanguardismo, en cuanto debían ser las mayorías las que tuvieran acceso al poder político, en fidelidad al ideal cristiano de justicia y libertad.
Finalmente convencido, como otros exponentes de la teología de la liberación -en el contexto de la lucha guerrillera de los años 60 y 70- de que la lucha armada era la única manera para elevar realmente las condiciones de vida de la gente, se unió al Ejército de Liberación Nacional, cayendo en su primer choque con el ejército, bajo los ataques de la V Brigada. Pero siempre, hasta el último momento, el amor al prójimo siguió siendo la medida de su acción. Un amor que fuera «honesto y verdadero”, “eficaz” y, por tanto, necesariamente sólidamente afincado en las ciencias políticas.
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